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José Ignacio García-Muñoz (Queche)
Los seres humanos somos unos animales, y no lo digo atendiendo a las consecuencias de nuestras acciones destructivas en la tierra que son muchas y de variada índole; sino a la realidad de nuestra procedencia como especie del reino animal. El ser humano (Homo Sapiens) es una especie de mamífero del orden de los primates y grupo Hominidae; y la única superviviente del género Homo.
Está claro, que esta denominación nos la hemos puesto nosotros, ya que ningún otro animal se ha dedicado al estudio y clasificación de las diferentes especies que pueblan o han poblado la tierra, y menos probable aún, que nos hubiesen bautizado con el rimbombante apelativo de “Sapiens”, ya que no se conoce leopardo, mono o saltamontes que hable latín.
Según los que saben (no es mi caso, yo solo soy un pobre ignorante) la Tierra, que no el universo, se formó hace 4543 millones de años; una cifra que no vamos a discutir, pero que siempre llama la atención por lo redondo del número…Pareciera que estaban ahí para dar fe. Y dicen los que saben que, aparte de la materia, rocas, gases y todas esas cosas, no había rastro de vida ya que las condiciones reinantes eran incompatibles con la misma, entre otras cosas porque no había oxígeno; elemento este último imprescindible.
Eustaquio Molina (Universidad de Zaragoza) en sus cuadernos interdisciplinares sobre la evolución, señala las diferentes teorías que sobre el origen de la vida aparecen como más plausibles, entre las que se encuentran las de H Urey y Miller su discípulo que a mí particularmente me llaman la atención. Cómo, intentando reproducir en laboratorio las condiciones de la tierra primitiva, consiguieron gracias a un rayo procedente de una tormenta eléctrica, la síntesis abiótica de aminoácidos como la glicina, adenina o alanina de indudable significación biológica.
Ya solo queda saber cómo se formó el RNA primigenio, el ADN… y cuatro cosas más sin importancia (Nótese el tono irónico) para poder replicarnos y así perpetuarnos. El caso, es que un día de esos en que el sulfhídrico, el metano y el amoniaco se enseñoreaban por doquier, y la temperatura no bajaba de los 50 grados (eso eran olas de calor), tuvo a bien obrase el milagro de la aparición de una bacteria; eso sí anaeróbica, que constituye nuestro L.U.C.A (del inglés último antecesor común). Vamos, que todos venimos de una célula procariota, que luego (ya se sabe cómo son de caprichosos estos animalitos) se convirtió en eucariota y le dio por hacer la fotosíntesis, con lo cual llenó de oxígeno la tierra y creó la capa de ozono que ahora, tratamos los “sapiens” a su vez de cargarnos.
A partir de aquí, la vida con sus crisis periódicas, se diversificó y evolucionó de tal forma, que aparecimos los sapiens y los tontos también. Los cocodrilos y las jirafas, las avispas y las culebras, los cardos y las viñas. Ángel Nieto y Pedro Gutiérrez Moya el Niño de la Capea. El P. P y el P.S.O. E. Gento Y Kubala, Ava Gardner, Gary Cooper, Tarzán, la mona Chita, y un largo etcétera que han contribuido a hacer de la tierra el lugar idílico en el que desarrollamos nuestra experiencia vital, matándonos unos a otros a la menor oportunidad en nombre de las ideologías y las religiones, y dejando el “sembrao” como una hoguera del Ku Klus Klan.
Llamamos ecosistema a una unidad compuesta por organismos interdependientes que comparten el mismo hábitat. Cualquier desequilibrio en alguna de las partes, tiene repercusiones en las demás, así, hay bosques y desiertos, ecosistemas acuáticos, polares…y Las Tablas de Daimiel, lugar especial que la naturaleza ha ido moldeando desde hace 400 ó 700 millones de años si atendemos a su origen geológico, y que en un abrir y cerrar de ojos desde el punto de vista de la edad de la tierra nos estamos cargando como tantas otras cosas.
¿Nos da el hecho de ser la especie “elegida” el derecho o la legitimidad para hacerlo?
A la naturaleza, le importamos una mierda, y de alguna forma u otra saldrá adelante como lo ha venido haciendo siempre. Hoy, solo queremos desde Daimiel al Día, hablar un poco por éstos que no tiene voz más que para alegrarnos con sus trinos, sus colores, y su lección de humildad.