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José Ignacio García-Muñoz (Queche)
Ángel Peralta, excelso rejoneador creador de multitud de suertes y del que ustedes aficionados tienen sobrado conocimiento, contestó en una ocasión a la pregunta ¿Qué es torear? con la siguiente respuesta: “Torear es engañar al toro pero sin mentir”
Mentir y engañar, se viene utilizando como sinónimos desde hace mucho tiempo refiriéndose a la voluntad de esconder la verdad, negar lo verdadero o real; parecen la misma cosa pero no es igual. Vamos a tratar de aclarar el concepto.
La mentira nace con el lenguaje, pero un lenguaje con la complejidad del nuestro que da lugar a estas sutilezas, solo es propio de los seres humanos. Cuando un fásmido (insecto palo)o un camaleón, tratan de ocultarse a nuestra vista y pasar desapercibidos ¿nos están engañando, o nos están mintiendo? Lejos de prosopopeyas, podemos aventurar que:
Mentir es un contenido falaz que se expresa lingüísticamente, con conciencia de su falsedad. Y engañar es la forma o conducta, el “hacer creer” mediante acciones.
La mentira pues, quedaría reservada al ámbito humano en tanto que nos atribuimos conciencia y un lenguaje muy desarrollado, mientras que el engaño tiene más amplitud y se puede ver en el reino animal en forma de camuflaje, premeditación , mimetismo etc. No parece existir mucha diferencia cuando la base epistemológica es la misma; negar lo verdadero o real, pero podemos aportar otra forma de ver las cosas.
En el siglo I d.c Aulo Gelio en su Noches Áticas ya se ocupaba de estas disquisiciones distinguiendo entre mentiri y mendacium dícere. San Agustín de Hipona abunda en lo mismo en: De Mendacio y Contra Mendacium; decir o hacer lo contrario de lo que se cree, se dice, o se piensa consciente, mientras que San Agustín, todo lo manifestado anteriormente de forma inconsciente lo engloba dentro del error, algo que se supone no es voluntario. Kant y Condorcet disputaron sobre si mentir es un derecho desde el punto de vista de lo que hemos dado en llamar “mentiras piadosas. “Verbum Dei” (el lenguaje) es un atributo divino que Dios nos ha dado, y que no se debe o debería separar de la verdad.
En realidad, todos mentimos constantemente y en muy diferentes aspectos de la vida, porque lo que queremos muchas veces es negar la realidad y sustituirla por otra que no ha acontecido, pero que nos gustaría que sí hubiese ocurrido.
Muchas veces, cuando vamos al médico ocultamos algunos síntomas o costumbres por temor a que nos descubran algo (realidad) que intentamos ocultar o negar mintiendo.
Algunas veces somos preguntados acerca de los estudios de nuestros hijos, y manifestamos que todo va estupendo y sus notas son fantásticas cuando en realidad no es así. El maquillaje es en ocasiones una forma de camuflaje para ocultar unas ojeras o defectos en la piel. La famosa viagra, es una forma de disimular un problema de erección. La ropa se puede usar como una manifestación de estatus que en realidad no se tiene…y es que muchas veces mentimos por algo que queremos que ocurra pero sin intención de engañar. Incluso los niños pueden mentir contestando afirmativamente, si les preguntamos si han terminado una tarea que ni siquiera han empezado. Por eso es distinto mentir que engañar, porque ambas suponen crear algo que no es real, pero mientras que engañar supone practicar dicha negación sabiendo de su carácter fraudulento, mentir es tener la esperanza de que pueda realizarse porque se cree.
En el mundo del toreo, al mentiroso se le distingue fácilmente porque es un mundo en el que la verdad está siempre presente, y el que no la practica, se queda enseguida con el “culo al aire”. Pero, debemos distinguir al que trata de engañar, del que miente, y del que peca de desconocimiento y cae en el error.
El toreo, tiene su propio lenguaje expresivo, y hay algunas veces que conscientemente o no, se utiliza para mentir, para hacer creer al público e incluso al propio torero que va a ocurrir algo que está muy lejos de suceder.
Cada torero tiene su propio catálogo de acciones que le pueden ayudar a engañar, no al toro, algo que sería lícito como asevera Bergamín a través de Joselito el Gallo, sino al público; algo de lo que el propio aficionado tiene parte de responsabilidad por ignorancia u omisión.
Un torero con el oficio bien aprendido, puede hacernos creer que un toro bueno es malo simplemente toreándolo en terrenos poco favorables o utilizando las alturas de la muleta en su contra. Lo mismo sucede con la brega de los subalternos incluidos por supuesto los picadores.
Si un toro está mal puesto en la suerte de varas puede que nos estén engañando. Si un banderillero no reúne el par, lo saca desde abajo, o no cuadra delante de la cara del toro, puede que nos estén engañando. Si un diestro se sale fuera a la hora de entrar a matar, no carga la suerte, mete el “pico” más de la cuenta, da la salida al toro con el mando a distancia pisando terrenos poco comprometidos, puede que nos estén engañando. Incluso es posible que en otros aspectos de la fiesta nos estén engañando; desde la confección de los carteles, a la selección de los ejemplares que han de ser lidiados y un amplísimo etcétera de circunstancias que concurren en un festejo taurino.
En definitiva, puede que en un momento determinado nos estén mintiendo, pero es nuestra responsabilidad darnos cuenta a través del lenguaje estético del torero si es una mentira piadosa, algo que él mismo espera que suceda, pero que no tiene capacidad para llevar a término, o simplemente nos está engañando. En cualquier caso, y es algo que seguro usted como buen aficionado ya practica, desde Daimiel Al Día esperamos que sepa ser comprensivo con el que está aprendiendo, y respetuoso con todos; los aficionados tenemos una herramienta que es el silencio, y que estoy seguro llega con más nitidez al torero que la bronca y el insulto rectangular en forma de almohadilla. Que Dios reparta suerte.