EL “VUELCAORZAS”

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

VOLCAR: Acción de Inclinar o invertir un recipiente u otra cosa de modo que pierda su posición normal y se vierta el contenido que hay en él.

ORZA: Recipiente vidriado de barro, alto y sin asas, que suele usarse para guardar alimentos en conserva.

VUELCAORZAS: Dícese de aquel que, por diferentes motivaciones (normalmente el ansia viva) se dedica a volcar orzas.

En un pueblo de la Andalucía profunda, llamaban a los vuelcaorzas “Los diésel”, porque andaban mucho y gastaban poco, y es que la imagen del vuelcaorzas es a menudo confundida con la del típico gorrón que cuando viene de visita en verano o cualquier otra época del año, se aposenta en casa de un familiar y se come todo lo comestible y más. Sin embargo, existe otro tipo de vuelcaorzas que se mueve entre el galgueo y la nostalgia, y que tiene en alta estima las viandas de su pueblo; tanto, como para periódicamente regresar a sus orígenes en busca de aquellos sabores y olores que quedaron para siempre grabados en su olfato, gusto y tacto.

Este tipo de vuelcaorzas, contribuye a la riqueza del pueblo aportando divisas y generando dinamismo a la economía local, y no conviene confundirlo con el otro tipo; el que deja las alacenas de la casa que le da cobijo como un erial, y es que el vuelcaorzas, tiene menos vergüenza que un gato en una matanza, y siempre opera de la misma forma: Se gana la confianza de la dueña de la casa alabando hasta extremos inimaginables sus dotes culinarias, con lo que consigue de la pobre incauta raciones generosas en el reparto de la comida que luego, se prolongan a cualquier vianda sea esta salada o dulce. Pero lo peor, es cuando encumbrada a los altares por parte del sibilino vuelcaorzas, la mujer se viene arriba, y le saca la botella de vino que su marido guardaba con celo para mejores ocasiones, y la incluye en la caja que se ha de llevar el vuelcaorzas cuando se vaya de vuelta a su puñetera casa, junto con los choricillos, los mantecados, y las rosquillas que después de una semana de saqueos queden en fuentes, orzas, y vasijas de diferente naturaleza… el vuelcaorzas no tiene piedad.

El vuelcaorzas no es del pueblo.

El vuelcaorzas suele ser un yerno.

El vuelcaorzas disocia la mirada como un camaleón, y es capaz de fijar la vista en su anfitrión, y en el paño que cubre los cortadillos al mismo tiempo.

El vuelcaorzas no le hace ascos a ná, menos a quitar la mesa.

El vuelcaorzas va al bar con su suegro, pero con las manos en los bolsillos.

El vuelcaorzas se toma su tapa, y la tuya como te descuides lo más mínimo.

El vuelcaorzas en el bar, habla poco, pero se fija mucho, sobre todo en la vitrina de las raciones.

El vuelcaorzas siempre toma café después de comer, pero mojando algo.

El vuelcaorzas fuma después de comer un purito… de su suegro.

El vuelcaorzas, no acompaña a su suegro a la partida después de comer porque duerme la siesta con la tripa tapada con una mantita que le ha facilitado su suegra.

El vuelcaorzas, lleva en el maletero de su coche (que durante la estancia mueve poco) cajas vacías para meter la mercancía que esquilma de las alacenas.

El vuelcaorzas baja a desayunar el primerico, eso sí, muy afeitado.

El vuelcaorzas, presume entre sus amigos de sus fechorías, y de lo buenas que están las cosas del pueblo de su mujer… y lo baratas.

El vuelcaorzas, cree en el fondo que los del pueblo son unos cándidos. Eso es porque no ve a su suegro como le mira cuando coge la última chuleta.

Al vuelcaorzas, se le quita la tontuna llevándoselo un año a vendimiar para que cuando meta la mano en el caldero, le den con el canto de la navaja en los nudillos, se amague detrás de una cepa, y empalme tres líneos uno detrás del otro.

¡Vai que lecas con el vuelcaorzas!

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