EL ARTE DEL REJONEO

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

Dedicado a mi amigo Pepe Pozuelo, centauro de la llanura manchega, y madrugador impenitente. Un hombre que más allá de la curiosidad de sus vivarachos ojos, sortea el presente disfrutando del despertar de la naturaleza, y de una copa de vino entre amigos. Tú sí que sabes.

Llamamos rejoneo al acto de torear desde un caballo en el cual, el torero (rejoneador), utiliza al caballo a modo de engaño (capote o muleta) para esquivar y dirigir las acometidas del toro.

El rejoneo tal como lo concebimos ahora, hunde sus raíces en el siglo XVII momento en el que tuvo su máximo esplendor, y es más antiguo y por tanto anterior a la lidia a pie que adquirió impulso en el siguiente siglo, y no fue hasta la llegada del siglo XX que el rejoneo resurgió y cobró la importancia que hoy tiene en los festejos taurinos.

Resulta una perogrullada, pero los que podían rejonear eran aquellos que poseían un caballo, y como quiera que el caballo y su mantenimiento no resultaban baratos, solo los nobles y caballeros se podían permitir poner en riesgo sus corceles ante la acometida de un toro, algo que un agricultor que utilizara su caballo para trabajo en tareas del campo no podía permitirse; eso sin contar con que las características de un caballo de tiro, no tienen nada que ver con la de uno para silla.

Tenemos pues, que los caballeros a lomos de sus caballos practicaban un arte más próximo a la caza que a la lidia tal como hoy la entendemos. Cazar a caballo, o desde un caballo, es algo que el hombre hace desde que consiguió domesticar a este animal, pero eso no lo podemos considerar rejoneo; la suerte del rejoneo se encuadra más en la demostración de habilidad por parte del jinete para sortear las acometidas del toro al tiempo que le clava rejones, saetas y otros elementos que han ido evolucionando con el paso del tiempo. Reminiscencias de aquellos tiempos, son el toro de La Vega o el de Tordesillas que hasta hace no mucho tiempo y no sin polémica, se han estado recreando en esas localidades; algo que este servidor no considera vinculado a la tauromaquia sino más bien un arte de caza que con el tiempo (y seguro que me cae algún “zasca”) se ha pervertido.

No descubro nada si digo que el caballo es un animal herbívoro, y aunque podría matarte de una coz, como tal herbívoro tiende a huir ante el peligro y un toro… supone una amenaza. ¿Cómo consigue entonces el rejoneador que el caballo “no pierda los papeles” en la plaza y salga de estampida ante la presencia y acometida del toro?

La respuesta es más que evidente: a base de doma, una doma que busca la fe ciega en su jinete hasta el punto de ignorar un instinto tan básico como es el de la huida ante el peligro.

La doma consiste cualquiera que sea su modalidad (vaquera, clásica, natural, de alta escuela…) en que el caballo repita hasta la saciedad una serie de ejercicios encuadrados en los diferentes métodos como: la tradicional o “gaucha”, la progresiva o “india”, a pie de piso, o el método Join- Up etc. Todas buscan generar esa confianza entre jinete y cabalgadura que hacen que nuestro corcel obedezca las órdenes en favor de quien lo monta renunciando a sus instintos.

Solo con los tratados de doma del caballo, habría para cientos de artículos, pero no son nuestro objetivo, hoy, en este capítulo nos vamos a olvidar por un momento del rejoneo y como diría Ortega y Gasset “sus circunstancias”, y nos vamos a remontar al 711 en España durante la dominación árabe que duró ocho siglos. Veremos, como una táctica de guerra de los ejércitos árabes; concretamente la caballería, al final supuso la base de una forma de montar que se encuentra en el rejoneo actual.

En aquella época, había dos formas básicas de montar a caballo a saber: a la brida, ya a la jineta

La caballería cristiana utilizaba la primera de ellas dado que sus caballeros vestían solidas armaduras lo mismo que sus caballos que iban protegidos contralas flechas y las lanzadas del enemigo. Portaban además aquellos caballeros, espada y una lanza que sujetaban debajo del brazo al modo de los picadores actuales. Para soportar el peso, los caballos utilizados eran de gran alzada y corpulencia pero por la misma razón no eran muy resistentes a la carrera. Eran los conocidos como caballos de “sangre fría”, caballos de gran alzada y peso, tanto, que a los caballeros algunas veces había que subirlos con algún tipo de grúa o andamiaje asistidos por sus escuderos, y si tenían la fatalidad de descabalgarse en combate volverse a subir era tarea casi imposible. Un Ardener (así se llaman este tipo de caballos originario de las Ardenas y que ya utilizaban los romanos) puede pesar entre 700 y 1000 kg, y es fácil imaginar una carga de esta caballería con sus jinetes y sus armaduras codo con codo lanzados al galope…simplemente devastadores, y no me pondría en el pellejo de los de infantería que tenían que soportar a pie y sin cagarse en los pantalones(algo por otro lado comprensible) semejante mole en movimiento; téngase presente, que la actual caballería del ejército de tierra la forman los carros de combate, y algo así les debían parecer a aquellos pobres desgraciados a los que se obligaba a ponerse delante. Pero había un problema, y es que aquellos caballos como ya apuntamos antes no aguantaban mucho, y que las sillas de montar eran de altos borrenes (algo así como el respaldo), y de estribos largos de modo que los jinetes tenían las piernas estiradas para garantizarse estabilidad mientras cabalgaban lo que restaba movilidad a caballos y caballeros.

La caballería árabe prescindía de la armadura tanto para caballo como para caballero de modo que era mucho más ligera y maniobrable, algo a lo que contribuía su particular forma de montar. Montaban a la jineta, esto es, con los estribos más cortos que posicionaban las rodillas flexionadas, lo que unido al menor peso del caballo árabe le daban ventaja en las escaramuzas y algaradas utilizando con maestría la maniobra del “tornafuye”

Como su nombre indica, el tornafuye consistía en acercarse a una distancia tal de la caballería cristiana, hasta provocar su carga momento en el cual huian.Perseguidos por estos últimos y cuando los pesados caballos cristianos se fatigaban, se daban la vuelta y en diferentes escaramuzas diezmaban; arrojándoles lanzas y dardos, a las tropas cristianas que con mucha menos movilidad caían en la trampa.

Otra de las grandes habilidades de aquél cuerpo de caballería era el llamado tiro Parto (algo que evidentemente copiaron de los Partos) que consistía en plena huida mientras eran perseguidos, darse la vuelta en la silla y disparar el arco contra sus perseguidores; algo que exigía por su parte un gran dominio del caballo favorecido por el hecho de montar a la jineta.

Finalmente los cristianos, copiaron el sistema árabe y crearon su particular caballería ligera y lo que es más importante, copiaron el estilo de montar a la jineta algo que revolucionó el arte ecuestre y que influye hoy en día en el rejoneo, ya que este estilo es el adoptado por nuestros modernos rejoneadores que solo con las piernas para tener las manos libres como aquellos arqueros Partos, son capaces de manejar al caballo.

En el próximo capítulo, veremos como utilizan esta forma de montar, y las diferentes suertes del rejoneo. Hasta entonces queden ustedes con Dios, o con quien quieran.

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