LA BODA

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Uno del Pueblo

Ocurrió hace unos días en la fascinante Sevilla. Sangre manchega-madrileña, manchega oriunda de Daimiel, se fundió con plasma andaluza, porcunera de Jaén, Porcuna de “violetes”, acogedora de murales de Julio Romero de Torres…, “regular la borriquilla…”


Desde la Presencia y Presidencia de “La Trianera”, Esperanza de Triana, en la Capilla de los Marineros, con testigo honorable, el Santísimo Cristo de las Tres Caídas y clérigo docto, sencillo y avanzado, desde la Pureza de una calle repleta de testigos anónimos que no querían perderse el peculiar acontecimiento, enlace tal vez inédito en el Templo histórico fundado por los navegantes, se celebró el enlace de Alicia y Daniel, dos entrañables seres humanos que, estoy seguro, piensan y creen que la esperanza es lo último que se pierde. Y si se está frente a Ella, más aún…


Blanca y radiante iba la novia, apuesto y dichoso su doncel, ambos de ascendencia sencilla y noble, de linaje y casta proveniente de olivos y cepas, vino y aceite, buen maridaje comprometido con total Pureza. Y precedidos por cortejo infantil, “de pañetes”, a bordo de carrito angelical, de diseño exclusivo obra del conquistador, Jaime primero, los demás después, como buen ahijado de padrino irrepetible…


La erguida Giralda y la rechoncha Torre del Oro presenciaron el recorrido de los contrayentes a su paso hacia la simpar Plaza de España, con el visto bueno de Lola, personaje infantil del encantador cuento de sus protagonistas padres, desde sus nueve meses asintiendo la entrañable celebración, íntima y abierta, agradable y adorable, todo a la vez.


Cariño, amor y ternura, se desplazaban por el centro de Híspalis, sobre el carruaje nupcial que desviaba miradas e interrogantes del personal viandante, españoles, andaluces, manchegos, ingleses, escoceses, que preguntaban en tono sorprendido y con total admiración hacia algo distinto, bello y hermoso. El amor entre ella y él, con su Lola como testigo, a bordo de carruaje isabelino al tiro de corceles, como en los cuentos de hadas pero de verdad, pongo al Guadalquivir por testigo.


Se fundieron hasta cuatro generaciones en torno al dichoso evento, con celebración gastronómica -festiva en hacienda campera de torreón altivo preparada al efecto. El rubio líquido con espuma coronada, alternaba de boca en boca con riojas o blancos de la tierra, mientras se combinaban sabores entre productos de la tierra, láminas de ibérico ajustadas al paladar o productos de fogones creativos propios de nuestros jóvenes chefs, son tiempos modernos.


No fue esto lo importante. Calaron más en el alma los mensajes y recuerdos afectuosos, plenos de cariño para contrayentes y ascendencia familiar de ambos, al término del ágape con servilleta de paño…; aunque el postre que sació el gusto de los presentes -manchegos, porcuneros, andaluces en general, panameños, alicantinos, extremeños y madrileños-, fue la encantadora convivencia entre desconocidos, que acercó a unos y unas con otros y otras, buena gente sin duda que supieron crear vínculos con futuro entre personas de buen talante y abiertas al mundo. La buena gente, es así…; se respiraba ambiente del güeno, todo ello desde la empatía desprendida por la parejita protagonista de la reunión.


“Béticos” y “colchoneros”, “merengues” y “palanganas”, “cadistas” y “culés”, todos en armonía, acudieron raudos a la llamada musical de “Aquel 20 de Abril “, en concierto inesperado que hizo brotar jolgorio colectivo, con participación desenfadada de las cuatro generaciones antes aludidas, bullicio rítmico al que se apuntó hasta el apuntador, con sorpresa final de fuegos artificiales que alumbraron la noche de la hacienda tras el gran día de nuestra boda.


Jornada nupcial que nos vino a todos como anillo al dedo, alianza al anular, con conexión directa al corazón.


Y entre flores, fandanguillos y alegrías, florece, nos llegó otro retoño, Valeria, nuevo y fuerte eslabón que reforzará vínculos, sensaciones, festejos y “briboneos” familiares y sociales. Y es que el esperado enlace, nos ha vuelto a enlazar, con sentimientos y recuerdos que reavivan la genética, sangre que hierve sin sobrepasar límites de marca negruzca de cazo curtido en mil ebulliciones, plenos de burbujeos entusiastas. No es necesario más para que la felicidad haga acto de presencia.


Y colorín colorado…

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