CUANDO ÍBAMOS AL INSTITUTO

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Ángel Vicente Valiente Sánchez-Valdepeñas

Al volver la mirada a mis años del Instituto, la primera imagen que me viene a la mente es el desayuno en la cocina de mi casa. Un gran tazón de leche con galletas María y un tebeo del Capitán Trueno o del Jabato. En el viejo aparato de radio sonaba una canción de Salvatore Adamo:
No has de sufrir
si escuchas de mis quince años el cantar
y ausente estés de las cosas
que mi adolescencia fue a soñar.

Muchos años después comprendí que la versión francesa de esta canción era mucho más bonita, más armoniosa. En fin, en aquellos años me parecía una gran canción para comenzar el día. Una canción de amor, que entonces no entendía muy bien (y ahora tampoco). Después cogía mi cartera marrón con mis libros y cuadernos y me echaba a la calle en dirección al Instituto. Por la calle Nueva veía algunos amigos que también se dirigían al mismo sitio. Algunos con semblante sombrío. Todavía podíamos ver circulando algunos carros con mulas, que se dirigían a las faenas agrícolas.


El Instituto Laboral, que luego fue Instituto de Enseñanza Media José Ruiz de la Hermosa, tenía un aire de residencia veraniega. Los colores azules y blancos de la fachada animaban a los estudiantes a comenzar el día con ánimo y deseos de aprender. El diseño de Miguel Fisac había acertado con la idea de construir un edificio que incitara a soñar, que invitara a pensar en grandes horizontes. Aunque el proyecto se realizó en 1949, las obras no concluyeron hasta 1953.

El proyecto del edificio constaba de aulas, talleres, laboratorios, zonas de servicios, salón de actos, biblioteca y una capilla que nunca se llegó a construir. La idea que sirvió de guía está basada en los modos tradicionales de construcción de la Mancha: muros de tapial, vigas de madera y cubiertas inclinadas de teja árabe. Fisac también pretendió reducir los costes económicos en la construcción. Dentro de su aspecto sencillo, representó en aquel momento una verdadera innovación en la arquitectura española.

El instituto laboral de Daimiel, según Ramón Vicente Díaz, tiene también importantes influencias de Arne Jacobsen y de la fábrica de sazonar arenques en la isla de Sjaellands (Dinamarca) que Fisac conoció en su viaje europeo de 1949; sobre todo en el diseño del mobiliario, puertas y tratamiento de las maderas.

Años atrás en la entrada del Instituto había un estanque con patos ( o gansos). Lo recuerdo muy brumosamente. Yo era muy pequeño y mis padres me llevaron a ver los patos, quizás como un modo de que me fuera acostumbrando al Instituto. Cuando yo estudiaba ya no había patos ni gansos ni siquiera había estanque. Había desaparecido todo. No sé muy bien por qué.

Todos íbamos con un jersey verde azulado con un borde rojo y un escudo, que no recuerdo bien cómo era. Esta uniformidad de indumentaria nos hacía parecer miembros de algún club juvenil.

Mientras esperábamos que se abrieran las puertas del Instituto, comentábamos las últimas noticias; los partidos de fútbol, las últimas películas que habíamos visto en el Cinillo, etc. Después, con gran autoridad y elegancia, Satur y Benito, los conserjes, abrían las puertas para que accediéramos los mozalbetes.
Hasta que llegaban los profesores, contábamos con unos minutos en los que charlábamos unos con otros en amable camaradería. Algunos lunes un compañero de Villarrubia nos contaba alguna película que había visto durante el fin de semana. Muchos de nosotros nos agrupábamos en torno a él y disfrutábamos con esos relatos.

En la foto aparecen algunos de los profesores de aquellos tiempos. Algunos me dieron clase a mí. Otros ya no estaban cuando estudié. Otros estaban pero no me dieron clase. Vamos a tratar de identificarlos a todos. De derecha a izquierda, de pie: D. Francisco García Luengo ( Formación del Espíritu Nacional y Educación Física), D. Antonio Fernández (Tecnología), D. Antonio Hernández (latín, griego y literatura),D. Fernando Cabanes (Dibujo y Jefe de estudios), D. Francisco Tauste (Literatura), D. José Horcajada (Agronomía) y D. Aurelio Serrano (Matemáticas). Sentados: D. Manuel Negrillo (Zolilla), que daba clases de Tecnología y Trabajos Manuales, D. Ángel Díaz Salazar (Matemáticas y Física), D. Amable Donoso (Religión), Doña María Nicolás (Francés), D. Francisco Pérez (Director), Doña Carmen (Geografía), un profesor de biología que desconozco, D. Miguel Herreros (Ciencias Naturales) y D. Tomás (Tecnología).

A algunos de los profesores que me impartieron clase los recuerdo con especial cariño. D, Aurelio explicaba muy bien las matemáticas y tenía un fino sentido del humor, tan necesario en la enseñanza. D. Miguel Herreros era un profesor extraordinario, poniendo muchos ejemplos para que comprendiéramos bien los diversos temas y también con un sano sentido del humor. D. Manuel Negrillo (Zolilla) se caracterizaba por una serenidad de ánimo prodigiosa y un trato amable y cordial con los alumnos. Don Amable tenía una voz potente, pero un discurso monótono, muy monótono.
En aquellos tiempos los alumnos de Bachillerato preparaban todos los años una obra de teatro y también se realizaba la elección de las Damas de la fiesta de Santo Tomás de Aquino.


Normalmente eran los alumnos y alumnas de los cursos superiores los que participaban en la realización de las obras de teatro. Se elegían obras ligeras (Arniches, Álvarez Quintero, etc). Algún profesor o profesora de Literatura se ponía al frente de los ensayos y seleccionaba a los alumnos que iban a intervenir. El día de la representación acudíamos todos con gran expectación. Yo creo que estas cosas se han perdido en la actualidad. Una pena.

Los tiempos han cambiado, la diversas leyes educativas han ido organizando o desorganizando la enseñanza en los distintos niveles, pero permanece siempre el afán de enseñar y de aprender. Un movimiento esencial en toda sociedad civilizada. La educación es el pilar fundamental de nuestra sociedad. De ella depende nuestro futuro.

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