DAIMIELEÑORUM REBUS (Quien soy yo)

0

 14,939 visitas,  1 visitas hoy

José Ignacio García-Muñoz

De todos es conocido, que la mezcla de juerga y amigotes muchas veces termina de cualquier manera, y más, si tenemos en cuenta la tendencia a las bromas muchas veces pesadas que propicia el vino. Hay mucha literatura al respecto, y se exagera con las bromas de los pueblos. El genial Gila, hacía alusión al tema en uno de sus célebres monólogos telefónicos cuando decía, al respecto de una de las gamberradas en la que tiraban a alguien desde la torre de la iglesia: “Me habéis matado a un hijo, ¡pero hemos pasao un rato…!

Esta de hoy, no es ficción, ni mucho menos tan dramática, pero también se las trae.

«La del alba sería cuando don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. La del alba sería también, cuando nuestro protagonista del que vamos a omitir su verdadero nombre, pero que entre nosotros llamaremos Terrón para mayor entendimiento, amanecía sentado apoyado en una puerta cerca de la parroquia de San Pedro. Los primeros rayos de la mañana, encontraron el resquicio en su atuendo para herir los ojos somnolientos, y un escalofrió producido por la fresca terminaron por despertarle. Inmediatamente sintió que algo no iba bien. A escasos metros de distancia, advirtió que un zagalillo único transeúnte a esas horas, le observaba boquiabierto; y no era para menos ya que, lo que se le ofrecía a la vista al muchacho, era un tipo vestido de nazareno de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Columna y Nuestra Señora de la Amargura. Nada extraño en Daimiel, pero del todo insólito, si consideramos que era el mes de agosto. En un momento Terrón (así hemos quedado que le íbamos a llamar) tomó conciencia, y quitándose el capirote repasó su situación: Seis y media de la mañana, vestido de nazareno en un portal que no era el suyo, sin saber cómo ni porqué había llegado hasta allí, y con una más que manifiesta dificultad para mantener el equilibrio. Muchos interrogantes que contestar por no citar el que se dibujaba en la cara del muchacho que, curioso no se había movido del lugar.

Hablando consigo mismo trató de orientarse:

-Me llamo Terrón y soy carpintero. Vivo en la calle tal número cual, y no debería estar aquí…y menos vestido como estoy.

Entonces, se dirigió al chiquillo, y le propuso un silogismo propio de la filosofía manchega

-Nene. ¿Tú sabes quién es Terrón el carpintero?

-Si señor –Respondió.

– ¿Y sabes dónde vive?

– Si señor

-Pues anda, vete “pa” su casa, y mira a ver si está allí.

¡Qué no está! Pues no pasa “ná”

¡Que está! ¡Pues a ver quién cojones soy yo!

Simple y aplastante

Compartir.

Sobre el autor

Déjanos un comentario, no hay que registrarse