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Uno del pueblo.
Históricamente, la mula y el hombre caminan juntos, desde tiempos de los romanos en territorio español. Probablemente, a este animal no se le ha hecho “justicia”, se ha infravalorado en el devenir histórico de los humanos. En relación con nuestra población, hasta hace bien poco ha “colaborado” en las labores agrícolas, sobre todo siendo una estampa clásica del ayer la mula y el gañán recorriendo calles y caminos de Daimiel con destino a la labor o la cuadra.
La mula resulta del cruce entre burro y yegua, es híbrido y estéril, a la vez que fuerte y resistente. Como resultado del cruce entre caballo macho y asno hembra, tenemos al burdégano, variedad con evidentes diferencias de la mula propiamente dicha. El gañán influía de modo decisivo en la conducta de esta bestia, dependiendo de la primera mano de doma el posterior comportamiento del animal; con cariño, docilidad absoluta, incluso inteligencia; con castigo, se obtenía una “mala bestia”. A su vez ejercía como curandero de urgencia, aplicando brebajes o pócimas antiguas que aliviaban males físicos del animal. Era muy socorrido el remedio de “camisa de culebra camuflada entre pan” que la mula ingería, con resultados rápidos en su salud.
Si revisamos anales históricos, encontramos a este manejable y sumiso cuadrúpedo en toda época. Prelados y magistrados la utilizaban como montura principal durante siglos pasados. La mula era capaz de moverse por zonas montañosas donde los caballos tenían imposible el acceso. Cuentan que Napoleón, atravesando Los Alpes, iba montado en una mula…, y así hasta llegar a las diversas transformaciones industriales en la humanidad, con intervención de “mucha fuerza” de este híbrido animal, remontándonos a épocas relativamente cercanas donde se fotografía distinta maquinaria agrícola arrastrada por mulas, a finales del XIX y principios del XX, cuando en España por aquellos entonces, aún se cosechaba con hoces. No nos olvidamos de la vistosidad de un tiro de mulas en las plazas de toros, las populares mulillas, ni la yunta o pareja de mulas unidas por el ubio, utilizadas para labores de labranza, arrastre o para tirar de carruajes de diversos tipos. Y aún nos podríamos extender más acerca de las prestaciones realizadas por esta singular y apreciada especie.
El garañón, semental procedente del asno, también se echaba a las yeguas, de tres años mínimo, para la gestación de mulas, exportándose a distintos países desde España (Estados Unidos, Francia, Argentina…), países que a su vez nos vendían mulas resultantes del cruce con garañones, asunto éste un tanto paradójico.
En nuestro pueblo, la relación entre la mula y los daimieleños, sobre todo en las familias de agricultores, resultaba incluso entrañable, emocional y hasta vital. La convivencia con estos animales concurría en el mismo habitáculo compartiendo márgenes marcados por los pesebres, pesebrera, establos y candiles de aceite, espacio contiguo donde los campesinos comían y habitaban con descanso incluido.
Si la caballería mostraba indicios inequívocos como orejas gachas, ojos tristes y rechazo al pienso… mal asunto, porque al día siguiente había que continuar la labor… “la noche que la
mula no comía, el gañán no cenaba”. Esta frase desvela la palmaria relación entre el hombre y este animal. La conexión “laboral” entre ambas especies afectaba a los viejos agricultores de la época; algunos de ellos cayeron incluso en depresión cuando la maquinaria fue sustituyendo a la fuerza animal y hubo que desembarazarse de aquella “bestial” compañía, con final desdichado: camiones con mulas destino al matadero para dejar paso a la Revolución Industrial. Agricultores, carreteros, herreros, guarnicioneros, herradores…, despedían con ojos humedecidos a las fatídicas expediciones, que retornaban embutidos en una tripa con envoltorio de papel de celofán, eso sí, previamente sazonados.
Muchas familias de Daimiel, veteranos, recordarán aquellos tiempos al leer este reportaje. Fraguas, carreterías, herradores y oficios colaterales, lloraron la desaparición de estas épocas, por otro lado transcendentales en la evolución de la humanidad.
Jesús Pozuelo, notorio agricultor e insigne daimieleño, ha contribuido desde su amplio conocimiento en la elaboración de este reportaje, con gran sentimiento y emoción. Doy fe.