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Según la tradición, los discípulos del Apóstol Santiago trajeron su cuerpo a España, al denominado “Campo de Estrellas”, Compostela. Durante siglos, millones de peregrinos y devotos han acudido a Santiago de Compostela siguiendo la llamada, atracción o fascinación del Apóstol, según las creencias de cada caminante. La concha del peregrino o “vieira”, el palo y el bordón, eran símbolos portados por los peregrinos y que se mantienen en la actualidad…
Hace pocos días y desde los auspicios y protección del Patrón de España, un grupo de personas de Daimiel comandados y organizados por Luis Eduardo Molina Valverde, sacerdote de la Parroquia de Santa María, se funden en un conjunto de dieciocho componentes, hombres y mujeres, desde los catorces hasta los sesenta años. Se cuenta en la expedición con una jovencita de Villarrubia de los Ojos, el pueblo vecino, y todos en dos furgonetas, se trasladan a Orense para desde allí iniciar el camino “sanabrés” hasta la capital de Galicia.
Ciento veinticinco kilómetros a pie es la distancia recorrida por esta comitiva daimieleña durante cinco días, con algún kilómetro añadido por “despistes” durante el itinerario establecido. Con ilusión, fe, alma, ganas y fuerza física, se cubrían cada día las distancias acordadas, superando pequeñas aunque molestas dificultades en forma de ampollas, pequeños esguinces o alguna torcedura de tobillo. Lo importante fue alcanzar el final, la tan ansiada meta.
Luis Eduardo Molina, organizador de la ruta, procuraba el bienestar del grupo, desde la buena alimentación hasta el sustento espiritual, conversando en el camino acerca de lo cotidiano entre seres humanos, con el oportuno mensaje místico. Atenciones físicas, anímicas, principios…, con mezcla de valor, energía y esfuerzo, culminando en la Catedral de Santiago donde concelebró el sacerdote de Daimiel en la misa del Peregrino, con citación expresa durante la misma a los “jacobitas” de Daimiel. En el interior del templo, el botafumeiro, incensario gigantesco de plata que tanto simbolismo guarda.
Recuerdos imborrables entre los expedicionarios daimieleños, algunos desconocidos entre ellos pero que han afianzado una relación amistosa de por vida. Risas, sana convivencia y buen ambiente… manantiales naturales a lo largo del camino –que no falte el agua en ningún momento al peregrino-, combinados con pinos, castaños y robles entre otras especies autóctonas…, pulpo, churrascos, costillas, carnes gallegas regadas también con otra estrella, la de Galicia, ya me entienden.
Por fin se completa el recorrido, se logra el tan ansiado final. A la vista el Pórtico, por cierto, recién restaurado, se abraza al Patrón, se exterioriza la inmensa alegría al culminar la peregrinación desde Daimiel hasta la sede de Santiago, Patrón de España. Se coincide en la Plaza del Obradoiro con expediciones de diversos lugares y, desde la inspiración del Apóstol, se asiste a la petición de mano de una pareja de peregrinos ajenos al grupo de Daimiel, anécdota para el recuerdo. El grupo inmortaliza con fotografía la presencia en Santiago ante la fachada de la Catedral, con imagen entre ellos del Nazareno de Daimiel.
Santiago de Compostela, capital de Galicia y el Apóstol Santiago, Patrón de España, acogieron afectuosamente y con ternura al conjunto de manchegos que disfrutaron del Camino hasta Santiago, desde Daimiel.