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CON ESTAS PALABRAS EL DOCTOR POZUELO ESCUDERO ANUNCIÓ PUBLICAMENTE LA MUERTE DE FRANCO

La mitología creada en torno al del 20 de noviembre, he generado abundantes escritos por la lúgubre coincidencia del fallecimiento de famosos personajes en la historia de España como el anarquista Buenaventura Durruti, el clérigo jesuita Ángel Ayala, el parlamentario Santiago Brouard o la aristocrática Cayetana Fitz-James Stuart, conocida popularmente como la duquesa de Alba. No obstante, esta fecha es recordaba e incluso conmemorada con singular aflicción por ser común a la muerte del falangista José Antonio Primo de Rivera y del dictador Francisco Franco.

Centrándonos en el óbito de este último cuya figura aún genera enfrentamiento entre generaciones que conocieron los últimos años de dictadura entre pañales; aprovechamos la ocasión para recrear el ambiente que se vivía en la localidad de Daimiel (Ciudad Real) y, al mismo tiempo, señalar a la persona que estuvo a su lado en los postreros instantes de su vida: Vicente Pozuelo Escudero, médico de “Su Excelencia” Francisco Franco.

Vicente Pozuelo nació el 1918 en Melilla donde su padre, militar de profesión, se encontraba destinado. Aunque la mayor parte de su vida la pasó en Getafe (Madrid), mantuvo intensa relación con Daimiel, donde contaba con numerosos amigos, y donde regresaba con frecuencia ya que varios de sus hermanos establecieron allí su residencia. Desde su juventud manifestó su interés por el mundo de la medicina, finalizando los estudios superiores en 1943 con premio extraordinario de fin de carrera, especializándose en las disciplinas de Endocrinología y Nutrición.

Desarrolló una intensa labor investigadora y docente que le valió numerosos reconocimientos nacionales e internacionales, además de su propia actividad médica y facultativa en hospitales públicos y privados que acreditaban una figura singular que seguía la estela personal y profesional de su referente el doctor Gregorio Marañón.

En esta tesitura, se hallaba el doctor manchego en el Instituto Nacional de Cardiología de México, en el caluroso verano de 1974, cuando recibió noticias del ingreso hospitalario de Franco consecuencia de una hemorragia gástrica generando un estado de inquietud y rumorología que traspasó fronteras. De regreso a España, el nerviosismo aumentaba por la circulación de habladurías que reflejaban la preocupación general en torno a la salud del anciano jefe de Estado.

La casualidad haría el resto. Consuelo, esposa del doctor Pozuelo, acudió a la ciudad sanitaria de La Paz para interesarse por el estado de salud de su amiga Beryl Hibbs, una paciente inglesa aquejada de anemia aguda y necesitada de continuas transfusiones. Miss Hibbs Nani, era la institutriz inglesa de los nietos de Franco, por ello no se extrañó de coincidir con el marqués de Villaverde –en su doble faceta de médico y yerno de Franco–, quién, al reconocerla le hizo saber la posibilidad de que su marido se hiciese cargo de la asistencia personal del Generalísimo.

Ese mismo día el doctor Pozuelo recibió una llamada de Carmen Franco para confiarle el cuidado médico de su padre. El encargo fue aceptado como un honor, aunque previamente la primogénita hubo de esperar quince días porque el galeno debía disfrutar del crucero prometido a su esposa para celebrar sus veinticinco años de matrimonio.

Como médico personal de Franco estaba nombrado Vicente Gil Vicentón, pero de todos era sabida la creciente enemistad entre el anciano galeno y el marqués de Villaverde, con enfrentamientos que llegarían a las manos como el registrado en el pasillo del hospital y que se saldaron con la sustitución del primero. No obstante, en un exceso de corporativismo y en atención a las cuatro décadas de servicio y entrega, el doctor Pozuelo solicitó a Carmen Franco que comunicase al doctor Gil la noticia del relevo en la jefatura del equipo médico.

El día 31 de julio, el doctor Pozuelo se desplazó al palacio de El Pardo donde fue recibido por Franco en bata, pijama y zapatillas. A solas leyó el informe facultativo previo en el que se recogía el padecimiento de Parkinson por esclerosis vascular. Al día siguiente Francisco Franco Bahamonde “Caudillo por Dios y por España”, el hombre que había regido con mano de hierro los destinos de España y los españoles durante la mayor parte del siglo XX, tras protagonizar y vencer en una de las guerras civiles más cruentas de nuestra historia; respondía al doctor que le informase de la gravedad de sus dolencias, y que no dudase en avisarle, llegado el momento, del riesgo de muerte.

Pasados unos meses, el día 20 de noviembre de 1975 amaneció con heladas que hicieron de Albacete y Ciudad Real las ciudades más gélidas de la península con temperaturas que señalaban los cuatro grados bajo cero y que contrastaban con el febril estado de una ciudadanía impaciente ante el inevitable y letal desenlace del dictador porque, a su vez, significaba el inicio de una incierta pero deseada apertura política.

Los titulares del único periódico de la provincia de Ciudad Real el diario Lanza, ignoraron el óbito por lo que se editó una edición matutina especial –preparada de antemano– de 15 páginas en la que se repasaba la vida del Generalísimo, así como su anecdótica relación con esta provincia manchega. La tirada, de más de 5.000 ejemplares, se puso a la venta al mediodía y se agotó rápidamente, siendo necesaria una reedición al día siguiente para satisfacer las necesidades informativas de los lectores.

A pié de calle la expectación era grande; la noticia, esperada durante todo el año, marcó un periodo de cautela, incertidumbre y esperanza. Apenas si ocurrieron hechos destacados durante la jornada al margen de las muestras oficiales de condolencia y las medidas institucionales al efecto: 30 días de luto nacional (con banderas a media asta con crespones negros, y la obligatoriedad de autoridades y funcionarios de vestir con corbata negra); suspensión de los espectáculos públicos hasta el domingo 23 (el futbol hasta las 15.00 h.) y las actividades académicas hasta el día 27. Sin embargo, fábricas, comercios o restaurantes continuaron con su jornada habitual ya que únicamente se declaró inhábil el sábado día 22, víspera del funeral de Estado previsto para el domingo día 23.

En Ciudad Real capital, el vecindario se enteró del deceso a primeras horas de la mañana por el disparo de salvas de ordenanza por dos piezas de artillería de una batería del Regimiento de Artillería de la guarnición capitalina, que continuarían las jornadas siguientes. En Daimiel, los sentimientos fueron contradictorios, aumentaron las ventas de corbatas y lazos de color negro, pero algunas tiendas incrementaron las ventas de bebidas alcohólicas; es decir, nada diferente a lo ocurrido en el resto del país. El ayuntamiento dispuso de un libro de firmas al servicio de todos aquellos ciudadanos que quisieran presentar públicamente sus condolencias. Hubo algunos actos destacados como la organización por los miembros del Movimiento de un viaje a Madrid para despedir personalmente al fallecido, ocupándose varios autobuses.

El único acto institucional se limitó a un funeral en la parroquia de Santa María (que dejó en la calle a gran cantidad de fieles) concelebrado por dos párrocos, el rector de los padres pasionistas y seis sacerdotes más; y al que asistieron entre otros, el alcalde, el juez de primera instancia y el capitán de la Guardia Civil. Se levantó un túmulo en el altar cubierto con la bandera nacional y “los atributos de la Jefatura del Estado” (sic). La homilía, como no podía ser de otra manera, estuvo íntegramente dedicada a la exaltación de la figura del dictador.

Aprobado por el pleno municipal, se solicitó al Gobierno Civil la construcción por suscripción popular de un monumento (ahora desaparecido) como homenaje al fallecido general, que recibió un reducido número de aportaciones económicas que hizo peligrar su materialización.

La noticia más destacada la constituyó la ausencia de incidentes y la creencia casi absoluta en el inmediato cambio de régimen y su evolución hacia la democracia. Las personas entrevistadas que vivieron estos momentos con especial relevancia destacan sobremanera la madurez política de los daimieleños demostrada con su posicionamiento lejos de los extremismos radicales de épocas anteriores y la recuperación pacífica de la memoria colectiva evidenciada públicamente en las urnas.

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