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Manuel Molina
Siempre he pensado que el fútbol «se nace». Que por mucho que trabajes y mejores si no te han dado ese don con la pelota es complicado deslumbrar. Es cierto que el entrenamiento constante y la dedicación devuelve su recompensa, pero se necesita algo más, esa capacidad para llevar dentro el deporte.
Jaime siempre la tuvo, desde aquellos primeros años 90 donde volaba con el balón pegado al pie en las pistas del Colegio Público Calatrava. Las piernas eran numerosas y la masa de niños frenéticos buscando la pelota no eran problema para él. Regateaba con una velocidad de navaja, con una precisión diferente a los demás. Podía llevar el balón de portería a portería saltando y esquivando patadas y agarrones. Lo sé porque estaba allí, observando su destreza.
Es lo que tiene «un don», hay quien nace con una garganta afinada o la mano perfecta para pintar; Jaime nació con una predisposición al fútbol. He vivido junto a él éxitos y fracasos, sueños y metas. Hemos caminado por la infancia y la juventud, que es donde se tejen las grandes amistades. El Daimiel RCF, su afición y su capitán merecían este ascenso. Lo merecían por justicia poética y por aquello que llaman destino. Porque no había mejor final para un jugador veterano que llevar a su pueblo a otra categoría como capitán y con la espalda (y las piernas) llenas de fútbol. Pero a veces la poesía queda lejos del deporte y la moneda cae de cruz. No pudo ser, y el broche final que se tenía que haber escrito en una carrera larga con clubes importantes en el curriculum no llegó esta vez para Jaime.
Así es el deporte y la vida, y no queda más que aceptarlo. Sabía de la importancia de esta promoción de ascenso para él, y no sé si querrá intentarlo de nuevo la próxima temporada, o tal vez sienta ya el deseo de poner el punto final. Mientras tanto, escribo estas líneas recordando el comienzo. Aquellos partidos interminables en las porterías de las “Tres Rosas”. El sol poniéndose en una tarde plácida de verano junto a las vías del tren. La calle Alarcón y la mirada de un niño que sueña con parecerse a los grandes jugadores. Las botas gastadas y las rodillas con rasguños. La sonrisa tras el gol y el abrazo del equipo. El número cosido en una camiseta blanca. La infancia y el balón.
El ascenso llegará. !Ánimo Daimiel¡