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José Ignacio García-Muñoz (Queche)
Corrían los años cincuenta, y aunque el ciclismo ya era un deporte muy popular, no había alcanzado las cotas de hoy en día gracias a la televisión que tan buenas siestas nos proporciona durante las retransmisiones. Sin embargo, “El Águila de Toledo” también conocido anteriormente como el “Lechuga”, ya se batía el cobre por esas carreras y carreteras de Dios disputándose la gloria contra hombres como Jacques Anquetil o Telmo García.

A Federico Martín Bahamontes, nacido en Santo Domingo-Caudilla en la provincia de Toledo (que como el resto de la Mancha no tiene grandes puertos de montaña) le dio sepa Dios porqué, por correr en bicicleta y, además ser uno de los mejores escaladores de la historia de este deporte. De él, se cuentan historias que ya se han convertido en leyenda; como aquella referida a su coronación del alto en las estribaciones de la Roméyre durante la disputa del Tour en 1954. Andaba Federico escapado con otros tres ciclistas, dos franceses y un suizo, cuando el coche de apoyo del ciclista suizo les alcanzó para situarse al lado de su pupilo y comunicarle que no diera relevos. En ese momento saltaron unas piedras que fueron a dar en la rueda trasera de la bicicleta de Bahamontes rompiéndole varios radios. Lejos de amilanarse, el de Toledo se bajó de la bicicleta, soltó el freno trasero para que no rozase en la rueda deformada, y continuo la etapa, y no contento con esto les metió tres hachazos a sus compañeros de fuga llegando a la cima con varios minutos de ventaja.


Una vez arriba se bajó de la bicicleta a esperar al coche de asistencia y como quiera que este tardaba, se dirigió a un puesto de helados que había por allí y ordenó en un correcto francés uno con dos bolas de vainilla. Al coronar sus compañeros de fuga, no daban crédito a sus ojos viendo como el “Águila” les saludaba al pasar. Cuando Julián Berrendero llegó con el coche de apoyo, decenas de fotógrafos habían inmortalizado el momento que contribuyó a engrandecer la figura de leyenda del gran escalador que en 1959 ganó la ronda francesa y seis veces el premio de la montaña. También, el suceso contribuyó a alimentar la fama de excéntrico de nuestro paisano que en realidad no quería mofarse de sus contrincantes, sino que realmente tenía una avería…pero bueno, ya sabemos cómo son estos gabachos cuando les ganas.

Cuentan que Bahamontes ganó su primera carrera a los diecinueve años con una bicicleta de paseo que había comprado a un herrero por “treinta duros”, pero quizá su forja de escalador en una tierra llana, comenzó a fraguarse durante la época de penuria económica que siguió al final de la Guerra Civil. Durante ese periodo, Bahamontes se dedicó al estraperlo para contribuir a la economía familiar, y muy a menudo viajaba a Torrijos o Gálvez a por mercancía que su madre revendía en la ciudad de Toledo por fuera del mercado cuyos abastos estaban sometidos a racionamiento. Los 30 kilómetros cargado de ida y otros tantos de vuelta, más las cuestas de Toledo debieron contribuir a formar el carácter escalador que posteriormente le diera fama en el mundo.


En Daimiel, por aquellas fechas, y durante la celebración de nuestra feria, se organizaban también carreras ciclistas en las que participaban con mayor o menor fortuna algunos de nuestros paisanos tal vez deseosos de emular al ídolo nacional, y cuenta la historia que, en una de esas carreras incluidas en los festejos de ferias, participó un vecino de Daimiel particularmente competente y que al igual que Bahamontes sacó una distancia respetable al segundo clasificado. Éste, viendo su orgullo herido por la derrota, reclamó a la organización argumentando que alguien había ayudado al ganador remolcándolo con una moto, y cuentan también, que en la entrega de trofeos enterado el ganador de la acusación que hacían sobre él, se acercó al acusador y le arrimó un guantazo al tiempo que le decía ¿¡A quién han remolcao en la moto amotero!? Ni comité de reclamaciones ni ná de ná. Así resolvía las cosas la U.C.CH. (Unión Ciclista Chucha).