CRÓNICA DEL GRAN APAGÓN: CUANDO LA OSCURIDAD NOS DEVOLVIÓ A LA EDAD MEDIA (OSEA, A ESTAR SIN WIFI)

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Paki García Velasco Sánchez

Un poco de humor nunca viene mal, y después de lo que hemos vivido este último lunes, diría que incluso aún mejor.

Y es que el 28 de abril de este 2025, quedará marcado en la historia de nuestro país tras producirse un gran apagón. Porque a eso de las 12,30 del mediodía del susodicho lunes, fue cuando la civilización moderna, tal y como la conocemos, se tambaleó. El evento, que ya algunos han bautizado como: «El Apagón del Siglo» (vale, vale, tan solo lo dijo mi amiga en un comentario conmigo), pues eso, que cuando la extinción de luces nos sumió en una oscuridad tan negra y profunda, por un momento creí que me había convertido en el personaje de una serie postapocalíptica o de zombis.

Todo comenzó con un clic sospechoso seguido de un clásico silencio, ese silencio tan incómodo que te deja escuchar hasta ese mosquito que pasa zumbando a dos metros de ti. Las luces se fueron, la radio dejo de sonar (dejando al pobre de Bob Marley y su “Everything’s Gonna Be Alright” con la segunda estrofa en la boca), y ya para rematar la faena y hacer un pleno al quince, al cabo de cinco minutos, la wifi también se vino abajo; y con ella, nuestra cordura y nuestras ganas de vivir (como se ve, sigo exagerando el tema). De repente, descubrimos que las lámparas en estos casos no sirven para nada, y que si no tienes velas: ¡adiós luz! Que el cargador solar que compraste en aquella oferta, no carga ni una calculadora, y que tu vecino de calle, ese que saluda con una especie de gruñido, también tiene miedo a la oscuridad.

Hubo escenas dignas de película: familias redescubriendo que se puede hablar cara a cara, adolescentes intentando entender cómo se jugaba al Uno o al Chinchón sin app, y un padre intentando explicar a sus hijos qué es una linterna «de pilas», como si fuera un artefacto ancestral. O como en mi caso y el de otros muchos, desempolvar y sacar del baúl de los recuerdos mi pequeña radio, mi “arradiejo”, esa del año catapúm chinchín gori gori gori surususú (jajaja, no me he podido resistir poner la tontá entera), y meterle dos pilas en la tripa para ver que se cocía por esos mundos oscuros en estos momentos de incertidumbre y desinformación.

Y es que todo esto me ha dado por pensar que algunas personas no saben o no sabemos hacer nada cuando pasa algo como esto último vivido con las redes sociales, nuestra vida da un giro de 180° y no sabemos por dónde agarrarla. ¿Te parece a ti el hostiòn que se metió el teléfono, el Instagram, el feisbu, el wasa y la madre que los parió? Porque encima no fue a nivel de casa…. noooooo…. que fue ni más ni menos a nivel nacional e incluso se extendió más allá de nuestras fronteras!!!!

Y así pasó, con el apagón la gente no sabíamos que hacer, los caminos y alrededores del pueblo se llenaron de caminantes (no precisamente los de la serie Walking Dead), sino de gente andando y paseando porque algo había que hacer para matar el tiempo. Algunos se dieron cuenta que podían levantar la cabeza y mirar al frente y no solamente para el móvil, otros también vieron que tenían personas alrededor (eso que vulgarmente llamamos familia), otros no tuvieron tanta suerte y les dio tal ataque de ansiedad al darse este chute de realismo puro, que intentaron encender la tele con la mente por telepatía o pretender actualizar el Instagram soplando a la pantalla del móvil.

También se de muchas que retomaron viejos hábitos y se pusieron a hacer punto de cruz y cadeneta, algunos se de buena tinta, (y esto es lo más tremendo y llegó a tal extremo el caos), que estuvieron leyendo un libro de su lejana juventud (porque la neurona no daba pa más) un libro de esos infantiles/juveniles de las aventuras de Los Cinco, hasta que ya no hubo resquicio de luz (yo mismamente) jajaja ¡casi ná los del ojo y lo llevaba en la mano.

Y hubo casos así hasta poco antes del anochecer, cuando la gente que aún estaba en las calles comenzó a marcharse a casa. Los columpios quedaron vacíos, las calles desiertas y en silencio mientras el sol se ocultaba; aquello parecía una típica escena sacada de la peli de Will Smith “Soy Leyenda”, reconozco que daba algo de grimilla y malestar.

Luego llegó la noche y con ella el mundo se sumió en tinieblas, esas tinieblas tan solo rotas por los faros de algún coche que pasaba en momentos puntuales. Y aquí en este instante es donde entró en juego la reina de la casa en estos duros momentos, ¡nuestra señora vela!, esa pobre infeliz que llevaba años metida en el cajón del olvido y que estaba abandonada a su suerte sin que nadie la molestara, esa que seguramente pensó que terminaría sus días sin prestar el uso para el cual vino a este mundo.

Y así, con la habitación entera iluminada por su bailarina llama, nos reunimos toda la familia alrededor de ella, como en los viejos tiempos, como antaño hacían nuestros mayores cuando se les fundían los plomos y tenían que echar mano de ella colocándola dentro de un botellín de cerveza Mahou como porta velas.

Seguro que durante las horas que duro todo aquello y en donde nuestra protagonista, la vela, fue el centro del universo, se sintió feliz, se sintió útil, se sintió viva y parte de algo grande. Y todo ello escuchando nuestras historias, o viéndonos reír mientras jugábamos a las cartas (mal, porque no se veía un pijo, pero algo es algo), o cómo nos quejábamos y maldecíamos la oscuridad y la falta de wifi (como si de oxígeno para vivir se tratara).

Pero como toda estrella, su brillo fue efímero porque volvió la luz (gracias a Dios). Se oyó un ¡ALELUYA! colectivo en todo el barrio y nuestra amiga de cabellos de fuego, esa bailarina de llamas sobre su pedestal de cera, fue apagada de un soplido sin miramientos, así, con la misma frialdad con la que se ignora un mensaje doble check azul del WhatsApp. Supongo que eso es la fama, brillas un rato y luego… otra vez a la negrura y al olvido en el cajón desastre.

Y es que después de las horas de oscuridad que tuvimos, cuando ya habíamos aceptado que viviríamos a la luz de las velas y comeríamos galletas rancias hasta el fin de nuestros días, la luz, poco a poco y muy tímidamente, volvió. Aún recuerdo los gritos de júbilo que se oyeron en la calle, algunos llorando, otros actualizando sus estados como si acabaran de sobrevivir a una invasión alienígena…porque eso sí, lo primero que hicimos fue revisar si la wifi había resucitado o en su defecto seguía en el Limbo, ¡prioridades creo que lo llaman!

Y eso son algunos de los efectos (menores) que pueden suceder al vivir en este mundo moderno y enchufados a las redes sociales casi las 24 horas del día los siete días de la semana. Pero bueno, a ver por dónde nos salen los superiores y a ver que escusa ponen para este fallo que nos dejó a tod@s tiritando y de mala manera.

Moraleja: tal vez no estemos preparados para el apocalipsis… pero al menos ahora sabemos dónde están las velas… maaaaaás o menos.

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