841 visitas, 4 visitas hoy
Jesús Camacho
Datos obtenidos del artículo: El carnaval en La Mancha: de las cofradías de ánimas a la máscara callejera MOYA GARCIA, Concepción / FERNANDEZ-PACHECO SANCHEZ GIL, Carlos. Publicado en la Revista de Folklore número 470 (Año 2021)
Durante los siglos XV y XVI, existía un culto casi prioritario al Santo Sacramento y a las Ánimas benditas en todas las parroquias de nuestra geografía, y por este motivo, aparecen las cofradías relacionadas con el culto a las almas del purgatorio, que son todas aquellas almas que mantienen algún pecado cuya penitencia no se ha saldado de forma suficiente en vida para poder entrar directamente al cielo. Por ello, se entiende que las Ánimas benditas son las que pueden interceder en favor de estos pecadores a través del sacrificio y de la oración de los vivos.
No obstante, en este proceso de purificación tiene un papel fundamental la Virgen del Carmen, poderosa intercesora de las Ánimas del purgatorio y valedora de todos los difuntos, como así lo reflejó la Bula Sabatina promulgada por el Papa Juan XXII en el año 1322. En ella, se expuso que «el sábado siguiente a la muerte, la Virgen del Carmen intercedería para que el alma del difunto, que ha vestido con devoción el Santo Escapulario, saliera del purgatorio y pasara a la Vida Eterna».

Desde mediados del siglo XV, se impulsó desde la Iglesia todo un conjunto de devociones, siendo la devoción a las benditas Ánimas del Purgatorio una de las más asentadas.
Relación de las Ánimas con los carnavales
Se han encontrado referencias a las carnestolendas (carnaval) en pueblos de la Mancha desde el siglo XVII, aunque es desde el siguiente cuando se observa una amplia relación entre esta celebración y las cofradías de Ánimas, cuyos miembros se disfrazaban o formaban alardes, para recorrer las calles pidiendo limosnas y donaciones en especie, durante los días de carnaval.
La fiesta se nutría de tradiciones y actos muy arraigados en la mayoría de los pueblos manchegos, como los ofertorios o pujas de donativos de los fieles, los desfiles de soldadescas y alardes, la procesión del tambor y la bandera acompañados de animeros vestidos para la ocasión, las «caballerías» con desfiles de caballos y acémilas, los «bailes de Ánimas» con las pujas de las parejas, las «mojigangas» o representaciones teatrales, las danzas, las alegorías de la vida pastoril y de la defensa contra las alimañas.
La llegada del carnaval burgués, a partir de mediados del siglo XIX con bailes en los casinos, elegantes disfraces de época, comparsas, estudiantinas, desfiles de carrozas y vehículos, fue desplazando poco a poco las tradiciones populares, desapareciendo muchas de ellas a finales del siglo XIX y comienzos del XX.

El carnaval de Ánimas fue transformándose para dar lugar a la máscara callejera y los mascarones, que compartieron espacio con la fiesta más refinada de las clases pudientes hasta el comienzo de la Guerra Civil.
Las cofradías de ánimas y el carnaval en la Mancha
Las cofradías de Ánimas del purgatorio surgen en la Mancha a lo largo del siglo XVI, encontrándolas por toda su geografía. En el Campo de Calatrava, las primeras que aparecen citadas lo hacen en Almagro y Daimiel, en la última década del siglo XV. Durante las siguientes décadas irán surgiendo en la práctica totalidad de los pueblos, y allí donde no llegan a materializarse, se crean patronazgos con la función de recaudar fondos para las misas de difuntos y por la salvación de las almas del purgatorio.
A lo largo del siglo XVII fueron creciendo, como consecuencia de los importantes y continuos ingresos de las limosnas y las mandas testamentarias que se entregaban, asegurándoles una situación económica saneada.
Las misas de Ánimas se decían los días laborables a primera hora de la mañana, para que los vecinos pudieran escucharla antes de acudir a sus labores diarias, mientras que los domingos y festivos se retrasaban, para no restar asistencia a la misa mayor.
Durante el siglo XVIII se observa una amplia relación entre la fiesta del carnaval y las cofradías de Ánimas. Sus miembros recorrían las poblaciones solicitando aportaciones y limosnas, acompañados de un tambor y una bandera, en ocasiones disfrazados o acompañados de una compañía o alarde, que apoyaba su actuación y le daba mayor vistosidad.
La población en la que se observa un mayor desarrollo de la fiesta es Daimiel, donde la cofradía y soldadesca de las benditas Ánimas de la parroquia de Santa María, con ordenanzas aprobadas en febrero de 1657, tenía agregadas otras llamadas de «Moros y Cristianos» y de «los Rotos» junto a otras «mojigangas», las cuales paseaban por sus calles los tres días de carnestolendas, recogiendo limosnas y ofrecimientos, con los que se hacían honras a las ánimas, y lo sobrante se entregaba a los sacerdotes y religiosos para misas por ellas.

El carnaval callejero y burgués en la segunda mitad del siglo XIX
En la segunda mitad del siglo XIX, el carnaval vivió un gran auge, convirtiéndose en una de las fiestas más animadas del calendario, contando con una gran aceptación ciudadana, con desfiles de máscaras y bailes, aunque también provocaba división y antagonismo entre las capas sociales más liberales y jóvenes, frente a la parte de la sociedad más religiosa, que veía en esta fiesta un ataque a sus ideas y al período de la cuaresma, realizando actos de desagravio por los excesos carnavalescos.
Los bailes en los casinos y locales se sucedían en los pueblos importantes de la Mancha, acompañados en ocasiones de desfiles de carrozas, estudiantinas y otras actividades lúdicas. En Daimiel destacaba el Teatro Ayala, donde se celebraban bailes el domingo, el martes de carnaval y el domingo de Piñata, encargándose de amenizarlos la banda municipal. En ellos predominaban las mujeres jóvenes disfrazadas, lo que nos indica una mayor implicación del género femenino en el carnaval burgués.
Otro elemento importante eran las estudiantinas, grupos de jóvenes disfrazados, que recorrían la localidad tocando piezas musicales y pidiendo una pequeña aportación al público, manteniendo el carácter postulante de la fiesta, aunque en este caso en lugar de ser para las Ánimas, era para financiar su mantenimiento.
Las máscaras y disfraces no se limitaban a las salas y casinos, aunque fuesen el principal foco de atracción. Durante las tardes del lunes y el martes de carnaval de 1886, los jóvenes de Daimiel, al contrario que en años anteriores que solo se disfrazaban para los bailes, estuvieron recorriendo las calles de la localidad con sus máscaras, visitando a amigos y parientes, lo que favoreció una gran animación y alegría en todo el casco urbano, provocando el incremento del carnaval callejero. El miércoles, la actividad se desplazaba al paseo del Carmen y la zona del río, donde la gente paseaba y participaba en bailes al aire libre.
Normas municipales para el control del carnaval
A finales del siglo XIX, ante el continuo aumento y desarrollo de la fiesta, los Ayuntamientos comenzaron a regularla, dictando normas para su control, las cuales siguieron con una estructura muy similar en los comienzos del XX.
Las ordenanzas municipales de Daimiel, publicadas en 1888, dedicaban el artículo 7 en su totalidad al carnaval. En él se prohibía usar trajes ofensivos al pudor, así como cometer acciones contra la moral o pronunciar cantares que pudieran inferir igual ofensa. Una apostilla al final, indicaba que estas prohibiciones no se referían sólo a esa fiesta, sino que tenían un carácter permanente.

Las limitaciones buscaban, sobre todo, impedir los conflictos y altercados, evitando que las personas disfrazadas portasen armas, pero también se centraban en temas morales, prohibiendo los vestidos poco pudorosos, que atentasen contra la moral existente, y disfrazarse o burlarse de los poderes fácticos del momento (militares, fuerzas del orden, religiosos, jueces y políticos).
En los años finales del siglo XIX, el carnaval en la Mancha había evolucionado hacia una fiesta popular, con bailes, desfiles, estudiantinas y mascaradas, pese a lo cual se conservaban en numerosos pueblos las tradiciones que habían formado parte de su sustrato original, ligado a las cofradías de Ánimas, los ofertorios, las procesiones de peticionarios acompañadas de tambores, banderas y danzas, los recorridos de caballerías o las representaciones de la vida pastoril y los peligros que le acechaban, disfrazándose de lobos y otros depredadores del ganado. En todas estas actuaciones se buscaba la obtención de fondos para las misas de difuntos, en una catarsis frente a la muerte, realizada mediante el disfraz, la música y la danza.
Hacia 1886, se indicaba en Daimiel que mientras que en las grandes ciudades se celebraban los bailes de máscaras con gran ornato, en los pueblos, aunque sean de importancia, tienen un nombre «casi fantástico»: bailes de Ánimas. Al tener un carácter religioso, podían ser frecuentados por «muchachas honestas», y el dinero obtenido se gastaba en la cera que iluminaba el altar de las ánimas.
En estos carnavales se mantenían las tradiciones del tambor de los «Rotos», que anunciaba la fiesta, las concordias de galanes y pastores, los ofrecimientos y las máscaras de carnaval.
El baile de Ánimas era una ancestral tradición, que se celebraba en un salón espacioso y recién blanqueado, alrededor del cual se colocaban sillas de enea en las que se sentaban las mujeres, mientras que en un lateral se situaban la banda de música y las autoridades o personas mayores encargadas de regularlo. Cada pieza del baile tenía un precio, que debían pagar los hombres que se agrupaban en la entrada del local conviniendo, entre ellos, a quien iban a invitar a bailar y el precio que pagarían.
Los bailes, eran precedidos por las concordias, que eran dos: la de los galanes y la de los pastores, que contaban con varias insignias u oficios, un bastón y una bandera multicolor, que portaban los vecinos de la villa que habían ofrecido mayor cantidad de dinero por llevarla. Para decidir quien portaba cada elemento, durante la concordia se procedía a la puja entre los interesados. Lo obtenido en las dos concordias se utilizaba para sufragar las misas y la cera de Ánimas.
Otra antigua tradición eran las «caballerías» y cabalgatas que recorrían en las calles y plazas de la población, siguiendo el agudo sonido del clarín. En Daimiel, cada una de sus dos parroquias vestía con plantas, ramajes y frutas una carroza que adornaba con sus banderas, siendo acompañada por un nutrido tropel de jinetes. Durante las fiestas se celebraban dos: la caballería mayor y la menor, siendo ganada por norma general cada una de ellas por una parroquia, evitando de esta forma los desencuentros.
Poco a poco, estas tradiciones fueron cayendo en desuso, y en 1886 al no haber ninguna persona que quisiera desempeñar los oficios de Ánimas, tuvo que ejercerlo un representante municipal, al tiempo que la concordia de los galanes suprimió el tambor en sus actos, alegando el luto de algunos de sus miembros, siendo cada vez menor el número de caballerías que acudían a la convocatoria.

Los pastores de Daimiel salían el «jueves de comadre», recorriendo las calles, acompañados del redoblante y de la bandera de los oficios, pidiendo para el sostenimiento del culto de las misas de Ánimas.
Por la noche, se celebraba el baile de Ánimas, en él los hombres pujaban por bailar una pieza con una mujer y cuanto más alta era la cantidad aportada, más orgullosa se sentía la «ofrecida».
El carnaval en las primeras décadas del siglo XX
Con el paso del tiempo, las tradiciones se fueron perdiendo paulatinamente en muchos lugares, siendo suplantadas por las nuevas tendencias festivas. La costumbre del paseo de las «caballerías» fue desapareciendo en Daimiel, siendo sustituido por los desfiles de carrozas, como sucedió en 1917.
La estrecha relación entre las cofradías de Ánimas y el carnaval en la Mancha está claramente documentada, formando parte de su origen y desarrollo. A lo largo de los siglos XVII, XVIII Y XIX, este vínculo fue ampliado y reforzado, con unas tradiciones y usos comunes que se establecieron en la mayoría de los pueblos de los distintos territorios manchegos.
La llegada de una nueva visión del carnaval a mediados del siglo XIX, más lúdica, festiva y urbana, atrajo a la burguesía y a los jóvenes, transformando la forma de celebrar la fiesta, y provocando el declive de costumbres arraigadas en algunos pueblos, siendo muy pocos los que consiguieron compaginar los dos modelos de carnaval.

Aunque las décadas de régimen franquista supondrán un parón en la fiesta del carnaval, al prohibirla las autoridades por considerarla una celebración irreverente y peligrosa para la seguridad, el pueblo siguió manteniendo, como pudo, antiguas tradiciones con mayor o menor fortuna, gracias a ello, parte de esas tradiciones aún perviven en algunos pueblos de la Mancha sumando años de antigüedad como el «carnaval de Ánimas» de Herencia con su aclamado desfile del ofertorio, los funerales de Ánimas y un personaje cómico: el «Perlé»; en Torrenueva con la «Borricá», donde un abanderado a caballo recorre el pueblo con el estandarte de Ánimas acompañado por un cortejo de jinetes; en Albaladejo con el «loberico» mezcla de hombre y lobo, junto con la danza de Ánimas o de las espadas y su cortejo de danzantes; en Malagón con el desfile de las banderas o en Daimiel con el baile de Ánimas que recuperó la Asociación Folklórica Virgen de las Cruces en el año 2016, tras largos años de olvido.