UN PASEO POR LAS NUBES

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Miguel Domínguez

En un pequeño pueblo de la provincia de Toledo de apenas 4.000 habitantes, viven unas 600 personas de la República de Mali, un país de África Occidental.

Por esa razón, la localidad de Recas, situada en la comarca de la Sagra, es conocida como “la pequeña Mali”.

De un lugar a otro hay una distancia enorme en kilómetros, casi 5.000 mil, y un abismo cultural y social que afecta especialmente a las mujeres.

En Mali, como en otros países del entorno, se lleva a cabo la mutilación genital femenina (ablación) a las niñas antes de la pubertad. Consideran desde tiempos remotos que es una manera de aceptación social, sin la cual, corren el riesgo de ser rechazadas por la comunidad. Con ello aseguran la virginidad para el matrimonio y la fidelidad después de él. Es una praxis aceptada socialmente y sin consecuencias legales en este país.

La Organización Mundial de la Salud considera que es una violación de los derechos de los derechos humanos de las mujeres y niñas. En España supone un delito, por eso, cada vez que, en el colegio de Recas, se enteran de que alguna de sus alumnas va a viajar a Mali, se inicia un protocolo que pretende evitar esta práctica.

Este texto está inspirado en las mujeres de Mali que viven en Recas y en la labor que realizan de forma conjunta Médicos del Mundo, el colegio César Cabañas Caballero y el centro de salud de la misma localidad, en su lucha contra la mutilación genital femenina.

Les invito a dar un paseo por las nubes.

29 de junio, Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid -Barjas.

Sira se acomoda en el asiento 46A. Es la primera vez que sube en avión. Se alegra de la suerte que ha tenido porque le ha tocado al lado de la ventanilla, al menos hasta que el Boeing 787-9 que despegará de Madrid en unos minutos, aterrice en Estambul, donde tendrán que coger otro para llegar a Bamako, la capital de Mali, el país de origen de sus padres.

A su corta edad (nueve años recién cumplidos en mayo) podrá ver antes que sus amigas el cielo desde cerca. Está desando despegar para comprobar si las nubes se desvanecen al pasar porque son vapor de agua, como asegura su profe Luisa, o si están hechas de algodón y flotan libres por el cielo, como siempre ha creído.

En el asiento 46B, Kamite, su madre, por fin ha conseguido que Kamory se duerma en su regazo. El pequeño tiene diez meses y es un torbellino de energía que acaba con sus pocas fuerzas. Todavía se siente débil. No se ha repuesto de las secuelas que le produjo el parto. El fantasma de las hemorragias interminables que estuvieron a punto de acabar con su vida aún está muy presente. Pese a que la doctora le ha aconsejado que era demasiado prematuro viajar, le ha sido imposible convencer a su marido para retrasar el viaje hasta el año siguiente.

A su lado, afanado en conseguir abrocharse el cinturón de seguridad de la plaza 46C, se encuentra Amadou, quien, a juzgar por su aspecto, parece más el padre que el marido de Kamite, y es que, como es costumbre en su país, se casaron tras un acuerdo entre familias cuando él tenía cuarenta y ella apenas quince años.

Amadou ha vivido los últimos meses con mucha tensión. Desde que en febrero consiguiera los billetes, supo que aquel era un viaje especial. Hasta ese instante estaba convencido de que había llegado el momento en el que su hija debería someterse al rito ancestral que han seguido todas las mujeres de su etnia desde siempre. Sira cuenta con la edad perfecta y tal vez la próxima vez que puedan reunir dinero para viajar a Mali, esta sea demasiado mayor. Pero en el colegio se enteraron de que a finales de junio tenían previsto marcharse. Entonces, comenzaron las preguntas, las pegas y el sentido del viaje cambió totalmente de rumbo. Amadou, está sgobiado. Si su hija no se somete a la ablación de sus genitales, como habían pensado, todo cambiará para ellos; será un desprestigio, no podrá salvaguardar su castidad y, por tanto, no será apta para el matrimonio, cayendo en el ostracismo más absoluto.

Sira bosteza. Ha dormido poco por la emoción y ha tenido que madrugar mucho para llegar al aeropuerto. Enciende el monitor que le queda delante y bichea hasta que encuentra la sección de películas infantiles. Está deseando probar los auriculares de color naranja que le han regalado al subir al avión. Después de unos minutos se decide por una de Gru (le encantan esos monigotes amarillos). Con tantas emociones se le ha olvidado del miedo que tenía a volar y su preocupación por si el avión se estrellaba. Apenas ha salido de su pueblo. Ella no se ha ido cada verano de vacaciones a la playa como sus amigas, por eso, este momento es tan espacial. Nació en Toledo cuando sus padres apenas llevaban cinco meses en España y es la primera vez que va a Mali. Se alegró mucho cuando lo supo. Por primera vez, podría ver sin un móvil de por medio, la piel lisa y tersa de su abuela Mariam y recorrer con sus primas las calles de tierra roja de Bamako.

Se gira y de refilón observa que el rostro de su madre está serio. Igual tiene que ver con todo el revuelo que se ha formado alrededor del viaje. Hace apenas unos días, antes de que finalizara el curso, el director entró en clase y le pidió que saliera. En cualquier otra ocasión se hubiera alegrado de saltarse la clase de matemáticas, pero esta vez algo le decía que el asunto era serio, sobre todo, cuando se percató de que en el hall de entrada la esperaban sus padres. Le contaron que debían ir al centro de salud para hacerle un reconocimiento.

Kamite se encuentra sorprendida por la mirada de Sira y para no contagiarle sus preocupaciones se esfuerza por ofrecerle una sonrisa. La niña se la devuelve y al momento regresa embelesada a la pantalla.

La mujer ha temido que llegara este momento. No quiere que su hija se someta a la misma prueba dolorosa y denigrante a la que le obligaron a ella cuando tenía su misma edad,

Lo que comenzó como una fiesta tradicional junto a todas las mujeres de su tribu, en la que celebraban que ella y varias de sus amigas abandonarían su infancia para pasar a ser mujeres limpias, puras y aptas para el matrimonio, terminó en una pesadilla que ha marcado su vida para siempre. Kamite, jamás olvidará los gritos de pavor de la niña que entró antes en aquella habitación oscura, ni el olor metálico a sangre que impregnaban sus paredes cuando se tumbó en la camilla mugrienta. Mientras su madre y su abuela le sujetaban de pies y brazos una anciana de rostro sudoroso se le acercó con una cuchilla en la mano. Temió que el corazón se le saliera del pecho, quiso gritar pidiendo ayuda, pero no le dio tiempo. Sintió un dolor tan intenso que se le nubló la vista hasta que un zumbido atronó sus oídos y perdió el conocimiento.

Aquello solo fue el inicio. Después vendrían las infecciones, los días de fiebre y delirios, los puñales que parecían clavársele al orinar, y con la llegada de Amadou, la fobia a tener relaciones sexuales, el dolor intenso en cada penetración y la dificultad en los partos.

Si por ella fuera ese viaje no se habría hecho, pero su opinión no cuenta, está educada para acatar lo que Amadou diga. Su esposo decide, para eso es el hombre.

El avión se mueve hacia la pista de aterrizaje. En breve estarán en el aire rumbo a su país y eso pone más nervioso si cabe a Amadou, al que podrían contársele las noches sin dormir en las arrugas de su rostro. Los últimos días los ha pasado pegado al teléfono intentando explicarle a su familia de Bamako las condiciones que los españoles le han puesto para viajar. Les cuenta como unos señores fueron a buscarlo a su trabajo, y que salieron de la fábrica rumbo al colegio de Sira. Allí junto a su mujer y el director del colegio fueron al centro de salud donde la doctora comprobó que su hija tenía sus genitales en perfecto estado. Después le hicieron leer un documento que decía que la práctica que llevan realizando de generación en generación, está considerada internacionalmente como una violación de los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Le informaron que en España era un delito castigado con pena de prisión de 6 a 12 años y que le podrían quitar la patria potestad de su hija. Después, no le quedó más remedio que firmar un documento en el que se comprometía a que Sira no se sometería al rito. A la vuelta, en septiembre, la doctora volvería a hacerle el reconocimiento para comprobarlo.

Amadou, no escucha el rugido de los motores del avión que se están activando para el despegue. En su cabeza resuena en bucle la voz tensa de su padre al otro lado del teléfono gritándole que no puede permitir que los españoles se metan en sus tradiciones, que no tienen derecho y que si lo permite será una humillación y una vergüenza para su familia. Su cabeza es un torbellino de contradicciones. Teme el rechazo de los suyos cuando lleguen.

El hombre, que está acostumbrado al trabajo duro y a pasar horas incontables trabajando sin descansar, siente ahora una presión en la garganta, algo parecido a un nudo. Tiene ganas de llorar solo que no puede permitírselo.

Sira agarra con fuerza la mano de su madre mientras el avión despega. Observa cómo se aleja del suelo y todo se hace diminuto por momentos. Le espera un largo viaje. Al atravesar las nubes piensa por un momento que su profe tenía razón porque ha tenido la sensación de estar navegando por un banco de niebla; sin embargo, ahora que han tomado más altura y las ve desde arriba puede asegurar que son perfectas formaciones de algodón. Está deseando contárselo a sus amigas, pero eso será en septiembre cuando regrese. Ahora se imagina saltando de una a otra, dando volteretas o paseando descalza sobre ellas. El cansancio se apodera lentamente de Sira quien decide tumbarse sobre una a la que el sol acaricia. De esta manera la sorprende el sueño en el que se imagina el encuentro con su abuela, con sus primas y con las calles de Bamako.

Tres meses después. Aula de cuarto de primaria.

Toda la clase escucha en silencio. Sira describe lo maravilloso que fue su viaje a Mali. Les habla de su abuela Mariam y de lo parecida que es a ella o de lo divertido que fue corretear con sus primas entre los tenderetes de los mercados donde la gente compra.

Se esmera en encontrar las mejores palabras para que la profe Luisa y a sus compañeros se impregnen de los miles de aromas y fragancias que desprende esa lejana tierra, porque como bien le había contado muchas veces su madre, África huele diferente.

Finalmente se acerca a la ventana donde unas nubes de algodón permanecen ancladas en un cielo azul brillante y, buscando la complicidad de su maestra, les cuenta a todos lo mullidas que son al pasear descalza por ellas.

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2 comentarios

  1. Puff ya lo leí…👍🏻💪🏽🙏👏🏻👏🏻

    Madre mía qué realidades más difíciles hay, las cuales desconocemos, ignoramos y también evadimos…

    Mamma mía!!🤦🏻‍♀️😓😓😯🤷🏻‍♀️🤦🏻‍♀️🤦🏻‍♀️😔

    Me alegro que haya gente y organismos implicados para la ayuda para un mundo mejor🤔🤷🏻‍♀️🙏❤️

    Muy bueno el relato de Miguel…describe muy bien la situación y uno percibe perfectamente los detalles de su relato👍🏻🙏👏🏻❤️☺️

    Enhorabuena!!🙏👏🏻👏🏻

    • Efectivamente, Irene.

      Como bien dices, ¡qué realidades tan diferentes a lo que conocemos!

      He intentado poner al lector ante tres perspectivas distintas: la inocencia de la niña, el drama y el miedo de la madre y el contraste cultural y social del padre atrapado entre dos mundos.

      Grandísima la labor que se hace tanto en el colegio de Recas como en el centro de salud, coordinados por Médicos del Mundo.

      Me conmovió la historia desde el día en que la conocí.
      Gracias a Daimiel al día, puedo hacerlo llegar a más gente.

      Saludos.

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