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José Ignacio García-Muñoz (Queche)
La verdad queridos lectores, es que no sé muy bien donde quiero llegar, ni siquiera sé a ciencia cierta en que consiste eso de “ser viejo” porque es un concepto poliédrico, con muchas aristas algunas muy claras y otras no tanto, permitidme pues, que divague en vuestra compañía y tratemos de buscar algunas respuestas sobre un tema que a buen seguro a algunos ya nos toca de cerca y al que inevitablemente todos salvo fatalidad hemos de llegar. Veremos que dicen la biología y la medicina, que dice la sociedad, y que dice la filosofía al respecto de qué es eso de ser viejo.
Como siempre, la ciencia arroja desde su perspectiva aséptica como toda ciencia, un montón de información sobre el asunto, y la biología y la medicina son claras al respecto encuadrando el término bajo el concepto de salud- enfermedad:
La vejez no es más que la consecuencia de la acumulación de daños que el organismo ha sufrido durante su periplo vital. La propia vida va cobrando su tributo independientemente de que cuidemos nuestra salud peor o mejor; algo que terminará por precipitar o retrasar el proceso de envejecimiento pero no evitarlo porque estamos programados para ello. La capacidad de regeneración celular en los diferentes órganos es limitada, especialmente en el sistema nervioso del que dependen la vida de relación y social, la afectiva y la cognitiva.
Al principio del envejecimiento todo se hace más lento en nuestro organismo. Si tomamos como ejemplo una jornada de vendimia, y por más que algunos veteranos conserven un buen estado de forma, no se recupera igual un joven de 25 años que uno de 65, lo mismo que una noche de juerga pasa una factura más abultada a uno de 70 que a uno de 18, o el pronóstico de curación tras una enfermedad siempre es más favorable al joven que al viejo que necesita más tiempo, un concepto, este del tiempo sobre el que volveremos más adelante.
Llegados a este punto cabría la posibilidad de conceptuar la vejez no solo como un proceso evolutivo, sino como una enfermedad crónica, y saliéndonos del terreno puramente médico podemos en este punto entrar en el filosófico…A vosotros queridos lectores ¿os habla el cuerpo?
El cuerpo del joven apenas le habla, no así el del viejo. Cada día, una parte de nuestra anatomía nos cuenta su historia, una historia que viene de lejos, de aquellos lejanos tiempos de juventud y tal vez excesos, en los que no había comunicación porque no había nada que decir; ese cuerpo silente podía con todo, y ahora rara es la articulación que no tiene algo que contar, de modo que una característica del viejo es que su cuerpo le habla, y al contrario del joven que mayormente se contempla en el espejo, el viejo toma conciencia de él, y más importante aún, las cosas que el cuerpo nos dice son tenidas muy en cuenta a la hora de programar cualquier actividad. La salud no se nota, pero sí la enfermedad, y cuando un joven la pierde lo vive como una pérdida de libertad, de la posibilidad de hacer esto o aquello, o de ir de un lugar a otro; el viejo simplemente deja de hacer cosas lo cual nos lleva a otra encrucijada.
¿Cómo afecta el mundo a los viejos? ¿Cuándo uno empieza a ser viejo? ¿Hay una edad, o es simplemente cuando dejamos de hacer aquello que solíamos porque el cuerpo nos ha hecho comprender que ya no puedes o debes hacerlo?
Después de consultar con centenares de viejos (nótese que no utilizo eufemismos como: personas mayores o tercera edad) hay algunos estados que se repiten en muchos de ellos (evidentemente no en todos) con mayor o menor intensidad según su ubicación vital, y son los siguientes: aburrido, melancólico y arrepentido, a los que podríamos sumar el miedo.
El viejo (y ahora volvemos al concepto de tiempo que mencionamos antes) concibe la vida como un tiempo extendido, como el descuento de un partido que ya está decidido hace muchos minutos. Somos tiempo, y hay que ser viejo para reconocer lo breve que es la vida. Un joven tiene mucha vida por delante, un futuro infinito, un viejo tiene mucha vida por detrás, y sin embargo tiene un pasado muy breve; el viejo no solo toma conciencia del cuerpo sino del tiempo lo cual puede llevarle a la melancolía, a vivir mucho tiempo en el pasado porque es posible que muchos de sus contemporáneos incluyendo pareja y familiares estén ya al otro lado del tiempo.
Algunas veces, los psicólogos proponen en consulta a sus pacientes que, utilizando su imaginación dibujen una línea del tiempo, que no es más que la representación de la vida con un principio y un final a través de un trazo que, para algunos puede ser una línea recta, o plagada de curvas. En ascenso o en descenso. Plana o con dientes de sierra, o una combinación de todas ellas la imaginación no tiene límites, pero lo interesante es cuando se les pide que sitúen en un punto del trazado dónde están en este momento; lo cual define automáticamente su presente su pasado y su futuro. En esa línea imaginaria, el viejo sitúa por detrás un buen número de acontecimientos más o menos cercanos al lugar donde se ubica, pero por delante de ese punto muchas veces hay un espacio desolado (algo que también es común con las personas deprimidas) y cuando se analiza el pasado, aparece el arrepentimiento por las cosas que nos hubiera gustado hacer de otra manera.
¿Qué hace la sociedad con los viejos?
Las distintas sociedades y civilizaciones, han dado respuestas diferentes a esta pregunta en algunas ocasiones teniendo en cuenta su sabiduría y templanza como en las antiguas Roma Grecia y Egipto formando parte de los consejos de ancianos, o como en la edad media en que el estatus económico marcaba la diferencia entre pudrirte en la calle, o morir bajo techo y con cuidados más o menos competentes.
¿Y hoy en día?
Lo cierto, es que más allá de la familia (y a veces ni eso) a un viejo no lo quiere nadie, y por eso se crean instituciones en las que dejar además de nuestros viejos nuestra conciencia tranquila, aunque a veces haya bofetadas para entrar, y por desgracia a veces para salir. Se estima que entre 60 y 80 años está casi la mitad de la población mundial, una sociedad que prolonga la esperanza de vida, y crea más mayores, pero también nuevas responsabilidades.
Voy a ir terminando, y como dije al principio es muy posible que no haya llegado a ninguna conclusión; algo que tampoco pretendía, simplemente reflexionar un rato en voz alta sobre algo que tarde o temprano va a suceder. Tal vez usted querido lector estas reflexiones le dejen un poco frio, ya sé que para muchos la vejez es un tiempo en el que se puede encontrar la plenitud, y emprender nuevos retos personales es algo posible, pero hoy me quedo aquí, y no se me ocurre mejor final de momento que estas palabras de Hermann Hesse
Ser joven y hacer el bien es fácil, y estar lejos de todo lo vulgar; pero reír cuando el pulso se retarda es algo que hay que aprender. Y quien lo logra no es viejo. Luminoso se yergue aun entre llamas y con la fuerza de un puño doblega por entero los polos del mundo.
Al esperar anhelosa la muerte, no nos quedamos quietos. Queremos transigir con ella, queremos expulsarla.
No está la muerte ni aquí ni allí. Se alza en todos los senderos. Está en ti y en mí tan pronto como traicionamos la vida.
Ser viejo no es fácil como decíamos al principio, y aquí no damos fórmulas magistrales entre otras cosas porque no las tenemos…bueno, sí que puedo adelantar una:Deje usted que el cuerpo le hable, escúchele, pero en vez de quedarse callado contéstele con otra pregunta ¿Qué crees que si podría hacer?