HOGARES POSTIZOS

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Miguel Domínguez Palomares

Cuando no hay más remedio que marcharse, cuando tienes que abandonar inesperadamente el lugar donde vives, cuando la despedida es un hecho, la única ilusión quizá sea poder llenar pronto ese vacío con la esperanza de un regreso, eso en el caso de poder regresar.

Cuando esto te sucede con seis años (o con menos), no tienen en cuenta tu opinión, te marchas solo a otra ciudad dejando atrás lo que hasta ahora has sido y te recibe gente extraña; la inocencia y la ignorancia de esa edad son las únicas razones que te permiten mantenerte cuerdo.

Demasiados niños y niñas en nuestro país se ven obligados a abandonar sus hogares a edades muy tempranas para ir a vivir a viviendas tuteladas de menores, un recurso de la Administración que les acoge y tutela de manera temporal en algunos casos y definitiva en otros. Todo dependerá de la voluntad o la posibilidad de sus familias para solucionar errores y reconducir situaciones. A estos menores todo les viene dado y directamente, sin aviso, les convierte en víctimas. Todo dependerá de esa voluntad o de esa posibilidad, que ellos no controlan, para que no se sientan “almacenados”.

Son vidas quebradas nada más nacer, edificadas sobre cimientos de barro. La mayoría de sus padres tienen en común situaciones personales marcadas por la droga, la delincuencia, el maltrato, el abandono o todas a la vez. Estos chicos crecen en este entorno y lo normalizan. Quien ve a sus padres ir todos los días a trabajar, ayudarse, respetarse y cuidarse lo dan como normal y quienes los ven coquetear con la droga, forzando un coche o dando una paliza como discurso, puede que también.

Llegan a estas viviendas desorientados, los reciben manos desconocidas, corazones neutros. Se les programa una vida ficticia, “normal”, en un hogar postizo y, para evitar el riesgo social que supone estar con sus familias, se les educa contra natura, tratando de eliminar vicios perennes que en casa eran norma. Se les incluyen en estructuras sociales para los que, algunos, no están preparados, en unas nuevas realidades de cartón-piedra edulcoradas con maquillaje para disimular lo que son, han sido o tal vez van a seguir siendo.

Es la teoría del eterno retorno: el fallo del sistema (familiar, educativo, social, político…) hace que las consecuencias recaigan sobre los menores. ¿Se actúa mal o sencillamente el problema es difícil de abarcar? ¿Hay alguna forma de evitar esta situación?

La solución es complicada, pero la realidad dice que mientras algunos de los padres comparten celda, los hijos, habitación en las viviendas y así continúa el ciclo.

Los que retornan con sus familias al cabo del tiempo, suelen quedarse con una experiencia negativa/ambigua de su paso por las viviendas.

Los niños que no consiguen volver mendigan el cariño de todo el que se acerca, además, sustituyen esa carencia por cosas materiales con las que despistan su mente y la evaden. Al hacerse mayores, dentro de ellos, ha dado tiempo a que fermente la sensación de soledad, día a día, desilusión a desilusión. La inocencia y la ignorancia de los primeros tiempos, entonces, dejan de ser razones para mantenerse cuerdo y, a decir verdad, no les faltan motivos.

Pese a todo, estas viviendas, suponen una tabla de salvación para algunos menores sin las cuales su situación se agravaría. Por otro lado, en esta travesía, han sido educados por personas desconocidas a los que, injustamente y por desconocimiento, hacen culpables de su situación; sin embargo, estos nuevos referentes educativos que allí encuentran, pueden ser vitales para que los siguientes pasos que estos niños y niñas tengan que dar sean lo más seguros posibles.

A esta situación se une, que, en los últimos años, estas viviendas también están ocupadas por niños migrantes no acompañados que se encuentran a miles de kilómetros de sus casas huyendo de algún tipo de violencia. En un mundo tan opuesto y desconocido, lejos de sus familias, con nada en los bolsillos, tienen que caminar para abrirse un futuro arrastrando el sórdido sonido de la incomprensión y la duda.

Esta es la vida de muchos niños y niñas, este es su presente y la realidad que les toca vivir. No hay que irse muy lejos para encontrarnos con ellos. Están en nuestras ciudades, en nuestros colegios, sentados en un pupitre junto a nuestros hijos. Basta con quererlos ver.

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