IGNACIO SANCHEZ MEJIAS II

1930

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

 “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura. / Yo canto su elegancia con palabras que gimen / y recuerdo una brisa triste por los olivos”.

Así inicia su “Llanto” Federico García Lorca por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías su amigo, que también lo fue de toda la llamada generación del 27.


Se cumplen en unos días, concretamente el 16 de agosto, el aniversario de la muerte de Ignacio Sánchez Mejías en la vecina plaza de Manzanares y con toros de la tierra.


Nació Sánchez Mejías en Sevilla el 6 de junio de 1891, donde su padre ejercía la medicina, de modo que éste, es uno de esos toreros que no nacieron de cuna humilde, pero ya desde pequeño se mostró inquieto. Tanto es así, que siendo un adolescente se embarcó de polizón en un barco que viajaba hacia México, y ese afán aventurero fue lo que le hizo abrazar finalmente la profesión taurina.

En la década de 1910, terminó siendo banderillero en la cuadrilla del que a la postre fuera su cuñado Joselito, con una de cuyas hermanas se casó Ignacio, y terminó siendo considerado como el mejor banderillero español, con permiso del propio Joselito que también era un magnifico rehiletero.


Como comentamos en otro artículo de esta sección, Mejías fue testigo directo de la mortal cogida de su cuñado en Talavera ya que compartía cartel con él aquel fatídico día, esta vez en calidad de matador y no de subalterno. La fotografía de Ignacio inclinado sobre el cuerpo yacente de Joselito mientras le acaricia el cabello, es una de las que transmite más dramatismo de toda la historia de la fotografía taurina.


Pese a haberse formado como torero cerca del grandísimo maestro Joselito, Mejías no era un torero que destacase por su técnica, sino por su valor y temeridad, siendo una de sus señas de identidad el iniciar las faenas sentado en el estribo; algo que le llevó a su trágica muerte.

Coincidió Ignacio con el mejor momento de dos grandes monstruos del toreo, su propio cuñado y Juan Belmonte de modo que, tuvo que buscar su propia seña de identidad en el toreo tremendista y arriesgado, y fue en Manzanares el 11 de agosto de 1934 año en que reaparecía sustituyendo a Domingo Ortega, y fue al inicio del tercio de muleta como siempre sentado en el estribo, cuando “Granadino” de la ganadería de Demetrio y Ricardo Ayala de Ciudad Real, le prendió por el muslo pese a que un peón de su cuadrilla le advirtiera “Cuidado maestro que aprieta para dentro”.


El medico local Fidel Cascón Arroyo se ofreció para intervenirle, pero Ignacio rehusó y fue trasladado a Madrid en una ambulancia que se retrasó. Dos días después, se declaró la gangrena, y el 13 de agosto moría en el sanatorio del doctor Crespo de la calle Doctor Esquerdo esquina con Goya. Dicen que buscó deliberadamente la muerte. Domingo Delgado de la Cámara escribe en su Revisión del Toreo 2002.

“Cansado de vivir y de ver mundo, reapareció para morir en las astas de un toro. No concebía otro tipo de muerte y tuvo la que él quiso”

Fue Ignacio Sánchez Mejías un torero y un intelectual que entre otras cosas llegó a ser presidente de Cruz Roja, del Real Betis Balompié, y autor de diferentes obras teatrales que se estrenaron en el teatro Calderón de Madrid entre otros, pero su máxima contribución a la cultura nacional, fue la de ser el mecenas que en su finca, reunió a toda la generación del 27 en el aniversario de la muerte de Gongora.El mismísimo Alberti hizo el paseíllo en su cuadrilla, y la elegía a su muerte de García Lorca, está considerada como la mejor desde las coplas que a la muerte de su padre dedicara Jorge Manrique. También tuvo el coraje con más de treinta años, de matricularse para terminar los estudios de bachillerato en el instituto de secundaria la Rábida en Huelva.

La “Argentinita” una conocida cantante de la época y que fuera amante de Ignacio, grabó junto con García Lorca en 1931: Colección de Canciones Populares Españolas; se habían conocido con motivo de una conferencia en la Universidad de Columbia en 1929 que ambos dieron coincidiendo con la estancia de Lorca en U.S.A.


De nuevo vemos que toros y cultura siguen de la mano, y toda una generación literaria única en la historia, lo atestigua para la eternidad. Bergamín, Alberti, Lorca, y también en otra época Goya o Picasso… ¿Serían hoy considerados por los detractores de la fiesta como asesinos solo por interesarse por la fiesta de los toros?

Termino con unos versos de Miguel Hernández suficientemente explicativos acerca de su visión de los toros. El primero es un fragmento dedicado a su amigo y protagonista de este artículo, el segundo no necesita presentación.

“Quisiera yo, Mejías, a quién el hueso y cuerno han hecho estatua…
Esperar y mirar, cuál tú solías a la muerte: ¡De cara!”
Vientos del pueblo me llevan….
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan…
No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia….

El ideario político del poeta fue conjugado a la perfección con la enorme afición taurina que sentía, posiblemente, enriquecida con la amistad y lecturas de García Lorca y Rafael Alberti.


En su amor por la fiesta de los toros, Miguel Hernández llega a identificar las tapias de su huerto, con las de “un chiquero de abril, en dónde es preciso saltar a la torera”. Libro “Antología de Escritos Taurinos”.

El mundo de la cultura de su generación no generó distingos entre el arte de la Tauromaquia y el mundo político, quizá, porque aquella España de hambre y miseria, alentaba los valores del pueblo y liberaba de grilletes la cultura.

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