JOSELITO. EL GALLO

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

Desde que existe la fiesta de los toros, muchos han sido los diestros que han pagado con su vida el ejercicio de esta santa profesión, y es que, como comenta Bergamín en “El Arte de Birlibirloque”: la obligación del toro es coger al torero, y la de este, evitar que lo haga. No obstante, más de 65 toreros se han dejado la vida en la plaza como consecuencia de las heridas infligidas por toros de muy diferentes ganaderías; algunos auténticos mitos, y otros en camino de serlo, segada su vida en plena juventud.

Recuerdo con especial dolor la de mi amigo Víctor Barrios (en la fotografía de apertura con un servidor y otro torero de puerta grande Juan Mora) y digo con especial dolor, porque hubo gran polémica en su muerte al hacer pública su alegría unos desalmados anti taurinos que posteriormente fueron llevados a los tribunales. Pero no siempre fue así, antes, al contrario, las muestras de dolor cada vez que un torero se dejaba la vida en la plaza alcanzaban en algunos casos tintes de tragedia nacional. Tal vez, querido lector usted sepa que, en la primera plaza de toros del mundo, Las Ventas en Madrid, si hay toros cualquier 16 de mayo, se guarda un minuto de silencio por la muerte de José Gómez Ortega “Joselito El Gallo” el rey de los toreros, porque fue el 16 de mayo de 1920 en Talavera De la Reina, cuando “Bailaor” quinto de la tarde, de la viuda de Ortega, cogió mortalmente al torero siendo testigo de excepción su cuñado Ignacio Sánchez Mejías con el que compartía cartel. Desde el principio, el toro resulto bronco y áspero de embestida, y Joselito el Gallo le trasteó sin terminar de darse cuenta de que bailaor, era “burriciego”; una condición del toro que ve bien de lejos pero no de cerca.

Al terminar una de las tandas y mientras se retiraba el torero, entró este en el campo de visión del animal que se arrancó de súbito. Joselito intentó vaciar la embestida, pero a corta distancia el animal no obedeció al engaño por su ceguera, y embistió al bulto lanzando al torero por los aires con tan mala fortuna, que al caer lo hizo sobre uno de los pitones cuando el toro estaba pegando un derrote al aire, y recibió una cornada en el vientre que acabó con su vida. Conocida la noticia en Madrid, la gente se echó a la calle para recibirlo a su llegada desde Talavera a la capital antes del traslado a Sevilla. Uno de los que más sintió la muerte de Joselito, fue Juan Belmonte. El genio de Triana toreaba al día siguiente en Madrid donde ambos habían sido abroncados el día anterior, pero la corrida se suspendió por la lluvia. Belmonte siempre decía: “Lo que diga José”, pero se quedó solo en esa que se ha dado en llamar Edad de Oro del Toreo. Terminaría suicidándose 42 años después en su finca de Gómez Cardeña. Gregorio Corrochano, que escribía en el ABC y era ferviente admirador de Joselito, cambió de parecer con motivo de la construcción de la Monumental de Sevilla, y donde había elogios, hubo críticas algo que hizo que Joselito para tratar de arreglar las cosas accediese a torear en Talavera ciudad donde nació Corrochano. El periodista, en la obra sobre la tauromaquia de Gallito, terminaría escribiendo. Torear ¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía Joselito, y vi cómo le mató un toro.

Dejo para terminar, las palabras que el canónigo Muñoz Pavón de la iglesia catedral donde se celebraron los responsos por el alma del torero, dirigió a una señora de alto estatus, que le escribió una carta en la que se quejaba del trato preferente hacia el torero, algo que no sentó muy bien a la nobleza por considerar que Joselito no era acreedor a tan alta distinción. No tiene desperdicio.

 Pero ¿qué? ¿No sois vosotros los que aplaudís a los toreros y los jaleáis; los que aduláis… formándoles corte hasta las mismas gradas del trono…; los que os disputáis sus saludos como una honra; tenéis en más su autógrafo, que los de cualquier intelectual consagrado, ¿y juzgáis sus reliquias –a las veces las más íntimas– como las de un confesor de Jesucristo?

«Cualquiera os entiende, piadosísimos varones. Llegáis en vuestra demanda a rendir parias a la memoria del torero muerto, asistiendo a su funeral, y ponéis como chupa de dómine al Cabildo, porque es tan «demócrata» que hace sufragios por un fiel que ha pasado a mejor vida en comunión con la Iglesia.
«Ahora, si Joselito no ha sido tan funesto para la nación y para la Iglesia como lo son los políticos –aquí entran también los locales–, nadie tiene la culpa.

«El pobrecito puede decirse que no ha hecho mal a nadie. ¡Ojalá que de todos los que mueren pueda decirse otro tanto!
«¿Será por esto por lo que en los funerales de los políticos no suele haber más que la música, y acá, y en las honras por Joselito ha estado «toda Sevilla», empezando por vosotros, los títulos y los grandes, y acabando por los pobres y los humildes? ¿Es que os duele el contraste?… El remedio no está en Roma: mereced ser queridos en vida y llorados en muerte. El pueblo hará lo demás.»

«Pone el grito en el cielo mi distinguida comunicante, porque una pluma como la mía –muchas gracias, señora, por las lisonjeras frases que me prodiga a este propósito– haya sido puesta por mí a servicio de la causa de un torero, «de quien todo lo que tiene usted que decir –son sus palabras– es que no ha hecho mal a nadie».


«¿Me permite usted, señora, que le conteste?

«Mire usted: como mi artículo no era precisamente panegírico del torero, ni como torero ni como hombre, sino de la delicadeza de sentimiento de la ciudad de Sevilla, al querer y procurar para su ídolo el luto civil de los Hércules de la Alameda y el sufragio cristiano del funeral en nuestra Basílica, no tuve por qué apurar el consonante de las virtudes públicas y privadas del pobrecito muerto. Pero, pues me tira usted de la lengua, con que, si todo lo que tengo que decir de Joselito era eso, le diré que el infortunado espada era algo más que un hombre que no hacía daño a nadie. Joselito era creyente. Era devoto. Y sin esas prodigalidades chocarreras, ni esos rumbos chabacanos de los toreros del antiguo régimen, Joselito contribuyó como un príncipe a todo lo noble, a todo lo grande, a todo lo santo que se proyectó en Sevilla. Ahí están, si no, las coronas de oro de la Virgen de la Esperanza de la Macarena y la de la del Rocío… el premio que proyectaba para costear la carrera del magisterio a un estudiante pobre de Sevilla…, ¡las mil y una suscripciones para la caridad o para el culto, donde estampó su limosna! Ahí están las viudas y los huérfanos de toreros, en cuyo beneficio expuso su pelleja, y las madres y las hermanas de otros cien, a quienes socorrió con mano pródiga… ¡Desengáñese usted, señora! Joselito era aún más querido que admirado; y cuando las muchedumbres llegan a querer, crea usted que por algo quieren.
Amén.

Si usted querido lector visita algún día el cementerio sevillano donde descansan los restos de Joselito El Gallo, podrá admirar el conjunto escultórico que el mismísimo Manuel Benlliure le dedicó al torero, y usted podrá comprobar como a la cabeza del mismo hay una imagen de La Macarena, porque Joselito, era muy semana santero y devoto de la virgen de San Gil. María Santísima de la Esperanza Macarena Coronada, y precisamente, la corona de oro que luce la imagen fue regalo de Joselito, así como las mariquillas que lleva en su pecho; unas piedras de cristal de roca francés( no esmeraldas como algunos piensan) engarzadas en oro blanco y rematadas por brillantes. En el museo de la cofradía se conserva el hábito de nazareno con el que procesionaba Joselito, y durante su sepelio se produjo un hecho único en la historia de la hermandad que no se ha vuelto a repetir: la Esperanza Macarena fue vestida de luto para la ocasión; un negro riguroso que jamás se ha vuelto a ver.


Como verán ustedes, la historia de España, la cultura, la tradición y la fiesta de los toros se vuelven a cruzar por enésima vez, algo que los más sectarios se niegan a ver, tratando de que el pueblo abdique de su memoria esgrimiendo argumentos basados en la ignorancia las más de las veces, y es que la historia ya estaba escrita cuando ellos llegaron… por eso es historia.

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