EL MALETILLA

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

Febrerillo el loco daba sus últimos coletazos dejando una fina capa de escarcha sobre el lomo de las besanas, y en los pulgares de las desnudas viñas. Deslizándose por los cristales empañados, algunas gotas corrían de forma caprichosa juntándose entre sí hasta que desaparecían tragadas por el marco de madera de la ventana. A lo lejos ladraban los perros a una luna rotunda que asomó por detrás de los montes, y que ahora, en plena madrugada, se mostraba de un blanco inmaculado colgando de un cielo infinito plagado de estrellas. Sobre la cama, tapado con una manta, pero vestido, aguardaba impaciente. Serían las cuatro cuando sonaron contra el cristal de la ventana unas cuantas chinitas con que Manuel avisaba de su llegada. Brincó de la cama, recogió el hatillo que había escondido debajo, y como un gato furtivo saltó por la ventana para reunirse con su amigo que aguardaba escondido tras una encina. Bocanadas de vaho salían presurosas por sus bocas cuando a la carrera se alejaban de la casa mientras a lo lejos los perros redoblaban sus ladridos.


Atravesando campos en barbecho pronto dejaron atrás las mortecinas luces del pueblo, y solo la luna blanqueando las piedras y dibujando contornos les seguía furtiva ocultándose de cuando en cuando tras alguna nube. Sobre las cinco, pasaban cuidadosamente entre las líneas de alambre de espino que guardaban el cercado de los utreros, y como dos sombras, cubrieron el trayecto que les separaba de un conjunto de piedras que se levantaban como graníticos burladeros en medio de la dehesa. Tratando de atisbar más allá de la penumbra, los dos muchachos se esforzaban por localizar la punta de novillos. Tras sacar del hatillo las muletas, escondieron el resto entre las piedras y se aventuraron saltando de encina en encina hasta el lugar por el que discurría un pequeño riachuelo al que los animales solían bajar a beber.


¡Chisssst! Dijo llevándose el dedo a los labios Manuel. Están ahí abajo a la derecha.
Ya, ya los veo A ver como apartamos uno…


Pero no hizo falta. Como una aparición, a unos cincuenta metros de donde estaban, un resoplido seguido de una bocanada de vaho evidenció la presencia de uno de los utreros; un berrendo en negro que les miraba fijamente al tiempo que levantaba con las pezuñas una nube de polvo que caía sobre su morrillo.


Antonio se agarró fuertemente al árbol por si había que tomar el olivo, pero Manuel una vez armada la muleta se dirigía despacio al encuentro del novillo.


¡Ten cuidado Manuel no sea que haya otro por ahí!
Tú, avísame si viene el mayoral. Y con paso resuelto continuó su avance.


Como si no se quisiese perder detalle, la luna salió de detrás de su escondite y encendió los focos de la improvisada plaza. Con la muleta por delante, Manuel, aprendiz de torero, vestido de celeste y miseria, brillaba de miedo y de afición al tiempo que ofrecía el engaño a un aprendiz de toro que, desconfiado sacudía la cabeza amenazante.


El primer encuentro fue sacándose al novillo con una media trinchera. Una mezcla de resoplidos, polvo y piedras pasó a su lado como un tren. El segundo lance fue parecido al primero, pero esta vez Manuel quedó mejor colocado, y la siguiente acometida la vació con un derechazo largo y profundo seguido de otros dos. Antonio, subido en la encina jaleaba a su amigo en voz baja al tiempo que le daba consejos ¡Cuidado por el derecho que corta! ¡Déjale más distancia! Pero Manuel emborrachado de luna no escuchaba, y continuaba por naturales, molinetes y ayudados por alto.


Tan enfrascado estaba, que no se dio cuenta de que el resto de novillos remontaba la pendiente del riachuelo y se dirigían al lugar atraídos por el jaleo. Cuando quiso reaccionar, ya estaba rodeado por no menos de seis o siete hermanos de camada. Antonio gritó desde el árbol, pero no pudo evitar la tragedia. Mientras corría hacia una encina, Manuel tropezó y fue alcanzado en el suelo por un negro zaino que hizo hilo por el levantándole por los aires en varias ocasiones. Gritando y lanzando piedras, consiguió Antonio que los animales se retirasen lo suficiente, y cuando llegó hasta su amigo, éste, con el rostro ensangrentado y el cabello revuelto abandonaba el mundo de los mortales. En su cara, lejos de plasmarse el miedo se dibujaba una sonrisa.


Antonio, dile a mis padres que lo siento y que me perdonen, y a los mayorales que solo he tocado al berrendo. ¿Te has fijado en los naturales que le he pegado?


Si, has estado cumbre Manuel
Verdad que sí, seguro que Joselito me abre la puerta grande del cielo de los toreros.
Un Land Rover con una luz azul en el techo, avanzaba a toda velocidad por el camino que terminaba en la portilla de entrada al cercado, mientras que dos jinetes lo hacían al galope por el lado contrario.

MALETILLA:
Persona joven que, desasistida de medios y de ayudas, aspira a abrirse camino en el toreo comenzando a practicarlo, a veces, en las ganaderías o procurando intervenir en tientas, capeas o becerradas.


Dicen que el maletilla es, o más bien era, un subproducto de la España de la posguerra en la que la miseria, empujaba a muchos jóvenes a buscarse la vida por esos mundos de Dios. De esa necesidad nacen la emigración, y nacen profesiones en las que jugarse el físico y salir indemne podía ser sinónimo de ganar dinero y sacar de la miseria a una familia. De ese manojo de profesiones de riesgo en las que el valor, el dolor y el sufrimiento forman parte consustancial, salen los boxeadores y los toreros. En el caso de los primeros, era contra otro semejante nacido del mismo parto de miseria y pobreza, el que, a base de propinarse mamporros y siguiendo las reglas que inventara John Douglas marqués de Queensberry, servía de entretenimiento a las masas que acudían a las veladas que en muchas ocasiones organizaban empresarios con pocos escrúpulos. En el caso de los toreros la cosa es distinta, no es otro semejante, aunque en el ruedo hay sus ajustes y piques con los compañeros, sino un animal criado exclusivamente para el espectáculo y al que no basta con vencer de cualquier manera. El toro no se anda con miramientos, y su objetivo es coger al torero, el del torero, que no le cojan burlando las embestidas, pero no de cualquier manera, con donaire, arte y gracia. Se puede acabar con un toro de un bajonazo indecente después de pasarle la muleta por la cara diez veces, pero eso no trae gloria alguna. Hoy en día, el “maletilla” ha pasado al álbum de los recuerdos, y eso que la miseria en algunos casos no está tan lejos. Hoy en día, los aprendices de torero suelen ir a academias, escuelas de tauromaquia, donde aprenden los fundamentos que propusiera Pepe Hillo, y donde se les enseña en condiciones de seguridad y se preocupan por sus estudios.

Hoy, ponemos nuestra admiración en cantantes de medio pelo, en futbolistas millonarios, en mediocres políticos estrella; mesías prometidos que mienten con una sonrisa en la boca y una estaca en la mano, y en toda una fauna de ganapanes mediáticos. Se ha olvidado cuando no despreciado, a aquellos qué, como decía Sabina; eran hijos de la derrota y el alcohol, sobrinos del dolor y primos hermanos de la necesidad. Aquellos que, en sus hogares han desayunado en la soledad de una cocina ennegrecida por el humo, un exiguo tazón de leche con migas de pan, han comido un menguado puchero, se han ido a la cama con las tripas retorcidas de hambre, y aun así han soñado con la gloria, y de ahí, han salido la mayoría de los toreros, de lo más profundo del pueblo, de un pueblo que ahora parece querer mirar para otro lado.

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