LA DIFICIL TAREA DE SER PADRES.

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Desde un Mardetrankilidad

Bebés difíciles & Bebés fáciles. El EJE HHA.


Quién no ha oído a los padres de recién nacidos decir la expresión… “nos ha tocado un bebé más bueno que el pan. No da lata ninguna”, frente a los que por otro lado expresan… “uff no calla ni de noche ni de día. No come bien y siempre quiere estar en brazos. Nos tiene agotados”.
Como primer objetivo me propongo tratar de averiguar qué hay detrás de esta diferencia en la manera de ser entre los bebés recién nacidos. Vamos intentar de desgranar el tema para ver cuánto hay de herencia, es decir de genética, y cuánto ambiental, o relacionado con el entorno y la calidad de los cuidados que estos niños reciben.


Como madre de dos hijas, jamás entendí por qué me había tocado la cara negativa de la moneda, aunque también es cierto que por aquel entonces mi nivel de conocimientos sobre la conducta humana era tan escaso como mi experiencia como cuidadora de bebés.


Aunque muchos de nosotros no seamos conscientes de ello, hemos de saber que la conducta del ser humano viene determinada en gran parte por la neuroquímica cerebral. De esta forma ciertos elementos como los genes y las hormonas, y en concreto el correcto equilibrio de éstas últimas, pueden verse implicados en la expresión de aspectos como la reproducción, el comportamiento sexual o las propias interacciones sociales.


Del otro lado estaría la influencia que tendrá el ambiente, es decir, la educación, el aprendizaje y los eventos vitales.
Pero si esto es así, ¿qué experiencias se supone puede haber tenido un recién nacido como para que se dé una diferencia tan marcada tan entre unos niños y otros?


Empiezo aclarando que el temperamento se dice que es la parte genética de nuestra conducta. Lo que heredamos de nuestros padres a través de la carga genética.


Sin embargo, hemos de dejar constancia de que existe cierta controversia a este respecto. Hoy en día son muchos los profesionales de la psiquiatría y psicología que se plantean si el temperamento es enteramente genético o no.
Para ello creo conveniente que conozcamos en primer lugar cuáles son los tipos de temperamento con los que nacen los bebés.


En la década de 1950 Alexander Thomas y Stella Chess iniciaron una investigación sobre el desarrollo de la conducta y la personalidad que duraría más de 30 años. Como resultado de este trabajo determinaron la existencia de tres tipos de temperamento en los recién nacidos.


En primer lugar, estaría el “temperamento fácil”. Dentro de este grupo se ubican aquellos niños “tranquilotes” que duermen mucho, comen bien, no piden desesperadamente lo que necesitan para satisfacer sus necesidades, son dados a explorar el entorno, etc… Son, por tanto, cómo indica el propio nombre de la categoría “niños fáciles” en el día a día para sus padres.


En segundo lugar, encontramos a los niños con “temperamento difícil” al nacer. Estos se caracterizarían por llorar mucho, todo lo piden de manera muy dramática, prácticamente sufren y se angustian todo el tiempo ante cualquier tipo de elemento estresor ya se trate de hambre, sueño, frio o cualquier otra necesidad esencial. Además, les cuesta más adaptarse tanto a nuevos alimentos como a situaciones y rutinas, y confían menos en las personas que no conocen.


Estos niños tampoco parecen mostrar interés en descubrir el entorno ya que están más centrados en el sufrimiento interior. Son, en general, más complicados en su cuidado y exigirá de los padres cierta paciencia, sensibilidad y sincronía.


En último lugar estarían los bebés con temperamento de “adaptación lenta”. Son niños que se muestran más tímidos. Suelen apartar la mirada cuando se les habla y les cuesta más que a los de temperamento fácil adaptarse a los cambios.


De hecho, presentan muchas características propias del temperamento fácil, si bien se muestran más indiferentes que estos y tardan más en adaptarse a los cambios.


Y aunque pueden agitarse, los bebés de temperamento de adaptación lenta nunca lo hacen en la medida de los de temperamento difícil. Son niños a los que hay que estimular para propiciar su interacción con el entorno, pero evitando caer en la sobreprotección.


Una vez partimos de esta base, ampliemos el foco y demos el siguiente paso que implicaría entender qué es el apego. La definición de apego se refiere a la relación afectiva más íntima, profunda e importante que establecemos los seres humanos, y que se va creando a través de reacciones y percepciones entre la madre y el padre (o la persona que lo cuida) y el niño o bebé.


Según esto, el tipo de vínculo que desarrollará ese bebé en el futuro va a depender en gran medida de cómo se adaptan los padres a este temperamento, ya sea fácil, difícil o de adaptación lenta. Aunque hay otro factor en esta ecuación que tampoco hemos de dejar de lado, y es el hecho de que esa interacción que se da entre la madre/cuidador y su bebé en los primeros meses de vida es bidireccional, de modo que ese temperamento del bebé influirá inevitablemente en sus cuidadores. La fórmula no es tan fácil como en principio parece.


La cuestión clave para los psicólogos que estudian esta área del desarrollo evolutivo, es determinar si ese temperamento del bebé es una expresión directa de los genes. Cierto es que, cuando nos referimos al hecho de evaluar del temperamento, empezamos a hacerlo normalmente tras el nacimiento. De esta manera se deja de lado el hecho de que hay un periodo de nueve meses en los que la actividad y vivencias de la madre, bien habrían podido tener algún efecto en el desarrollo del feto y por ende en el futuro bebé.


La madre también podría haberle transmitido estrés al feto a través del cortisol (hormona del estrés), en el caso de estar ansiosa, tener problemas con el consumo de sustancias, ser maltratada, etc., y como ya hemos aprendido, la presencia o no de determinadas hormonas en algún momento concreto del desarrollo fetal, constituiría un factor concluyente en el posterior temperamento del niño.


Cuando empiezo a mirar bibliografía sobre este tema descubro que hay estudios que correlacionan madres depresivas, con niños de bajo peso al nacer. O niños con temperamento difícil cuyas madres sufrieron un duelo durante el embarazo o graves problemas económicos.


Según esto se postula por tanto que existe ciertamente una influencia ambiental prenatal, y estas experiencias que se transmiten de la madre al feto a través del cortisol ejercerían una influencia fundamental en lo que se conoce como el EJE HHA (hipotalámico, hipofisiario, adrenal).


Las interacciones homeostáticas, es decir, de autorregulación entre estos tres órganos constituyen el eje HHA; una parte esencial del sistema neuroendocrino que controla las reacciones al estrés y regula varios procesos del organismo como la digestión, el ciclo sueño-vigilia, el sistema inmune, las emociones, la conducta sexual y el metabolismo energético.


Muchos organismos, desde los seres humanos hasta los más primitivos primates comparten componentes del eje HHA.


Este mecanismo y su conjunto de interconexiones entre glándulas, hormonas y elementos del cerebro medio son responsables de la respuesta y reacciones del organismo ante el estrés, ya sea tanto físico como ambiental.


Y esto significaría que esta reactividad del EJE HHA con la que el niño ya nace, podría venir determinada prenatalmente, y derivar o estar relacionado supuestamente con posibles rasgos de carácter o incluso trastornos psicológicos en la adultez.


Pero avancemos un paso más. Si por esta influencia prenatal, un bebé que nace con un eje HHA excesivamente reactivo y por tanto manifiesta una respuesta intensa al estrés, tiene la mala suerte a su vez de dar con padres que no saben adaptarse bien a este temperamento y no consiguen ir modulando bien dicha respuesta, ¿sería posible que con el paso del tiempo ese bebé termine siendo un niño que sufre más de lo normal ante cualquier elemento estresor durante el crecimiento?.


¿Es probable que un bebé que en sus primeros meses de vida no haya construido un apego seguro, muestre al crecer dificultades en el proceso de socialización futuro?. ¿Podría darse la circunstancia de a la hora de interactuar con otros niños en la escuela le cueste atender y concentrarse en clase y por lo tanto tener un bajo rendimiento escolar, o incluso ser presa fácil de acoso escolar ya que estos perfiles suelen dejar patente su reactividad ante los eventos vitales y en consecuencia su debilidad y vulnerabilidad?.


Llegados a este punto me veo en la necesidad de restar carga dramática y aclaro que todo este sobrecogedor escenario que he descrito, según los especialistas es sólo probable. La variabilidad de la respuesta humana y la cantidad de factores que intervienen el desarrollo infantil es tal, que nos sorprendería la capacidad de adaptación al medio que tienen algunos individuos.


Cierto es que podría darse esta tesitura, pero también puede suceder sencillamente que el menor logre implementar estrategias para defenderse ante las situaciones estresantes adoptando patrones diferentes al reseñado, ya sean adaptativos o no.


Seamos positivos y evitemos caer en el catastrofismo. Esta reactividad del EJE HHA, no es una condena. Pueden tomarse muchas medidas por parte de sus cuidadores para tratar de modular ese temperamento remodelando la personalidad que se está formando, tanto del infante en crecimiento como del adolescente futuro.


Evidentemente constituye un hándicap comenzar la vida con un EJE HHA excesivamente reactivo ante las demandas del ambiente, porque serán bebés que sufrirían mucho más cada vez que tengan hambre, sueño frio o sencillamente se aburran.


Pero, ¿es tan importante y definitivo como para que se trate del primer eslabón de una cadena que sentencie a la persona una vez adulta a padecer trastornos psicológicos?.


Volvamos a la evidencia científica. En estudios con primates o ratas cuyas madres han sido sometidas a estrés a través de un experimento científico, las crías mostraron afectación en las capacidades de aprendizaje y de desarrollo motor. Algunas de estas crías también evidenciaron comportamientos miedosos y eran más retraídas costándoles más establecer la interacción social.

En otro estudio realizado en Holanda por el psiquiatra Mervyn Susser se descubre la existencia de una correlación entre las madres que sufrieron hambruna durante la ocupación nazi de Holanda y un aumento de la presencia de trastornos como la esquizofrenia en los hijos nacidos de éstas. Fijaos qué crucial parece el embarazo para el desarrollo del bebé.


A pesar de que el bloqueo que sufrieron los holandeses apenas duró unos meses, y se intentó dar mejores raciones de comidas a las mujeres embarazadas, en la mayoría de los casos las cantidades diarias de calorías oscilaban entre la 400 y 800 calorías máximo.


El matrimonio Succer llevaba tiempo interesado en conocer el impacto que tenía la alimentación prenatal en el desarrollo de posteriores retardos en la adquisición de capacidades mentales.


Replicar estas condiciones de carencia en animales era el método empleado hasta ese momento por los investigadores en sus experimentos. Evidentemente la ética les impedía ponerlo en práctica con humanos, a no ser que se diera esta circunstancia de manera fortuita. De forma que Holanda se convirtió para ellos en el escenario experimental perfecto por las terribles condiciones a las que se vio sometida por la invasión de Alemania.


En general los resultados de este estudio, así como revisiones posteriores de aquellos datos, determinaron que los niños nacidos de madres que se vieron afectadas por la hambruna en diferentes etapas de la gestación mostraron entre otros problemas: mayores índices de obesidad en la edad adulta, mayor incidencia de enfermedades cardiacas y cáncer, mayor tendencia a la depresión, y sobre todo, parecían envejecer más rápidamente.


La gravedad de estas secuelas dependía de cuan desarrollados estuvieran los fetos en el momento de aparecer la carencia en la ingesta de calorías.
Por ejemplo, los bebés mal alimentados en el tercer trimestre de la gestación tenían un peso inferior al normal en el momento del alumbramiento, en tanto que los malnutridos en el primer trimestre, sí que nacieron con un peso normal.


Pero curiosamente este peso normal no fue sinónimo de bienestar a largo plazo. La respuesta la encontramos en el hecho de que, si un feto no ha recibido el suficiente aporte en un momento de la formación de ciertos órganos, podrá nacer saludable, pero a la larga, y conforme el individuo cumpla años, dichos órganos envejecerán más rápido y de peor manera que los de bebés cuyas madres fueron bien alimentadas a lo largo de todo el embarazo.


En otro estudio realizado por Vaughn en 1987, pasó un test de ansiedad a madres embarazadas y, curiosamente aquellas que obtuvieron puntuaciones más elevadas fueron las que meses más tarde tuvieron bebés con temperamento más difícil, confirmando por tanto la hipótesis que antes se barajaba.


Por todo ello podemos presuponer que el apego prenatal podría poner los primeros cimientos para la posterior personalidad haciendo al EJE HHA, implicado en la respuesta al estrés, más reactivo de lo normal.


Y esta, señores míos, podría ser una de las variables que explicara al menos parcialmente, porqué algunos sufrimos más que otros.


Insisto en recordar que no es una condena ya que tras el nacimiento hay muchísimo que como padres podemos hacer.


Como madre ya viejuna que soy, miro atrás y no puedo dejar de sentir cierta culpa por no haber podido disponer de esta información a la hora de gestar y criar a mis hijas.


Por poneros un ejemplo. Mis niñas, que comían exiguamente (eran poca cosa, la verdad), debían soportar que, su inexperta madre, guiada por el ejemplo de otros niños de mi entorno, que evidentemente eran de temperamento fácil y se comían a su padre por los pies, se obcecara en que se engulleran como buitres un plato sopero de puré con colmo. ¡Pero si no me lo como ni yo ahora! Pobres mías…

No pongo más ejemplos porque acabaría por sentir una culpa que no me corresponde a estas alturas. Se han cometido tantas atrocidades por no saber en este mundo…


En cambio, cuando evoco mi infancia, recuerdo que mis padres me contaron que fui un bebé de esos que se pasó los tres primeros meses de vida en un puro llanto. Lloré hasta el extremo de que la primera noche que dejé de hacerlo, imagino que de puro agotamiento, mis padres pensaron que me había muerto. ¿No tengo ni que deciros cual era mi temperamento verdad?.


Pero como bien os he compartido en otras publicaciones, tuve la gran suerte de tener unos padres que supieron sobrellevar y modular maravillosamente ese difícil temperamento mío al nacer.


Han pasado algunos lustros desde entonces, y aunque hoy estamos en la era de la información hay algo que no cambia en cuanto a la difícil tarea de ser padres. Ser pacientes, creativos, positivos, cooperativos, compresivos y generosos ayuda bastante a mejorar la influencia del EJE HHA.


La gran suerte es que los padres de hoy en día, con un simple click, pueden acceder de cantidades ingentes de información al respecto. Es más, a mi entender, aprender a ser padres debería ser un requerimiento y una responsabilidad por parte de las autoridades.


Sí, sí. Al igual que se nos pide un carnet de conducir que garantice que conocemos las normas de circulación y se nos exige responsabilidad en el manejo de un elemento mecánico que puede poner en riesgo nuestra propia vida y también las de otras personas, ¡por dios santo!, ¿cómo no pedir un examen de capacitación para los padres de las futuras generaciones?.


Contribuir a que finalmente el bebé genere un apego seguro debería ser tan exigible y asequible a los padres como lo es asistir a los cursillos prematrimoniales o de preparación al parto. Como si con el parto estuviera ya acabada la lección…


¿Qué tipo de educación transmitimos a nuestros hijos?


Los comportamientos del bebé de corta edad son aún desorganizados, no están todavía instaurados ni fijados. No han sido lo suficientemente reforzados para asentarse como rasgos definitivos y determinantes de la personalidad.


Un ambiente facilitador que vaya modulando y reduciendo esa respuesta exagerada ante ese estrés al que la propia vida nos somete, es la clave.

Aún a día de hoy me topo con madres que presumen de los mucho que las quieren sus hijos cuando comprueban, que al perderlas de vista éstos entran en modo pánico, confundiendo apego inseguro con amor maternal. “es que mira lo mucho que me quiere, es perderme de vista y desesperarse…” y lo cuentan encima con orgullo.


No las culpo. Imagino que nos disponen de la información apropiada al igual que a mí me ocurrió con la alimentación de mis hijas.


No logro entender a estas alturas, una época en la que la información discurre a chorros a través de internet por múltiples canales, a aquellos padres que siguen confundiendo sobreprotección con amor.


Muchos padres olvidan que, para que sus hijos lleguen a ser capaces de valerse por sí mismos y disfrutar de la vida, ellos han de saber soltar poco a poco el control.


No consigo asimilar que se sobreproteja tanto a los hijos hasta el punto que con cuatro o cinco años no hayan alcanzado la autonomía suficiente que les permita vestirse por sí mismos, comer solos, guardar sus juguetes, o dormir sin la presencia de sus padres.


Me produce una tristeza atroz la típica escena en la que el niño consigue que su papá o mamá acabe comprando el juguete o chuche de turno, tras haberle montado un pollo en la tienda, y a pesar de que se le haya advertido previamente que no se le comprará de ninguna manera.


Ceder al final es perder, no sólo esa batalla, sino también las que están por llegar. El niño ha aprendido, justo cuando logró que su progenitor cediera, que la próxima vez sólo tendrán que llorar un rato más para lograr su objetivo.


No me cabe en la cabeza que algunos padres no prevean las nefastas consecuencias que ello conlleva en el futuro. Y con ello me refiero a que esos hijos acaben siendo personas con escasa tolerancia a la frustración, que nos sepan encajar un “NO” sin pillar un perrengue. Con la cantidad de “NOES” que nos tiene preparada la vida… mal futuro les presagio.


El principal objetivo en la educación de los hijos es conseguir que en la adultez sean personas felices, maduras, responsables y autónomas.


Lograr ese objetivo supone un largo proceso a lo largo de toda la infancia y también la adolescencia. Criar y educar a los hijos en la independencia, la autosuficiencia, adaptación y socialización puede que sea por muchos juzgados como ser padres desapegados o insensibles. Como si el amor a los hijos se midiera en términos de dependencia emocional y funcional.


Hacer de un niño un ser dependiente e inseguro en aras del ideal de “amor paternal” es probable que no sea más que un gesto egoísta. Ya sea el niño de temperamento fácil, difícil o de lenta adaptación, lo que deberíamos hacer, según explican los profesionales de la psicología evolutiva, es potenciar su autonomía y la construcción de un entorno seguro para que así su apego también lo sea.


No creo que le beneficie acompañarlo al cole hasta que tenga pelos en el bigote porque de esa forma nos sentimos los mejores padres del mundo.


No seremos madres de “diez” si mantenemos la casa y enseres impecables, pero limitamos la capacidad de aprendizaje de nuestros hijos impidiéndoles comer solos, jugar y desperdigar sus juguetes o desordenar su cuarto. Tiempo habrá de recoger más tarde.


Lo importante es ofrecer un ambiente rico en estímulos con los que generar experiencias que favorezcan su aprendizaje. Puede que nuestra casa no pueda mostrarse en Instagram, pero como contrapartida, nuestros hijos crecerán habiendo podido experimentar y descubrir el entorno.


Por desgracia, y según nos muestran los estudios sobre esta área, los niños con miedo e inseguros pueden acabar siendo carne de cañón para los desalmados. No tendrán ni capacidad ni desenvoltura para enfrentar las diferentes vicisitudes de la vida.


Cuando estos niños crezcan difícilmente habrán desarrollado habilidades con las que enfrentarse con eficacia y seguridad a gran cantidad de situaciones complicadas y conflictivas que les tocará vivir: un regalo que no les gusta, un examen complicado, un compi de cole perverso, un profesor poco formado, una novia manipuladora…¡o un grano purulento en la frente!.


Fuera bromas. No necesitamos que se batan a duelo para defender su honor o su honra, basta con que sepan ser asertivos y hacerse valer ante aquellos que pretendan mangonearlos, difamarlos o menospreciarlos. Por desgracia no educar en estos valores también puede provocar el efecto contrario, y que finalmente sean nuestros hijos quienes terminen ejerciendo de opresores. Aunque en principio puede parecernos el menor de los males, en manera alguna es la solución al problema en una sociedad en la que todos pretendemos convivir en armonía.


Educar exige compromiso y ha de ir más allá de nuestras propias necesidades como padres, de nuestra propia historia de vida, de nuestras experiencias de crecimiento.


Yo misma hubiera sido una madre bien distinta de haber sabido todo lo que hoy sé. Por ello invito a todas las madres y padres que se adentren a investigar y se preparen para ejercer su rol sin lastres, sin complejos, y sin dar continuidad a falsos mitos. Que acudan a internet y consulten toda esa enorme cantidad de bibliografía que se les ofrece sobre este tema.


Nuestros hijos son el futuro. Son nuestra responsabilidad y hemos de saber criarlos y educarlos como seres válidos, independientes y con capacidad de disfrute. Sin miedos, sin más límites de los necesarios para su seguridad y su comprensión de que somos eres sociales que convivimos en comunidad y debemos respeto al prójimo. Se parezca a nosotros o no. Comparta nuestras ideas o no.


Con la mente abierta y dotados de esa capacidad de análisis y reflexión que les permita encontrar respuestas adaptativas. Esta es la clave, y no recogerlos en nuestras faldas como mamá pata para no exponerlos al mal que se encuentra ahí fuera.


La sobreprotección extrema o darles todo sin valorar el esfuerzo, puede hacer que sean incapaces de desear nada. No sepan que quieren. No haya nada que conseguir sencillamente porque no hemos instaurado en ellos la idea de que la actividad es el medio para lograr lo que les falta… ¡si lo tienen todo!. Tenemos que entender como padres que el amor no es darlo todo, es dar la mitad para que el otro se gane la otra mitad.


A modo de resumen, insisto en que la vida es muy larga y las experiencias y figuras de referencia se van sucediendo a lo largo de los años. No hay absolutamente nada escrito, pero sí que hemos aprendido que hay influencias muy tempranas que tienen un papel rotundo en el desarrollo de la personalidad.


Algunas de ellas bien pueden ir limitando y haciendo más oscuro el camino a seguir. Otras por el contrario capacitan al individuo para saber desenvolverse y afrontar los eventos vitales sin generar traumas que desemboquen en esos posibles trastornos psicológicos en la edad adulta. Trastornos que por otro lado no tendrán impacto únicamente en quien los presenta. Por desgracia los que estén al lado de esas futuras personas pueden llegar a ser beneficiarios o víctimas de estas personalidades venideras, pero eso es material que poder destripar desde “este Mar de tranquilidad” en una próxima entrega.

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