A LA RICA DOPAMINA

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Desde un Mardetrankilidad

Dopamina si, pero de la buena.
Desde hace algún tiempo, desde los ámbitos sanitarios, se está cuestionando el uso excesivo de pantallas como motivo de estudio, dado que se trata de un elemento que lleva en nuestras vidas relativamente poco tiempo, y no existen referencias anteriores del efecto que puede tener en el ser humano cuando se usa en exceso.

Cuando hablo del “uso de pantallas”, me refiero a todo ese tiempo que invertimos a lo largo del día para mirar nuestro dispositivo móvil, pantalla del ordenador o tablets, en ese intento de aprovechar todas las posibilidades que nos ofrece internet.

Cuando el teléfono se impone en España de manera masiva a finales de los 90, nada sabíamos acerca de lo que nos deparaba el futuro a nivel tecnológico.

En apenas 30 años, hemos pasado de poder hablar por teléfono a nuestro antojo con quien queramos sin estar atados a un aparato enchufado en la pared, a disponer de un mecanismo mucho más versátil; desde hacer y recibir llamadas, enviar mensajes de texto, contactar con personas a través de videoconferencias en tiempo real, entretenernos con videojuegos, leer
noticias o publicaciones, escuchar nuestra música favorita, o… compartir nuestro día a día de “pe a pa” con el resto del mundo y viceversa.

Hemos pasado de tener el móvil en la mano el tiempo justo que dura una llamada, a consumir horas muertas frente a esa pantalla que, a muchos de nosotros, nos acapara y obnubila.

Pero, ¿cuál es el mecanismo que opera para que ese fenómeno extraño de ensimismamiento vital se produzca? Para los que no lo sepan aún, la respuesta está en la DOPAMINA.

Y algunos se preguntarán, ¿ qué es esta sustancia de la que tanto oímos hablar últimamente?. Pues bien, La DOPAMINA, es un neurotransmisor básico del sistema nervioso central y en principio, no tiene por qué ser considerado dañino.

Nuestro cerebro la necesita para desarrollar múltiples tareas relacionadas con la memoria, la motivación, la recompensa, el aprendizaje, la atención y los estados de alerta.

También tiene que ver con ciertas funciones motoras, con la producción de prolactina que es la hormona que interviene en la secreción de la leche materna, pero además es uno de los neurotransmisores que entran en juego cuando nos enamoramos.

Durante mucho tiempo los científicos creyeron que la DOPAMINA era la molécula responsable del sentimiento de placer, dado que nuestro cerebro la libera cuando se obtiene algún tipo de satisfacción; leer un libro, salir con los amigos, ver una obra de teatro, viajar, pasear o practicar sexo.

Ahora se la conoce como la hormona del deseo y la motivación, ya que cuando se libera DOPAMINA sentimos unas ganas enormes de buscar placer. Algo agradable, en definitiva. Una vez lo encontramos es cuando se secretan las endorfinas o encefalinas, y estas sí que son las que realmente nos provocan esa sensación de placer.

La DOPAMINA también está ligada a la sorpresa. Esto quiere decir que, cuanto más inesperado resulta un acontecimiento, mayor es la cantidad de DOPAMINA que se libera.

Y si esto es así, y tantas cualidades tiene este neurotransmisor, ¿por qué estamos teniendo este debate en torno a ella?. ¿Por qué existe hoy en día una tendencia a querer bloquear o disminuir su producción?.

Algunos empiezan incluso a hablar de “Ayuno de DOPAMINA” como terapia de rehabilitación, que implicaría renunciar a aquellos comportamientos que acaban por transformarse en poco saludables en tanto que nos hacen adictos a ese “supuesto” bienestar o placer.

¿No os ha pasado haber estado horas de vuestro ocio enfocados en una tarea que en principio percibíamos como placenteras, mientras dejabais abandonadas otras actividades mucho más productivas?. A mí sí. Lo reconozco sin ningún pudor y hago examen de conciencia a menudo
por ello.

Hablando en plata, algunos de nosotros nos hemos ido alejando sin ser siquiera conscientes, abducidos por las pantallas, de lo que es realmente importante.

Porque puede que no lo sepamos, pero la DOPAMINA, está intrínsecamente relacionada con la “adicción”. De hecho, si nos desligados bruscamente de esos estímulos que hacen que nuestro cerebro la segregue y por ende, se liberen las confortables endorfinas y encefalinas, pronto empezaremos a sentir desazón, desasosiego y un profundo malestar por la falta del premio.

Puestos en esta incómoda tesitura, haremos todo lo que esté en nuestra mano para cubrir esa necesidad apremiante y lograr subsistir, aunque ello implique regresar a una práctica perjudicial,
absurda o inservible.

Hoy en día nuevas corrientes que provienen de EE.UU., en concreto de Silicón Valley, defienden como medida reparadora el antes mencionado “Ayuno de DOPAMINA”, que sería algo parecido a aislarse del mundanal ruido encerrándote en casa a cal y canto desconectando de las redes
sociales, o mejor aún, en una cabaña en pleno monte sin conexión wifi, sin Televisión y sin red de teléfono.

Otros neurocientíficos especialistas en neurociencia cognitiva en cambio advierten que una medida tan drástica habría de aplicarse únicamente en casos de exceso exacerbado de algo considerado verdaderamente dañino.

Se basan éstos últimos, en el hecho de que si restringimos la DOPAMINA de forma abrupta con esa privación tan tajante ocurrirá algo parecido a un “mono” o síndrome de abstinencia derivado de una larga adicción. Ante esta falta de satisfacción vital, es factible que la persona acabe siendo presa fácil de un cuadro depresivo.

La saturación y la sobre-estimulación por la que voluntariamente nos exponemos a una cantidad exagerada de continuos estímulos auditivos, visuales, alimenticios, actividades de riesgo, etc., consigue elevar ese umbral de satisfacción, haciendo que la vida normal vaya poco a poco
dejando de ser estimulante en sí misma.

Lo recomendable, como siempre, sería buscar un término medio que vendría de la mano de ejercer un control sobre dichos estímulos. Cuántas veces hemos oído que “la moderación es la hebra de seda por la que corren las perlas de todas las virtudes…”.

Así que sería más que suficiente con reducir las horas de exposición a redes sociales y dedicar nuestro tiempo de ocio a actividades deportivas o de naturaleza con nuestra familia o amigos.

También sería beneficioso eliminar el consumo de fármacos o cambiar la alimentación a pautas más saludables, entre otras opciones que hoy en día la mayoría de nosotros sabemos que son altamente beneficiosas para nuestro cerebro y nuestra salud en general.

Cuando hacemos todo esto, en muy poco tiempo se supone que notaremos la mejora en forma de mayor capacidad de concentración, bajarán los umbrales de los estímulos necesarios para sentir satisfacción y por ende, mejorará nuestra autoestima.

O podemos empezar sencillamente por crear ambientes con menos estímulos para la DOPAMINA. Tan fácil como cambiar la rutina de la cervecita diaria al salir del trabajo por media hora de paseo o ejercicio, o reducir las horas de televisión y video juegos por actividades en familia, o apagar los móviles cuando se esté comiendo o en determinados tramos horarios. Eso sí, si es posible, mejor acordarlos por consenso que impuestos sin negociación colectiva.

Otro aspecto en el que afectaría la renuncia estricta a la DOPAMINA, tiene que ver con el desempeño laboral, el estado de ánimo y la capacidad creativa. Es más, hay expertos que opinan que limitando en exceso su presencia podrían cometerse más errores.

Lo que pretenden hacer entender estos neurocientíficos a los que defienden a ultranza el controvertido “ayuno de DOPAMINA, es que cuando se ponen en marcha determinadas funciones cognitivas que tienen que ver con nuestro desempeño laboral y personal, la liberación
de esta hormona es muy recomendable.

Pues bien, después de ponernos al día acerca de los efectos que tiene la sobreestimulación de los circuitos neuronales liberadores de DOPAMINA, deberíamos seguir avanzando y reflexionar más allá del impacto que parece estar teniendo en personas adultas.

Algunos estudios concluyentes a nivel internacional intentan cada día advertir a la sociedad de la epidemia que amenaza a los niños y niñas en los primeros años de sus vidas a causa de la exposición excesiva a las pantallas, y de la cual por supuesto, somos responsables los padres.

Se está comprobando que este uso abusivo puede provocar en los menores trastornos del lenguaje y del sueño, sobre todo en los niños más pequeños.

Cuando leo sobre el tema descubro que son muchos los especialistas en salud pediátrica que llevan tiempo detectando síntomas en niños que acuden a sus consultas que recuerdan al autismo, al tiempo que avisan de la necesidad de actuar urgentemente.

Comentan que algunos de ellos ya casi no son capaces de dormir sin el móvil. Niños que manifiestan en su día a día, y sobre todo en el ámbito escolar, problemas de comunicación y concentración.

Niños que se enfadan y tiran al suelo con violencia el teléfono o la Tablet si se pierde la conexión por que su cerebro no soporta que no haya imágenes en movimiento. Niños que viven en una burbuja, que nos responden cuando oyen su nombre y ni siquiera miran a los ojos cuando se les habla.

Algunas madres llegan a declarar literalmente “en el momento que coge el móvil ya es otro. Puede pasarse horas sin hablar con nadie mirando la pantalla”.

Además de estas lamentables alteraciones a nivel cognitivo, se fomenta el aislamiento y la baja tolerancia a la frustración en los menores, ya que se ponen en marcha los mismos mecanismos y circuitos neuronales que intervienen en el caso de consumo y adicción al tabaco, al alcohol y otras drogas. O lo que es lo mismo, estamos haciendo de nuestros niños auténticos adictos a todos aquellos estímulos que una pantalla de móvil les ofrece.

Padres que ven como sus hijos se ponen a jugar con cualquier juguete y enseguida lo abandonan, pero curiosamente no sucede así cuando se trata de mirar una pantalla. “De eso parecen no cansarse nunca. Si no les dijéramos “basta”, jamás no lo dejarían por propia iniciativa”.

Cuando les retiramos el móvil y los niños dejan de mirar la pantalla, en poco tiempo sienten un malestar intenso y hacen todo lo posible por lograr tener de nuevo en sus manos el dispositivo, al igual que un drogadicto busca su dosis.

Las pantallas se han convertido según algunos expertos en la “heroína digital” de este siglo; produce adicción y en su ausencia provoca síndrome de abstinencia, depresión, impulsividad e incluso agresividad.

La gravedad de este hecho hace que como sociedad debamos plantearnos la necesidad de tomar medidas. Para los niños los móviles se convierten en auténticas bombas de dopamina. Así que, como padres, deberíamos de entonar el “Mea Culpa”, plantearnos qué grado de responsabilidad tenemos en el problema y qué podemos hacer para revertirlo.

Al fin y al cabo, hemos sido nosotros los que, bien por falta de conciencia o desinformación, fuimos partícipes de esta adicción el día que se nos ocurrió la fantástica idea de ofrecerles el móvil para que se entretuvieran y nos permitieran tomar la cañita con los amigos a gusto.

Es duro de admitir, pero somos los progenitores los responsables de que nuestros hijos estén consumiendo y sobrestimulándose a través de determinadas aplicaciones y juegos que precisamente están diseñadas para hacerlos adictos a la pantalla. Dejémonos de pamplinas y seamos serios.

Por suerte cada vez es mayor el número de padres curiosos y preocupados que han investigado y ya saben de este problema, El hecho de disponer de la información y poder actuar contribuye a que dejen de sentirse culpables.

He de confesar a estas alturas del artículo, que mucho de lo dicho hasta este punto ya lo conocía. Pero lo que no sabía y he descubierto a través de toda la información a la que he podido acceder, es que este nocivo hábito tiene otro impacto terrible a nivel estructural y metabólico en nuestro cerebro ya que el córtex prefrontal acaba encogiéndose si estamos excesivo tiempo delante de las pantallas.

Sepan que una persona con el córtex prefrontal encogido, con además una menor densidad de sustancia gris, es más propensa a comportamientos adictivos, es más agresiva y suele equivocarse en la toma de decisiones porque tiene alterada la capacidad de razonamiento lógico.

Hay países en los que ya se han dado cuenta de esta peligrosa adicción a internet de nuestros niños y jóvenes, llegando incluso a considerarlo como uno de los problemas de salud pública más apremiantes.

Concretamente en China sometieron a estudio a 15 jóvenes con adicción a internet. Les hicieron a todos ellos un escáner cerebral y el resultado demostró que la circulación de fluidos estaba alterada fundamentalmente en el área de la comunicación. La modificación en los circuitos y conexiones neuronales les podía provocar síntomas parecidos al autismo, tal y como vimos que ocurría en niños pequeños, o incluso trastornos bipolares.

La buena noticia es que en niños y adolescentes no hay daño permanente. Basta con alejarlos de las pantallas para que las capacidades alteradas vuelvan a parámetros normales.

En definitiva y a modo de conclusión. Debemos como padres hacer examen de conciencia y propósito de la enmienda. No podemos esperar que los menores sepan discernir entre lo perjudicial y lo beneficioso de cara a su desarrollo, pero sobre todo debemos ser capaces de ofrecer a nuestros hijos otras alternativas menos tóxicas, sin olvidar claro está, implicarnos en ellas.

Si es cierto que algunos niños logran entretenerse solos con sus juguetes, otros en cambio se aburren rápido de todo. En otras casas puede darse el caso de que convivan varios hermanos que comparten juegos y así los padres consigan disponer de más tiempo para ellos.

En algunos barrios, calles o pueblos pequeños aún los niños disfrutan del lujo de salir a jugar a la calle sin peligro o sin que sus padres sean multados al dejar a sus hijos usar la pelota.

Evidentemente son unos “privilegiados” ya que pueden jugar, socializar y descubrir el entorno en compañía de iguales, como siempre se ha hecho.

Pero todo ello no exime a los padres de los no tan afortunados de tomar cartas en el asunto. La educación de nuestros hijos no deriva exclusivamente en llevarlos al mejor colegio o ser exigentes con su profesorado. También implica transmitir valores y comprometernos a
compartir tiempo de calidad con ellos.

Por suerte hoy en día disponemos de suficiente información como para aprender del problema y, lo que es más esperanzador, saber que el daño es reversible. Respecto a los niños y jóvenes existen miles de alternativas que igualmente ponen en marcha la liberación de la consabida DOPAMINA, pero no de esa dañina y perjudicial de la que hemos estado hablando, sino
DOPAMINA de la buena buena.

Por si os sirve de referencia, y con ánimo de quitar leña al asunto, os comparto algunas de las actividades que llenaron las tardes y vacaciones de mi infancia de mano de mis padres, hermanos y amigos. He de confesar, no sin emocionarme, que son momentos que guardo en mi memoria como un auténtico tesoro. No puedo más que sentir orgullo, alegría y dicha por haber tenido los padres que tuve.


• Salir al campo con la” bici” a coger piñones, tortugas y matar serpientes.
• Limpiar la parcela con un palo con pincho y una bolsita compitiendo con tus hermanos para ver quien era más efectivo y rápido.
• Hacer cola para que nos repartieran los cucuruchos con nuestras chuches preferidas una vez finalizábamos las tareas y nos habíamos comido la merienda.
• Hacer y grabar concursos de cuentos, poemas, chistes y canciones en los que participábamos todos los hermanos y que luego serían reproducidos con sumo orgullo en posteriores comidas familiares.
• Jugar a las “tiendas” con arena, agua y plantitas del jardín o cualquier elemento que simulara un alimento.
• Saltar a piola, la comba, el elástico o al tejo.
• Buscar tesoros escondidos (por tus padres), siguiendo pistas.
• Coleccionar y jugar a los cromos.
• Montar castillos y casitas con juegos de montaje.
• Hacer figuritas de plastilina para que habitasen el castillo de turno.
• Jugar durante horas dando vida a las historias de las figuritas dentro de la casa o castillo.
• Organizar concursos de dibujos entre los amigos de la calle, o incluso recrear concursos de la tele en aquel momento. (Un, dos, tres…responda otra vez).
• Peinar a las muñecas para hacerlas lucir modernas y actuales (calvas).
• Jugar a las casitas con la Nancy y el Geyperman de mi hermano mayor aún a riesgo de salir “cobrando”.

En definitiva, igual la respuesta es tan simple como volver al juego tradicional y creativo, y si puede ser, compartiendo tiempo con nuestros hijos de calidad. “Barato barato y sano sano”.

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