CON EL PRIMER RAYO DE LUZ

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Paki García Velasco Sánchez

Madrugada del 7 de abril, Viernes Santo, suena la alarma del móvil, aunque la verdad todo sea dicho, llevo ya un rato despierta a causa del murmullo de las personas que se escuchan afuera y que han sido un poco más madrugadoras que yo, las cuales ya van de camino hacia La Paz… cuenta atrás para ver las calles de Daimiel teñidas con esa inmensa marea de nazarenos color morao tan nuestra en la mañana de este día.

Ya en la calle todo es un ir y venir de hermanos y gente subiendo hacia la Ermita, unos para ver salir a nuestro Nazareno y otros para procesionar junto a él.

Desde donde yo estoy veo a todos los hermanos con el capillo alzado aún y situándose en ambas aceras de la calle Jesús, esperando para, cuando llegue la orden, ponerse en marcha.

Aún no son las seis cuando empiezan a andar, abriendo la procesión la cruz guía, el calvario, para poco después y desde La Paz, salir el Niño Jesús, al cual, y poco a poco siguen los demás pasos por orden cronológico, (algunos de ellos salen desde la Casa Museo) y todos van acompañados de una banda de música, las cuales aún están en silencio.

Ese mismo silencio hace que escuchemos a lo lejos, el sonido del arrastre de las cadenas contra el frío suelo a cada paso que dan los hermanos portadores de ellas, es una sensación tremenda y hace que te recorra un escalofrío por todo el cuerpo.

Los pasos son: Coronación de Espinas, Jesús ante Pilatos, Jesús ayudado por el Cirineo, Jesús consuela a las Mujeres de Jerusalén y La Virgen del Primer Dolor, la cual sale desde la Ermita donde, después de escuchar su marcha, toma el camino de detrás de la sacristía de La Paz, para ir al primer encuentro que tiene lugar en la Plaza de Santa María.

La Verónica igual que La Virgen del Primer Dolor, lleva otro recorrido alterno para hacer el segundo encuentro en la rotonda de la calle de los Molinos con la calle Arenas.

La plazoleta de la Paz se va llenando de gente para ver el momento más esperado de la mañana, mires a donde mires no cabe un alfiler, está todo abarrotado de gente esperando el gran momento, el cual, y como siempre, tiene lugar al primer rayo de luz.

Es en este momento cuando las voces poco a poco se van apagando y se empieza a hacer un silencio absoluto, justo entonces es cuando vemos avanzar hacia nosotros a Jesús, y cuando se detiene, el silencio es roto por los primeros acordes del Niño Perdido, cosa que hace que para muchos de los allí presentes, sea un cúmulo de emociones que incluso hacen que se te ponga un nudo indescriptible en la garganta, es un instante único y que estás deseando volver a disfrutar cada año.

Y justo cuando termina de sonar el último acorde y los aplausos, la masa de gente sale (o salimos) corriendo para poder vivir otro de los momentos grandes y emotivos de la mañana que aún nos quedan, ¡alguno de los dos encuentros!!

Y después de finalizar estos y ya más tranquilos, volver a ver la procesión, esta vez entera y relajadamente.

Miradas tras el capillo, pequeños nazarenos con chupete en brazos de sus padres, hermanos con pies descalzos, enormes cruces casi imposibles de llevar, algunas con el añadido de que el penitente va con enormes cadenas agarradas a los tobillos… detalles y escenas que nosotros ya estamos acostumbrados a ver un año tras otro, pero que quien las contempla por primera vez, no tiene palabras para describirlas.

Al ser una procesión con tantos hermanos, poco tiempo después de pasar el último nazareno por la calle Jesús, hace que la susodicha sea testigo nuevamente de la vuelta de ellos; y así otra vez y de nuevo, la plazoleta de la Paz, poco a poco, vuelve a llenarse de fieles esperando el momento de ver pasar a nuestro Nazareno a su casa, donde, y después de estos días, volverá a recibirnos tras esa ventana del refugio, a donde me atrevo a decir, que todos alguna vez a lo largo de nuestra vida hemos acudido.

Y no quiero terminar sin tener un pequeño reconocimiento con todas esas personas que, año tras año y viviendo fuera de Daimiel, vuelven al pueblo por estas fechas, ya sea para salir en las procesiones de cualquier cofradía en donde son hermanos, o sencillamente para estar con la familia.

Y entre todos ellos, quiero hacer una mención especial a una persona que tuvo que marchar hace muchísimo tiempo del pueblo y que, a pesar de los años pasados fuera de él, todas las Semanas Santas viajaba con su familia desde Mallorca, lugar donde residía, para poder procesionar junto a Nuestro Jesús de Nazareno, y ha estado así año tras año, hasta el último momento de su vida: Domingo García Carpintero, el cual y en aquel 2016, fue el n°1 de la cofradía, cofradía en la que estuvo al pie del cañón siempre y sin faltar a esta cita anual, un beso al cielo y un abrazo a sus hijos María Dolores y Jesús.

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