PIE FRANCO. Capítulos XIX y XX

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

En la cocina, Juana trajinaba preparando el desayuno. El humo de la fritura invadía la casa, y rápido llegó hasta la nariz de Juan que remoloneaba en la cama. En un boleo, estaba sentado al calor de los fogones. Sobre la mesa, humeaban el café y una fuente de paparajotes recién hechos.

-Voy a abrir un poco la ventana para que se vaya este humo.

Mejor no, que todavía tengo la garganta mal.

-Pero hijo, es que esto parece una zorrera.

-Ya, pero más vale humera que no tiritera.

Se sentaron madre e hijo frente a frente, y durante unos minutos solo se escuchó el crujir de los paparajotes y el piar de los tordos en el alero del patio. El sol empezó a colarse por la ventana rebotando en jarras vasos y ollas, arrancando reflejos en las paredes y en el cristal de la alacena. La vieja cocina se convirtió en una isla de paz en medio del frio invierno; como una abuela acogedora vestida con delantal que nos sostiene sobre sus rodillas.

-Madre, ¿conoces a un tal Anselmo? Uno así que parece que siempre está cabreao. Que anda por el Círculo…

Juana dejó de comer y miró a su hijo muy seria

¿Y para que quieres saber tu nada de ese hombre?

Juan, le contó la milonga de que Tomás, tenía intención de comprarle una moto al tal Anselmo, y de que no se lo estaba poniendo fácil.

-Que Dios me perdone porque no debería hablar de esto; lo de tu padre está muy reciente.

¿Y qué tiene que ver padre con esto?

Pues tiene que ver, que Anselmo y tu padre eran amigos hasta que esa amistad se rompió.

¿Y por qué se rompió?

Porque durante un tiempo, y que la Virgen de la Amargura me perdone, Anselmo me pretendió lo mismo que tu padre.

El calor subió por la cara de Juan ante la inesperada confesión de su madre. Una mezcla de sorpresa y estupor; como cuando a un niño le revelan el misterio de los Reyes Magos.

-Pues menos mal que elegiste bien. No quiero ni pensar ser hijo de ese mostrenco.

No todo es como parece, y no siempre fue así, lo que pasa es que una guerra hace muchas trincheras, y tu padre y Anselmo no estaban en la misma; de ahí empezaron los rencores, y poco a poco se fueron distanciando, aunque es verdad que nunca discutieron abiertamente, pero ya no fue lo mismo. Un día, a tu abuelo le dieron una paliza unos desconocidos, y se rumoreaba que Anselmo tuvo algo que ver, que incitó a unos cuantos mozos a ello.

La atmósfera de la cocina antes cálida se tornó súbitamente fría, y Juana empezó a retirar los restos del desayuno en silencio, un silencio que se hizo más y más pesado hasta que Juan salió y su madre le escuchó arrancar el coche en el corral. Por la ventana, le vio torcer por Monescillo al tiempo que Doña Pascuala, salía del portal de su casa y la saludaba mano en alto tal vez camino de asistir a alguna parturienta.

Durante un rato, estuvo conduciendo sin rumbo hasta que se acordó de Sultán, y decidió acercarse a la viña a por el perro. Tuvo la precaución de no llegar hasta la puerta con el coche por si había huellas de nuevo que coincidieran con las que borrase hacía unos días. Las heladas servían de soporte para hacer un molde de barro, y allí se encontraban las del perro, las suyas, y otras que debieron quedar la noche en que el misterioso visitante quiso entrar en la casilla. Durante un rato, estuvo arrojando un palo al perro que inmediatamente volvía con él para repetir el juego, pero se cansó pronto, y en el poyete de la puerta, se sentó a tratar de poner orden en su cabeza.

Vamos a ver…Punto primero: Mi padre muere súbitamente estando solo. Segundo: Aunque mi padre no fumaba, me encuentro una pitillera con unos cigarros uno de ellos a medio consumir, el mismo día y en el mismo lugar. Tercero: El de la moto empieza a aparecer cada dos por tres. Cuarto: La moto parece que es de Anselmo y la pitillera puede que también a tenor de cómo reaccionó al verla el otro día. Quinto: El otro día alguien, intenta entrar en la casilla, Sultán le muerde, y al día siguiente Anselmo aparece con una herida en la mano. Sexto: Seguimos a Anselmo, y resulta que se dedica a criar ranas venenosas aquí en mitad de Ciudad Real. Séptimo: Resulta que Anselmo pretendió a mi madre, y se llevaba regular con mi padre y con el abuelo…Ah, se me olvidaba; resulta también, que alguien, según dijo don José Iturbe, se ha enterado de lo de la bodega y Veinticuatro Cepas.

 Ahora, a ver cómo junto todo esto y le doy algún sentido, aunque el jodio Anselmo se repite demasiado. Tengo que asegurarme de que la herida que Anselmo dice que se hizo con una máquina, no sea un mordisco de Sultán, en cuyo caso, está claro que quien quiere entrar en la casilla es él, porque tal vez, también es él, el que se ha enterado de lo de la bodega como sospecha Don José…aunque todavía no entiendo bien por qué eso debería ser un problema, y que empeño tendría Anselmo en enterarse; a él que más le da si hacemos vino o ponemos una fábrica de rosca utrera. Bueno, para empezar, me voy a acercar donde Moraleda que es el que está pinchando a Anselmo a ver qué me dice de la herida.

Media hora más tarde, estaba en la plaza donde Eugenio, tomando una cerveza con el afable practicante.

¿Cómo estás del catarro? Parece que tienes mejor la voz.

Mejor, esas pastillas me han ido bien. A ver si me recupero porque tengo tajo en la viña, y allí se pasa mucho frio en esta época del año.

Sí, ahora es tiempo de catarros, pulmonías y reumas; tengo la consulta llena…Pincho más que un “maletilla”.

Ya lo vi el otro día que la tenía hasta la bandera; por cierto, ¿Qué tal va Anselmo de la mordedura?

La pregunta pareció sorprender al bueno de Moraleda que miró fijamente al muchacho.

¿Y cómo sabes tú que le han mordido?

No sé, me parece que se lo escuché a alguien el otro día ahí, en el Círculo. ¿No le ha mordido un perro?

Durante unos segundos dudó en contestar, pero finalmente encogiéndose de hombros respondió.

l dice que fue con una máquina, pero la verdad, es que más parece una mordedura, y en esto sabe más el diablo por viejo que por diablo; no es la primera que veo, ni que veré.

Voy a ser sincero con usted, y espero que me sepa guardar el secreto. Como usted sabe, tenemos un perro en casa que, a lo mejor es el que le ha mordido. Sultán es muy buen guardián, y como tenemos el campo cerca, a lo mejor un día se ha escapado, o se ha acercado Anselmo sin estar nosotros, y el perro le ha mordido.

¿Y tenéis al perro vacunado?

-Si claro que lo tenemos. Vamos donde Miguel Herreros ahí en Ruiz de la Hermosa.

Bueno, yo me tengo que ir que tengo todavía muchas banderillas que poner. Dale recuerdos a tu madre, y por lo del perro no te preocupes, la herida está bien y no creo que Anselmo tenga problemas.

Cuando el practicante se alejaba, Juan tenía casi la certeza de que Anselmo era el asaltante nocturno, y que, de alguna manera, había estado con su padre el día que murió de un supuesto y repentino ataque al corazón. Otro suceso inesperado le iba a poner sobre la pista, y el protagonista sería un gato que habitualmente merodeaba por el corral de la casa.

Sentado en el último peldaño de la escalera que daba al corral, Juan observaba como se paseaba aquel gato. Era un gato color marrón claro, casi del mismo color que el adobe que se asomaba por los desconchones de la pared. Un gato no muy grande, y que solía acercarse al comedero de Sultán que, vaya usted a saber por qué, el perro toleraba mientras el felino rebañaba los restos de su comida.

Para mayo o junio, tendré que enjalbegar– se dijo mientras observaba las heridas que presentaba el murete que separaba su casa de la casa de Galo, el vecino. De un ágil salto, bajó el minino hasta el patio, y con parsimonia se acercó hasta situarse debajo del 4L. Las puertas del coche estaban abiertas de par en par, y tras subir al coche, Juan observó al bicho arqueando el lomo y restregándose contra el volante. A continuación, algo le llamó la atención en el asiento del conductor y durante unos segundos estuvo olisqueando. Cuando Juan iba a sacar al gato del coche, el animalillo saltó torpemente afuera, caminó de forma vacilante y después de dos o tres brincos espasmódicos quedó inmóvil sobre el empedrado. Con la punta del pie, intentó mover al gato. Le asomaba espuma en la boca, y tenía las patas rígidas, pero lo único que consiguió fue darle la vuelta, no se movía lo más mínimo; era evidente que estaba muerto. De forma instintiva dirigió la mirada hacia el lugar en que el desafortunado gato había estado husmeando instantes antes, y el corazón le dio un vuelco. Seguramente se le habría caído del bolsillo al salir del coche, pero sobre el asiento, abierta de par en par, estaba la pitillera de Anselmo.

¿Qué leches ha pasado aquí? Se preguntó mientras cerraba con cuidado la pitillera

En una secuencia de vértigo, desfilaron una serie de imágenes que su cerebro había ido archivando, y que ahora parecían cobrar sentido. Su padre tumbado en el suelo, el cigarro a medio fumar, la pitillera, las ranas. El manotazo de Anselmo a su amigo cuando le ofreció un cigarro, y ahora el gato fulminado tras olisquear o, tal vez lamer alguno de los cigarros. Recordó las palabras del amigo de Tomás: “Se sabe de perros u otros animales que han muerto solo con tocar un objeto en el que hubiera estado una de esas ranas”.

En ese momento, su madre se asomó al patio y llamó a Juan

Sube que te llaman al teléfono. Es el señor del otro día.

Antes de subir, guardó el gato en uno de los sacos que llevaba en el maletero y lo ocultó en el sótano. Cuando subió, su madre estaba esperando con el teléfono en la mano-Alivia Juan que lleva mucho rato esperando

Buenos días don José, disculpe la tardanza, pero es que estaba liado.

No te preocupes. Tengo buenas noticias; el “Veinticuatro Cepas” ha gustado muchísimo, y tengo varios compromisos con distribuidores que van a confiar en nosotros.

¿Entonces ha ganado algún premio?

No, las cosas no funcionan así al menos de momento. En este mundo del vino hay que hacer muchas relaciones, pero ha gustado mucho, y será una magnífica carta de presentación para el siguiente certamen de París. ¿Cómo fue la reunión de la cooperativa?

Pues tal como usted dijo. Los precios céntimos arriba o abajo, van a rondar lo que apuntaba el otro día, de modo que vamos a tener que autoabastecernos porque nadie va a querer vendernos uva al precio que los particulares podamos comprarla salvo algún caso de fidelidad por amistad.

¿No habrás contado nada a nadie verdad?

Claro que no, pero por hacer un sondeo así por encima esa es la sensación que he sacado.

De momento tú, no te preocupes por eso que tenemos tiempo, El año próximo lo tenemos asegurado y el siguiente también con lo que tenemos en la bodega.

Hay una cosa de la que me gustaría hablarle, pero no me atrevo a hacerlo por teléfono; algo muy grave.

Chico me dejas en ascuas ¿tan importante es?

Mucho don José, no imagina usted cuánto. Si le parece, podríamos quedar en Madrid la semana que viene, y a usted no le viene mal.

Mira lo que vamos a hacer, yo, me quedo aquí en Madrid un par de días más para cerrar algunos acuerdos Te espero pasado mañana en el tren de las doce y voy a recogerte a la estación. ¿te da tiempo no?

Allí estaré como un clavo.

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