PIE FRANCO. Capítulos XVII y XVIII

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

Había quedado con Tomás a las ocho en la esquina de Monescillo con la plaza, para que le acompañara y le cubriera las espaldas. En la puerta de la sacristía de San Pedro se despedían las ultimas rezagadas de la misa de siete, y la niebla un día más, tapaba el campanario de la iglesia y empezaba a bajar tomando posesión de las calles convirtiendo a los escasos transeúntes en sombras fugaces. Tras un corto saludo, los dos amigos se dirigieron al bar del Circulo, y en Obispo Quesada se ocultaron en un portal esperando que Anselmo se dirigiese a su casa. Como a las nueve menos cuarto, su objetivo abandonaba el bar, y por la Travesía de Las Tercias salió a Lepanto y de ahí a Don Tiburcio. Después de pasar la calle Nueva, atajó a la derecha por la travesía para salir a Barreros. La calle estaba completamente vacía, y solo los pasos de Anselmo rompían el silencio que, en un momento se volvió tratando de atisbar en la niebla. Juan y Tomás se escondieron en la esquina de la calle San Juan, y contuvieron la respiración esperando que no les hubiese visto, algo a lo que contribuyó la niebla reinante cada vez más densa.

Al llegar a la plaza de Tetuán, y aprovechando la iluminación se volvió a mirar, y un poco más adelante, en Molemocho volvió a hacerlo, pero los chicos se ocultaron en la esquina de la calle Castillejos y esperaron a que se alejase, ya que la calle Molemocho al ser tan larga y recta les dejaba muy expuestos. En un momento dado pasada la plaza de toros vieja, Anselmo se detuvo y entró en una casa. Los dos muchachos se acercaron con prudencia para evitar que Anselmo pudiera verlos si salía precipitadamente. La casa, era un edificio en no muy buen estado; algo que se adivinaba con solo mirar las ventanas desvencijadas a través de una de las cuales, podía verse luz en el interior permaneciendo las demás a oscuras. Resultaba evidente, que aquella no debía ser la casa donde supuestamente vivía Anselmo dado el penoso aspecto que presentaba. En cosa de cinco minutos la luz se apagó, y los muchachos corrieron a esconderse detrás de un John Deere que había aparcado a escasos metros. Anselmo salió a la calle y tras mirar a ambos lados, continuó subiendo la calle hasta que torció por Los Rosales y se perdió en la distancia. Quedó entonces Tomás apostado detrás del tractor por si volvía Anselmo, y Juan decidió entrar en la casa para averiguar que escondía en aquella habitación el dueño de la Derbi Antorcha. No le costó demasiado abrir lo suficiente la puerta de la calle que se mantenía cerrada por una cadena, pero con la holgura suficiente como para que alguien como él, fibroso y delgado pudiera escabullirse en el interior.

Una vez dentro, encendió una linterna de petaca que perteneciera a su abuelo e iluminó la galería por la que avanzaba; una galería en la que la humedad y el frio eran más intensos que en la propia calle, y que daba acceso a cuatro habitaciones y a un pequeño corral trasero en el que dormía el sueño eterno un desvencijado Citroën 2CV, pero lo más inquietante, fue el hecho de que a través de una de las puertas se colaba un tenue resplandor que iluminaba la habitación del fondo. Dudó por un momento si continuar ante la posibilidad de que alguien estuviese dentro, pero la curiosidad, y la seguridad de que Tomás abajo vigilaba le hicieron continuar. Lentamente se acercó a la puerta con la linterna apagada para no delatarse, y se asomó al interior. La habitación estaba vacía a excepción de una mesa sobre la que descansaba lo que parecía una urna de cristal, y enfocando directamente sobre la urna, una lámpara de flexo. Perplejo se fue acercando a la mesa hasta que quedó atónito con lo que veía: dentro de la urna, ocultas por unas piedras y algo de vegetación, dos pequeñas ranas de color amarillo dorado se atiborraban de hormigas, y de unos pequeños escarabajos.

– ¿Dos ranas?

-Que sí cojones, dos ranas. Dos ranas pequeñas y amarillas apretándose un puñao de hormigas.

– ¡Joder, ese tío es más raro que un guarro verde! ¿y para que querrá esas ranas?

-No es solo eso, ¿por qué las tiene ahí escondidas? ¿por qué no las tiene en su casa? ¿por qué les deja la luz encendida? ¿de dónde las ha sacado? …Porque yo, no he visto una rana así en mi vida.

-Pues yo conozco a alguien que puede conocer a esas ranas. Es un compañero de la pensión en Ciudad Real que estudia biología; le podemos traer y que las vea.

-Venga no digas tonterías, como va a venir aquí. Lo suyo es hacerles una foto, o que le digamos como son a ver si da con el nombre.

-Yo tengo una Kodak Instamatic en casa, puedo ir a por ella y le hacemos una foto ahora.

En veinte minutos, estaban de vuelta con la cámara, y utilizando el mismo método penetraron en la casona e hicieron la fotografía.

Podemos revelarlas ahí donde Enrique, el que está en la calle de la Duquesita, o si no donde Cencerrado.

-No podemos revelar las fotos aquí, imagina que se entera el Anselmo. Es mejor en Ciudad Real. Vamos mañana, y de paso se las enseñamos a tu amigo.

Bueno, nos pilla de paso, mi amigo está ahora en Carrión.

Como en los últimos días, la N430 estaba conquistada por la niebla, y el 4L avanzaba despacio desgarrando apenas la bruma con la luz amarillenta de sus faros. Después de la visita al amigo de Tomás venían los dos manejando la información recién adquirida.

¿Entonces sabes cómo se llaman estas ranas?

-La verdad, es que es muy raro verlas aquí, de hecho, yo es la primera vez que veo unas que no sea en un libro. Son de Colombia, y se las conoce como rana dorada, o rana dardo. Su nombre científico es Phyllobates Terribilis.

-Pues no parecen tan “Terribilis” …vamos, que de un manotazo las aplastas.

-Pues menos mal que no te ha dado por hacerlo.

Toma ¿Y eso?

-Pues porque tienen uno de los venenos más mortíferos que se conocen si no el que más.

To nene ¿qué me dices?

-Pues sí, se llama batracotoxina. Es un alcaloide que segregan por la piel, y basta un miligramo para matar a más de una docena de personas.

– ¡La Virgen! ¿Y qué hacen, te muerden?

-No, basta con entrar en contacto con el veneno tocándolo simplemente. Se sabe de perros u otros animales que han muerto solo con tocar un objeto en el que hubiera estado una de esas ranas. Los nativos de la zona, utilizan el veneno para impregnar las flechas con que cazan a sus presas. Primero cogen las ranas y las arriman a una fuente de calor para que suden por la piel un líquido con el que untan las puntas de las flechas; en ese líquido está el veneno. Andaros con ojo y no las toquéis salvo que sepáis que su dueño las tenga en cautividad desde hace mucho. En su medio natural, comen hormigas y unas pequeñas cucarachas que tienen una encima que hacen que, al comerlas las ranas produzcan ese veneno, de modo que, si se crían en cautividad y no comen esos bichos, con el tiempo terminan perdiendo su toxicidad.

Eran muchos los interrogantes que se formulaban Juan y su amigo Tomás; el primero de dónde demonios había sacado Anselmo esas ranas y, en segundo lugar, para que quería un tipo huraño y con apariencia de ser bastante gañan unos animalillos tan exóticos. Sin querer, sería la madre de Juan la que le iba a poner sobre la pista.

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