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José Ignacio García-Muñoz (Queche)
El domingo, Juan había quedado con su amigo Tomas. Le había pedido que le acompañara hasta el bar El Círculo donde le dijera Magan que podría encontrar al dueño de la Derbi con la que últimamente se tropezaba; y efectivamente, apoyada en la pared de enfrente se encontraba la moto, lo que hacía suponer que su dueño se encontraba dentro. En la cabeza de Juan, resonaba una frase de Don José Iturbe: “En el pueblo alguien se enteró, no sé cómo, pero se enteró de que tu abuelo andaba intentando salirse del camino trillado para abordar otra forma de hacer las cosas”, y ahora trataba de confirmar una teoría a la que venía dándole vueltas. Tal vez, la persona que se enteró, era el dueño de la motocicleta, y algo más inquietante: ¿pertenecía la petaca que se encontró aquel día a la misma persona que la motocicleta? Y si era así, eso probaría que aquel día estuvo en la viña, y que, de alguna manera, tal vez tuviera algo que ver con la repentina muerte de su padre.
La idea tramada junto con Tomás, era hacerle creer que estaban interesados en comprarle la motocicleta, y en un momento de la conversación, sabiendo de su afición por fumar, ofrecerle un cigarro de la que supuestamente sería su petaca para ver qué reacción tenía al verla, y más con el cigarro a medio consumir manchado de sangre en su interior.
El bar no muy grande, aparecía abarrotado a la hora del aperitivo, y en una esquina junto con otro parroquiano se encontraba el dueño de la moto. Ajenos a los recién llegados, charlaban animadamente cuando los dos muchachos se acercaron.
-A la paz de Dios.
-Buenas.
-Disculpen ustedes si interrumpimos, pero es que mi amigo tiene interés en comprarse una moto para llevársela a Ciudad Real donde estudia, y nos han dicho dónde Magan, que a lo mejor usted la vende…vamos si no pide usted mucho por ella. ¿Es la que está fuera?.
–Con que para llevártela a Ciudad Real que pasa ¿Qué eres de allí?.
Tomás contestó afirmativamente, y que le vendría muy bien para moverse entre la escuela y su casa.
–Pues la verdad, es que no pensaba venderla, pero si me das veinte mil pesetas tuya es.
Recordó Juan la recomendación de su tocayo y replicó.
–Hombre, veinte mil es muy cara, porque tira gasolina y eso habría que repararlo.
-Pero la moto es para ti, o para el “culipardo” dijo con una risa áspera que replicó su compañero.
Tomas se incomodó con la situación, y miró a Juan que le hizo un gesto de paciencia.
-Entonces ¿no la rebaja un poco?.
–Si la quieres eso es lo que vale, y si no, dejar ya de tocar los cojones con la moto y dejarnos en paz.
Juan consideró entonces que era el momento del plan B, y extrayendo la pitillera del bolsillo dijo:
-Bueno, no hace falta ponerse así. Si no quiere venderla pues ya está, nos echamos un cigarro y aquí paz y después gloria.
Cuando vio la pitillera, Anselmo cambió de color y de semblante; rechazó el cigarro, y cuando su compañero fue a tomar uno, le apartó la mano bruscamente y exclamó:
–Que sus vayáis ya de aquí hombre.
Algunos parroquianos volvieron la cabeza al escuchar las voces, y Anselmo se contuvo. Habían conseguido sacarle de sus casillas y estaba quedando en evidencia. Después de pagar sus cervezas, Juan y Tomas abandonaron el bar seguidos por un mar de miradas y cuchicheos. Ya en la calle los amigos comentaron.
– ¿Te has dado cuenta de cómo ha reaccionado cuando ha visto la pitillera?.
-Está claro que es suya; pero más extraño ha sido cuando le ha dado el manotazo a su amigo para que no cogiera el cigarro. ¡Ni que le estuvieras dando veneno!.
Durante los siguientes días, Juan dejó a Sultán en la casilla, y bien temprano le sacaba para que le acompañara mientras se dedicaba a terminar la labor de esquejar que había iniciado su padre antes de morir. Una de esas mañanas, le pareció que la puerta no cerraba bien, como si alguien la hubiese forzado, y de nuevo las huellas que borrase volvieron a aparecer. Eran de alguien que venía montado en un vehículo ya que su presencia se limitaba a la zona cercana a la casilla y más allá desaparecían. Aquella noche decidió dormir allí por si al intruso se le ocurría volver. Dejó el 4L fuera del alcance de la vista, al otro lado de la casa, y se dispuso a esperar. La noche volvía a ser heladora, y una niebla espesa cubría el viñedo. Echado sobre unos sacos y cubierto con una manta, se calentaba junto al perro que se había tumbado al lado. El silencio era absoluto, y solo el ulular de una lechuza rompía de tarde en tarde la quietud. Sobre las dos de la madrugada empezó a soplar un ligero viento, un viento frio y húmedo procedente de la parte de Malagón que despejó la niebla, y que permitió a la luna asomarse con su fría luz a través del ventanuco. Empezaba a quedarse dormido pese a la baja temperatura cuando, sintió que el perro se levantaba; fugaz como una pesadilla, una sombra atravesó la ventana al otro lado de la casilla, y unos pasos quedos se aproximaron por la parte de delante. Sultán con el pelo erizado, miraba fijamente hacia la puerta que Juan había encajado, pero no cerrado. En silencio tomó de la caja de herramientas un martillo cuando una mano apareció intentando desencajar la puerta; Sultán no se lo pensó más, y se abalanzo mordiendo al intruso que después de un grito de dolor pudo soltarse. En lo que Juan consiguió abrir la puerta el visitante se había perdido en la oscuridad, y aunque el perro señalaba con sus ladridos la dirección en la que huyera, consideró más prudente no salir en su busca y permaneció alerta con el martillo en la mano delante de la puerta. Pasó la noche en vela, pero a las siete de la mañana después de tres intentos el 4L arrancaba camino del pueblo. Pasó por el cuartelillo para dar parte de lo sucedido, aunque no presentó denuncia al estar ausente el jefe de puesto Corcuera. Después de desayunar, se sintió algo indispuesto; el frio sufrido durante la noche le estaba pasando factura y su madre le instó a que fuese al médico.
-Acércate ahí donde Don Manuel Sonseca y que te mire el pecho.
Se acercó, y Don Manuel después de auscultarle le recetó unos comprimidos que posteriormente fue a comprar a la farmacia de Simal. Cuando se aproximaba a la farmacia vio salir a Anselmo el propietario de la Derbi, con una mano vendada. Se escondió en la esquina de Monescillo, para que no le viese, y esperó a que se perdiera a la derecha por Juan Romero. Una vez dentro de la farmacia pidió las pastillas que le recetaran, y se interesó por Anselmo.
– ¿Qué le ha pasado a Anselmo que le he visto con la mano vendada?.
-Pues creo que le ha pillado una máquina. Ahora iba donde Moraleda a pincharse.
-Pues yo vengo de Don Manuel y no le he visto.
–Es que él se visita con Don José Luis.
-Ah claro por eso no le he visto. Bueno, hasta luego.
-Con Dios, y cuídate esa tos perruna.
De vuelta en la casa, no había puesto un pie en el zaguán, cuando su madre le urgió para que cogiera el teléfono.
–Es el señor ese que estuvo aquí hace días. Dice que es urgente.
-Don José ¿Qué tal, como ha ido el concurso?.
-No te llamo por eso, el concurso es mañana; te llamo porque quiero que acudas a una reunión en la que se van a discutir cuestiones que nos pueden interesar. Como bien sabes, el asunto de la cooperativa está variando el precio de la uva. Si no recuerdo mal, a tu padre en la cooperativa le están pagando a algo más de tres pesetas el kilo de uva blanca, mientras que los particulares la están pagando a poco más de dos cincuenta, y si vamos a ser compradores nos conviene estar al tanto. Y este es el gran secreto que hasta ahora no conocías: vamos a invertir una gran suma de dinero para crear una bodega que elabore un vino que se desmarque de lo que se viene haciendo hasta ahora en la Mancha, y en cierto modo, el hecho de que la cooperativa se convierta en una macro bodega nos sitúa en un lugar que puede favorecernos como empresa; más pequeña sí, pero más selecta también. Está próxima a inaugurarse una planta tipificadora que se llamará Crucero Canarias en un claro guiño al régimen, y que tendrá una capacidad entre otras cosas, de más de seis millones de litros, y potencial para embotellar más de dos mil quinientas botellas hora. Como verás, son cifras tremendas con las que no se puede competir salvo en exclusividad, aparte, de que ya se elabora un vino que conoces: “El Clavileño” que está teniendo buenas cifras de ventas; tanto es así que según parece, hasta Fidel Castro le gusta ese vino “El del Caballito” como le llama él.
Resultaba evidente, que Don José por sus contactos, tenía acceso a información privilegiada, y que era hombre que dejaba poco al azar, pero lo que escapaba al control de Don José, era la intención que Juan tenía de vigilar de cerca, muy de cerca, a Anselmo y su Derbi, algo mucho más arriesgado que los asuntos de la cooperativa como iba a comprobar en breve.