PIE FRANCO Capítulos XI y XII

0

 321 visitas,  1 visitas hoy

José Ignacio García -Muñoz (Queche)

Después de recoger los cortadillos y los quesos, volvieron a la casa para tomar el 4L e ir hasta el viñedo. Cuando Don José hubo guardado sus mercancías en el maletero del Mercedes, se acomodó en el asiento del pasajero en el que no sobraba mucho espacio una vez sentado. La idea era acercarse a la bodega “clandestina” y llevarse unas botellas para que Don José pudiera presentarlas al primer certamen al que acudirían al mes siguiente en Madrid. Como siempre, el cuatro latas arrancó a la tercera, y cuando se incorporaba a la calle Prim estuvo a punto de llevarse por delante a “Caracol” que, con su inefable abrigo gris, bajaba hacia San Pedro atronando la calle con su carromato de madera y ruedas de hierro. Torcieron por Monescillo para luego por la plaza volver a Mártires ya que tenía que comprar un par de camisas para el lumigás donde Miguel Rodríguez Aldea. Allí saludo a Pilarín Naranjo que estaba esperando a su amiga Pepi, hija de Miguel.  Luego por Mínimas y Jabonería ganarían la calle Nueva para salir del pueblo por el Paseo Del Rio casi enfrente del “Torillo”.

Cuando volvamos dijo Don José, y antes de que me vaya, tenemos que pasar por el bar Cortijo; yo no me puedo ir de aquí sin tomarme un par de raciones de gambas con gabardina.

Por primera vez la voz de don José se tornó melancólica.

-Siempre iba con tu abuelo ahí.

-Eso está hecho y, además le voy a llevar al Eugenio, y si tiene ganas luego al Aperitivo…

Te advierto que esta barriga no me ha salido gratis.

Rieron los dos de buena gana soltando un poco de tensión. En pocos minutos estaban aparcando el coche al lado de la casilla, y lo primero que hizo Don José fue acercarse a las veinticuatro. Durante un rato estuvo observando y tocando uno a uno los cordones ahora despojados de hojas, hasta que con voz trémula dijo:

Estas cepas tienen mucha historia detrás. Tienen la historia de una amistad en tiempos muy difíciles de guerra y baches económicos, tienen la historia de nuestra bodega; todavía me acuerdo cuando salieron de nuestra casa, y ahora que ya empiezo a vislumbrar el otoño de mi vida, pierdo a tu abuelo y a tu padre que siempre se portaron cabalmente conmigo. Espero que te vaya muy bien, yo no tengo hijos por razones que algún día te contaré, pero desearía que me consideraras si no un padre, si al menos como un amigo leal como lo fue el tuyo conmigo.

Con un apretón de manos teniendo por testigos a las veinticuatro cepas, sellaron su amistad Don José y Juan. Como toreros que toman la alternativa en un coso infinito de manos de un padrino con muchas tardes de gloria y por qué no decirlo, también de fracasos.

No lejos de allí, oculto detrás de los álamos que en verano daban sombra al albercón, alguien observaba la escena sin perderse detalle. Apoyada contra la pared, una Derbi Antorcha todavía caliente, dejaba en el suelo como un perrillo que marca el territorio, un pequeño charquito de gasolina.

Esta vez tuvo la precaución de dejar la puerta de la casilla cerrada mientras bajaban a la bodega. Tras cambiar la camisa a la lámpara de gas se adentraron en la cueva, y por unos minutos Don José estuvo levantando tapones, oliendo, y cerrando barricas.

Si nadie ha cambiado el plan, aquí debemos tener vino de cinco cosechas diferentes. La más antigua de hace siete años si no contamos las dos últimas que deben estar en estos toneles incluida la de este año. En la cava, deben estar las primeras que son las que me he de llevar, pero salvo que se haya roto alguna, o por alguna otra razón que tú me des, aquí falta una botella.

Era evidente, que Don José conocía al detalle todo lo que en aquel lugar pasaba, y por no traicionar su recién empezada amistad le contó que la había llevado a su escuela, y los resultados del análisis y la cata que sus profesores habían hecho.

-Has cometido una imprudencia, de la que no te puedo hacer responsable por desconocimiento, pero espero que, de ahora en adelante me consultes por favor antes de tomar decisiones que nos puedan afectar; pero ya que está hecho, si no te importa estaría bien que me pudieses dejar el informe; sería otro argumento para el concurso de la próxima semana. Me llevaré cuatro botellas por lo que quedarán siete que reservaré para el certamen de Paris de dentro de un mes. Si todo va bien, para junio o así podremos embotellar una remesa nueva de cuarenta y ocho botellas que para el año siguiente serán el doble si es que los injertos que estaba haciendo tu padre y que espero que tú continúes son viables.

Un poco incómodo por la regañina, Juan subió a la parte de arriba. Estaba tomando un saco vacío de los que por allí había, cuando sintió la algarabía de un bando de tordos. Se asomó por el ventanuco, y vio a las aves volar hasta posarse en los álamos cercanos. Desde la primera vez que bajara a la cueva, le había quedado la duda de si alguien más estuvo allí ese día. Bajó de nuevo las escaleras, y guardó las botellas cuidadosamente separándolas entre sí con el recio papel de un saco de abono. El silencio era total allí abajo, pero por un pequeño respiradero practicado para aliviar la humedad, se volvió a colar el ruido de los tordos; algo los había vuelto a asustar. De nuevo subió hasta la puerta, pero como en la otra ocasión, no se veía el menor rastro de movimiento; solo por la carretera, la silueta de la “Pava” cargada de pasajeros que volvían de Madrid rompía la monotonía. Cuando salieron camino del coche, Juan se volvió a fijar en las huellas que le llamaran la atención el día que murió su padre, y el día que

descubrió la bodega, y lo más llamativo, que parecían recientes. Tomó entonces un rastrillo, y se dedicó ante la atónita mirada de Don José, a borrar las pisadas alrededor de la puerta.

¿Se puede saber que estás haciendo?

“Pues que no me gusta el pampaneo” Don José…Cosas mías. Tengo la sensación de que alguien está viniendo a escondidas. Estas pisadas, no son del calzado que usamos nosotros.

Esa frase del pampaneo era de tu abuelo. ¿Quieres decir que alguien te está siguiendo o espiando? Me quedo intranquilo; lo que hay ahí abajo se puede ir a hacer puñetas si algún malintencionado da con ello.

-No se preocupe, luego por la tarde me traigo al perro y lo dejo dentro; si alguien se atreve a entrar se va a llevar una sorpresa.

A mediodía estaban de vuelta en el pueblo. Don José se llevó en el buche las gambas con gabardina, unas gachas en las que mojó media hogaza, y unos huevos con pisto en los que mojó la otra media.

Si me doy prisa, llego a cenar a casa.

¡Me cago en la leche Don José; pasa usted más hambre que una garrapata en un peluche!

Rio de buena gana, y sin más, arrancó el Mercedes que lo hizo a la primera. Se despidió hasta la semana siguiente que llamaría para contar que tal se había portado el “Veinticuatro Cepas” en el certamen de Madrid. En la esquina de Monescillo, gota a gota una Derbi Antorcha apoyada en la pared iba haciendo un charquito, y su dueño no perdía detalle de la partida de Don José.

Compartir.

Sobre el autor

Déjanos un comentario, no hay que registrarse