RECUERDOS DE LA CALLE FONTECHA

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Angel Valiente Sánchez-Camacho

Es muy probable que el nombre de la calle  Fontecha  proceda de un médico de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, don Juan Alonso y de los Ruizes  Fontecha, natural de Daimiel. Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, donde llegó a ser catedrático de Visperas y Prima. La cátedra de Prima estaba mejor pagada y tenía mayor prestigio que la de Vísperas. Entre otras obras, publicó en 1606 el tratado  Diez privilegios para mujeres preñadas,  dedicado a doña Juana de Velasco y Aragón,  Duquesa de Gandía,  Marquesa de  Lombay  y Condesa de Oliva. En esta obra el doctor Fontecha trata de probar que la vida de las mujeres embarazadas es digna de las mayores consideraciones y privilegios.

Pero vayamos a pasear por la calle Fontecha. Imaginemos que nos encontramos en 1974. Cito este año porque en él comencé a visitar , ya como un mozalbete, los diversos locales que aquí se encontraban: los futbolines de Remigio, la relojería de Casimiro, la droguería de Archidona, el bar del Círculo, etc.

La relojería de Casimiro (Relojería  Ruiz) era pequeña. Tenía un escaparate reducido, pero muy interesante y atractivo. Era imposible  pasar por allí y no detenerse a contemplarlo. Aparecían en él diversos tipos de relojes iluminados de un modo muy sugestivo.

La Relojería  Ruiz  comenzó a funcionar en 1960, por obra de Vicente Ruiz Turrillo, que vivía en Ciudad Real.  Casimiro entró en 1961 con quince años. Comenzó limpiando relojes,  limpiando la tienda, haciendo recados y sobre todo aprendiendo. De tal manera y con tanto entusiasmo aprendió que en 1972 se quedó con el negocio.  Y lo tuvo hasta 2011;  es decir, que estuvo en el local cincuenta años.  Una de las cosas que más me han impactado del relato que me hizo Casimiro de su vida en la relojería fue la admiración, el cariño y la veneración que tenía por su maestro Vicente Ruiz. En una época como la nuestra en la que se ha perdido la palabra “aprendiz”, abandonada  y casi denigrada, es admirable recuperar la profunda admiración de un aprendiz de relojero a su maestro.

Desde la relojería de Casimiro se podían ver los futbolines de Remigio, la droguería de Joaquinillo, la pastelería de la Flor y la churrería que había en la esquina de la calle Fontecha  con la Plaza. De la churrería guardo un recuerdo muy borroso: los chicos y chicas de mi edad consumiendo chocolate con churros. Eso sí, recuerdo a los jovencitos y jovencitas agrupados en mesas de mármol, charlando amigablemente. La churrería tenía todo el aspecto de los antiguos bares madrileños. Por aquel entonces todavía no bebíamos cerveza ni ningún tipo de licor. Nos iniciábamos en la vida de juventud con una inocencia que yo creo que ha desaparecido.

La pastelería  De la Flor pertenecía a Manolo de la Flor y su mujer, Esperanza. Producían de modo completamente artesanal milhojas, magdalenas, cortadillos, tartas y pasteles de gran calidad. Lo más característico de esta pastelería eran los bollos de leche. El local era pequeño y el horno lo tenían en la calle Manzanares.

En la misma acera de la relojería de Casimiro se encontraba (y se encuentra) el Círculo de la Amistad.  Para participar en sus actividades era necesario hacerse socio. Se pagaba una cuota mensual. Esto permitía jugar a las cartas, leer el periódico y hacer uso del bar que había en el interior. Pero sobre todo permitía charlar, conversar  con otros paisanos. Una de las actividades más importantes del Círculo eran los bailes de Carnaval y Navidad, que se realizaban en el patio interior.

Estos bailes del Círculo eran muy concurridos. Se contrataba una orquesta y los socios bailaban entusiasmados hasta el amanecer.  Eran especialmente importantes los bailes de Carnaval, que trataban de hacer competencia a los bailes del Casino. En aquel tiempo no había carrozas ni comparsas. El carnaval se vivía de una manera más castiza, más entrañable.

Junto a la relojería se encontraba el comercio de Sobrinos de Melquiades Cano (hoy Tejidos Peña).  Melquiades Cano procedía de Burgos y se trasladó a Daimiel, donde abrió el comercio en 1910.  Después de la guerra civil, a este local lo comenzaron a llamar “el comercio de los pobres”, porque ayudó mucho a la gente más humilde.  Durante los años cincuenta y sesenta vendía sobre todo telas. No había tanta confección como ahora. Se ha caracterizado siempre por vender sobre todo toallas,  sábanas y telas de mantelería. Y también por su exquisito trato con los clientes.

Otros locales que también se encontraban en la calle Fontecha eran la droguería de Archidona, la relojería de Mamerto, los recreativos del Moreno, la imprenta de Miguel Moreno (que también vendía juguetes), la tienda de electricidad de José Mari y Pedrito , la taberna de Ramoncillo que se encontraba en la otra esquina, la carnicería de  Pepe Jiménez (que luego fue de Magín), la farmacia de Villegas, etc. Como se ve, muchos y variados negocios. Es decir, la calle Fontecha fue un indicador de la vitalidad de nuestro pueblo en los años cincuenta , sesenta y setenta. No es esta la situación actual desgraciadamente; aunque con esfuerzo podremos recuperar ese movimiento de antaño.

Para finalizar, presento una fotografía en la que podemos distinguir algunas de las personas que vivía en esta calle hacia los años setenta. En particular,  podemos identificar al antiguo alcalde y otros convecinos. Se reunieron ese día para comer migas en paz y amistad. Un buen ejemplo para todos.

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