PIE FRANCO. Capítulos VII y VIII

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José Ignacio García Muñoz (Queche)

La estancia excavada tenía una superficie algo mayor que la de la propia casilla, las paredes y el techo apuntalados, y el suelo de cemento. El silencio era total, y a medida que sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra iba distinguiendo para su sorpresa más detalles. Había una mesa con varios recipientes de cristal; decantadores, matraces aforados, tubos, y algunas botellas y frascos. También, un mechero Bunsen, un pequeño alambique, una máquina de encorchar botellas, varios tapones y unas cuantas etiquetas en las que podía leerse. “Veinticuatro Cepas”. Pero lo mejor estaba por llegar: en una de las vigas de madera que daban soporte a la estructura, colgando de un clavo encontró una lámpara con cartucho de gas. Ayudado por la vela, encendió la lámpara y la cueva se iluminó. Delante de él, una cortina de chapas daba acceso a otra estancia algo más pequeña que la anterior pero que albergaba en su interior una sorpresa aún mayor: al fondo, varios toneles de madera se apilaban en el suelo, y sobre ellos otras tantas barricas de menor tamaño que Juan calculó como de una arroba cada una, a la derecha de estas lo que parecía una cava con una docena de botellas etiquetadas como “Veinticuatro Cepas”. Tanteó las barricas que parecían estar llenas lo mismo que las botellas. Excitado por el descubrimiento, Juan se sentó en un serijo destartalado que encontró junto a una de las cubas en cuyas tapas se podían ver diferentes fechas escritas con tiza, y dejó que las pulsaciones fuesen retornando a la calma. Un tropel de preguntas se le venían a la cabeza incapaz de ordenarlas. ¿Desde cuándo existía esa bodega? ¿eran su padre y su abuelo los responsables del pequeño laboratorio? ¿por qué lo tenían oculto incluso para su propia madre? ¿alguien más sabía la existencia de aquella cueva? ¿Qué iban a hacer con aquel vino? ¿lo elaboraron ellos? Decenas de preguntas para las que no tenía respuesta, aunque algo le decía que en aquella libreta que le diera su madre podría encontrarlas. Las fechas en las cubas hablaban de siete años atrás, un año particularmente bueno en cuanto a cosecha, pero… ¿de dónde procedían las uvas con las que estaban trabajando? ¿del viñedo grande, o las trajeron de fuera? De pronto, cayó en la cuenta al posar la vista sobre una de las botellas que descansaban en la cava: “Veinticuatro Cepas”. Sin duda se refería al pequeño viñedo del abuelo justo detrás de la casilla que contaba con ese número de cepas. En voz alta comenzó sus divagaciones.

O sea, que las uvas deben ser de esas viejas cepas que el abuelo compró, ¡por eso le advertía a mi padre sobre los taninos en el cuaderno!

Esas cepas deben tener como treinta o cuarenta años, están ahora en su mejor momento, si tenemos en cuenta que los tres primeros años una cepa no tiene un rendimiento ni una calidad buena, y que es a partir de los diez cuando empieza a dar lo mejor de sí, por la fecha en las cubas, las botellas pueden ser un reserva o un gran reserva…si es que son de esas cepas.

Se levantó, y tomo de la cava una de las botellas con la intención de analizarla en el laboratorio de la escuela; cuando le pareció escuchar ruido en la superficie.

¿Quién anda ahí? gritó

Pero nadie contestó. Durante unos minutos que se le hicieron eternos, guardó silencio tratando de escuchar algo, luego apresuradamente subió la escalera y se asomó a la puerta, pero no se veía a nadie. Rápidamente volvió a entrar y colocó todo en su sitio dejando la estera de esparto cubriendo otra vez la entrada a la cueva tal y como se la había encontrado, dejó la botella cubierta por el mono de trabajo en el asiento del pasajero, y volvió a cerrar la puerta de la casilla, fue entonces cuando reparó en una mancha justo al lado del muro de adobe, se agachó y tomando un puñadito de tierra se lo llevó a la nariz: era gasolina con aceite. Rápidamente se incorporó en busca de cualquier rastro de movimiento, pero solo las cepas del abuelo parecían mirarle, mudas guardianas de un secreto que no podían revelar.

Lo primero que hizo al llegar a casa fue tomar la libreta y leerla detenidamente. Efectivamente allí había mucha información no solo sobre la adquisición por parte del abuelo de las veinticuatro cepas, sino todo un tratado detallado de la elaboración del vino que albergaban las barricas y las cubas, con gran profusión de datos sobre los procesos químicos que habían seguido hasta lograr embotellar las primeras unidades que descansaban en la cava recién descubierta. A cada renglón, iba de asombro en asombro por lo minucioso del proceso y lo sistemático de los apuntes; un proceso muy intuitivo basado en el método ensayo y error, donde quedaban consignados los logros y los fracasos hasta dar con el resultado buscado. También había un número de teléfono correspondiente por el prefijo a la provincia de Valladolid. Durante unos instantes, dudó sobre si llamar o no a ese número, pero al final la curiosidad pudo más. Una voz grave contestó al otro lado de la línea.

-Dígame.

-Buenos días, ¿con quién tengo el gusto de hablar?

-Buenos días, soy José Iturbe de bodegas Iturbe ¿Quién es usted?

Estuvo tentado de colgar, pero al final se decidió a contestar

-Soy Juan, hijo de Jesús Terrón, de Daimiel

-Ah sí, encantado de conocerle ¿Cómo está su padre? Hace tiempo que no hablo con él.

-Pues desgraciadamente ha fallecido

¡Pero bueno que me dice usted!

A continuación, explicó Juan las circunstancias sobre la muerte de su padre a D José Iturbe, y como su número de teléfono aparecía en la “agenda” de su abuelo también recientemente fallecido.

-Me deja usted de una pieza, no tenía ni idea; le doy a usted mi más sentido pésame

-Se lo agradezco. El motivo de mi llamada, era saber qué relación tenía usted con mi padre y mi abuelo, y si mantenían con usted algún tipo de compromiso que yo deba asumir como responsable a partir de ahora del viñedo.

-Mira hijo, tú abuelo y yo nos conocimos durante la guerra e hicimos buena amistad, una amistad que duraba hasta ahora. Colaborábamos en un proyecto en el cual yo asesoraba a tu abuelo en materia de elaboración de vino, algo en lo que estábamos interesados ambos, aunque en diferentes ámbitos. Como podrás comprender, es un asunto que prefiero hablar contigo en persona y no por teléfono.

Comprendo que así sea, y estoy a su disposición cuando usted vea.

Pues la semana próxima, tenía intención de viajar a ver a tu padre y a tu abuelo, ya que la primera fase del proyecto debería estar terminada, pero como te he dicho prefiero hablarlo en persona.

Dudó entonces Juan sobre si poner todas las cartas sobre la mesa

-Ese proyecto ¿tiene que ver con algo llamado “Veinticuatro Cepas”?

Durante unos instantes se hizo el silencio al otro lado

Disculpa, pero por el momento no puedo decirte nada más. Nos vemos la semana que viene, aunque te pido la máxima discreción sobre el asunto.

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