RECORDANDO TANTAS COSAS VIVIDAS

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Paki García Velasco Sánchez

Si hay una fiesta familiar por excelencia, esta es la Navidad, aunque sé que para muchas personas son días tristes porque ya faltan familiares o amigos que, por desgracia, se nos han ido marchando a lo largo de los años de este mundo y nada, nada, vuelve a ser lo mismo sin ellos. Pero precisamente por eso, por los que nos enseñaron a valorar, a vivir y a disfrutar estos días, hay que hacer un esfuerzo y procurar que no se pierdan esas costumbres que nos inculcaron.

Como cada año llegando estas fechas ya toca poner el Belén, el árbol y los adornos que decoran toda la casa, a mí siempre me ha gustado ponerlos a primeros de diciembre, más que nada, para que estén más tiempo entre nosotros y después dejarlos un poco más de esos días que nos marcan en el calendario, quizás para que ese espíritu mágico que tienen todos ellos, iluminen un poco más con su brillo nuestro día a día.

No se si alguno de vosotros aún conserváis los adornos de vuestra madre o de vuestras abuelas, esos que decoraron las navidades de nuestra infancia y que por ley de vida van pasando a nosotros, esos que a pesar de lo diminutos que son, llevan tanto amor y recuerdos dentro, y precisamente de esos quería hablar…

Ya que hoy, sacando los adornos navideños, he reparado en la estrella del Belén, ¡mi estrella!!, y es que la susodicha ya lleva unos cuantos años iluminando nuestra Navidad y mucho antes, la de mis padres, esa estrella, la cual cada año mi madre, al terminar de decorar el árbol y el Belén, la ponía como colofón y remate a los adornos colocados, y la cual, cuando ella murió, la cogí yo en el relevo para con mi familia. Las caras de felicidad, de ilusión y como no, también de algunas tristezas, que habrá visto mi estrella desde que lleva en la familia, y que ojalá, siga guiándonos por muchos años más.

Recuerdo ese Portal de Belén el cual parecía un enorme pueblo con casas impares en sus tamaños y texturas, aquellas diminutas figuras cada una en su oficio y quehacer, las cuales aguantaban tan bien el tipo todas las semanas que se llevaban colocadas entre serrín y cortezas de árbol sobre aquella tabla que adaptábamos en nuestro comedor para la ocasión, recuerdo ese impresionante castillo lleno de soldados romanos, esa herrería con su incansable herrero martillo en alto, los pastores con sus rebaños, los Reyes Magos a los que cada día adelantábamos un poco más en su recorrido hacia el pesebre, las lavanderas arrodilladas en el río haciendo su colada con algún que otro caracol al lado en ese río fabricado con un viejo espejo y luego más adelante con papel albal, en el cual, patos y peces iban nadando al unísono, no faltaba ni el puente hecho por mi hermano con el cartón de una caja de zapatos, y como no, el dulce y acogedor pesebre fabricado con dos maderas, y encima de él, la estrella, esa misma que guía en su camino a los Magos de Oriente; y tantos y tantos detalles más que me dejo, ya que sería interminable nombrarlos a todos.

Y cuando llegaba la noche y encendíamos las luces para ver las pequeñas viviendas al calor de todos esos colores que con tanto esmero ponía mi madre a base de empalmes de cable, (ya que de un año a otro no coincidían en el mismo sitio las casas) hacían que abriéramos los ojos a la magia de esos personajes los cuales nos tenían ensimismados y que no nos cansábamos de mirar llenos de inocencia e ilusión, ¡que recuerdos más bonitos!!!

Y después de terminar el Belén, le tocaba el turno al árbol de navidad, entonces era cuando mi madre sacaba los adornos de aquella caja de hojalata, si, de una caja del ColaCao, esa que todas las madres tenían para guardar cosas varias e incluso la usaban de costurero, seguro que aún conserváis alguna o sencillamente la recordáis.

Bueno, pues eso, que una vez que tenía el árbol abierto, (se tardaba poco en armar, ya que el pobre era escaso en ramas de tantos y tantos años adornando nuestras navidades, (aunque yo lo veía precioso y enorme), después abría otra caja más y allí estaban aquellas finas cintas multicolor y medio “espelechás” por el uso de todos los años y que tan bonito y colorido dejaban todo (que pena no haberle hecho una foto a todo aquello para volver a verlo ahora mismo); y así y después que ella (mi madre) colocará las luces por el interior del abeto y con esa alegría de cuando aún eres un niño, uno a uno, cogíamos los adornos (aquel caracol, las diminutas bolas, la herradura de turno, los farolillos, las campanillas etc), y los colocábamos en las ramas de aquel árbol que tanto calor y color daba a nuestro casa, será por eso, por los recuerdos que conservo de aquellos tiempos tan felices, que mi árbol no sigue un patrón común y lleva cada adorno de un tamaño, color y forma …y que queréis que os diga, que me encanta !!!!

Por eso cuando me preguntan que por qué me gusta la Navidad, siempre digo lo mismo, porque la Navidad es nostalgia, la Navidad es recuerdo, recuerdo de aquellas Navidades pasadas en casa de mis padres con mis hermanos, después recuerdo la Navidad con mis hijos cuando eran pequeños, esas caras de ilusión y alegría al llegar estás fechas…por eso, por todos esos recuerdos bonitos me gusta la Navidad.

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