EL PAPEL HIGIENICO

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

Decíamos el otro día hablando de los tallos, que uno convive con cosas extraordinarias a diario a las que ya no damos importancia por formar parte de nuestra rutina, y hoy, vamos a traer un de esas que se han hecho imprescindibles, y que contribuyen a que nuestra vida sea más confortable.

Ahora querido lector, le voy a pedir un pequeño ejercicio de imaginación, aunque supongo que al igual que un servidor, habrá pasado por un trance parecido, y más que imaginar, solo tendrá que recordar sin remontarse mucho en el tiempo. Imagine usted que ha cogido frio en la tripa, que se ha excedido con los cortadillos, las gachas, el tiznao, las magras, el pisto, los porrazos de la Duquesita, o los rosquillos en Semana Santa, o, si me apura un simple corte de digestión. La cosa comienza con un “run run” por el bajo vientre, y deriva en lo que comúnmente llamamos retortijones, la hormigonera tiene la mezcla a punto. Pronto, surge la imperiosa necesidad de evacuar el contenido intestinal que le apremia a uno a tomar una decisión, estableciéndose un dialogo escueto con uno mismo: ¡Alivia que te cagas encima! Entonces, das gracias al cielo si la urgencia te pilla en tu casa o paseando solitario por el campo… pero no nos engañemos, el apretón nos ha dado en la calle, en el cine, o en los toros por poner tres ejemplos indeseables. Más agobiado que Superman en un descampao, aprietas el culo como los tornillos de un submarino, y te diriges en busca de un cuarto de baño andando como Chiquito de la Calzada, pero a ritmo de record del mundo de los cien metros lisos. Vamos a suponer (que es mucho suponer), que lo encuentras vacío; con cuidado para no abrir las compuertas antes de tiempo, te aflojas la ropa, te bajas el pantalón o la falda, y cuando el hocico del perro asoma sin posibilidad de vuelta atrás, ¡broooom! pintamos de gotelé la milenaria piedra y sus aledaños, es entonces, cuando uno se acuerda del motivo de este artículo. Tras el primer susto, uno empieza a evaluar la situación. Vamos a suponer (que es mucho suponer) que nadie nos apremia al otro lado de la puerta, pero descubrimos que allí, no hay papel higiénico, y aquí es donde yo quería llegar, al papel higiénico, ese invento que en no pocas ocasiones hace que salgamos airosos de un cuarto de baño sin que nadie sepa jamás lo que allí ha sucedido.

Al parecer el papel higiénico tiene ya sus años, y los investigadores del asunto lo sitúan en la antigua China entre 714 y siglo II Francamente, se hace difícil seguir la pista arqueológica a un material biodegradable que fosiliza difícilmente.

Cuentan que, en 1991, una pareja de montañeros encontró en el hielo de los Alpes el cadáver de un pastor del neolítico (unos 5000 años) que llevaba puesta una piel de cabra a modo de calzoncillos, pero no dicen si parásitos aparte, aquella prenda mostraba restos de no haber utilizado su propietario, quizá un precursor de Calvin Clain, algo parecido al papel, evidenciando el típico “frenazo” o la mancha de anchoa en el fondo…lo que viene siendo la “zurraspa” de toda la vida.

No vamos a extendernos por más interesante que resulte, en las teorías sobre el origen del papel higiénico, pero si apuntaremos a algunas de las costumbres que la humanidad ha elaborado alrededor de su uso como, por ejemplo en la antigua Roma, en cuyos baños públicos se utilizaba un palo de uso común con una esponja en la punta que era sumergida en agua salada, costumbre que sin duda creo yo, contribuyó a precipitar la caída del imperio romano, aunque también pudo poner en fuga a sus enemigos quien sabe. La bolsa con piedras que los antiguos judíos usaban para tal menester también se encuentra entre las precursoras, lo mismo que también en el siglo XI se usaron hojas de lechuga para “refrescar la zona”, algo que no debió hacerles mucha gracia a los grillos. En otros lugares los ricos se limpiaban con paños de lana, lino, cáñamo, y los menos ricos con la mano y agua, trapos viejos, virutas, hojas, hierba, paja, piedras, arena, musgo, nieve, cáscaras de plantas, helechos, pieles de frutas, conchas o corazones de maíz, según el país, las condiciones climáticas y costumbres sociales. También cuentan, aunque esto no puedo asegurarlo, que un oso en Yellowstone se limpió el culo a falta de algo mejor con un inmaculado conejo blanco que por allí pasaba, hecho este que quizá salvó la vida del roedor.

El estadounidense Joseph Gayetty es reconocido como el inventor del moderno papel higiénico disponible comercialmente. El artículo de Gayetty se introdujo en 1857 y se mantuvo a la venta hasta la década de 1920. Se vendía como «papel medicinal» en paquetes de hojas planas con el nombre del inventor en una marca de agua. Los primeros llevaban aloe vera como lubricante y se recomendaban para las hemorroides. El primer anuncio lo presentaba como «la mayor necesidad de la época» y advertía sobre el peligro de usar papel con tóxica tinta en partes sensibles del cuerpo. No fue un gran éxito, de todos modos, dado que el público no veía la necesidad de pagar por algo que podía obtener gratis de catálogos y periódicos.

El gran impulso lo realizaron los hermanos Clarence e Irvin Scott, cuando en 1890 comercializaron su papel higiénico en rollos, una nueva forma pronto definitiva. Sus principales clientes eran hospitales y hoteles, porque el público general seguía resistiéndose debido a la moral victoriana, en la cual la alusión a funciones corporales era tabú. Para evitar identificarse con el acto de ir al baño, los Scott, al contrario que Gayetty, no imprimieron su nombre en el producto. Procurando eludir cualquier asociación negativa lo llamaron Charmin, y su logotipo fue una bella joven asociando suavidad y feminidad. Su éxito fue tal, que incluso le permitió décadas más tarde sobrevivir a la Gran Depresión. Después, renombrado Scottex la dama delicada sería sustituida sucesivamente por un bebé mofletudo parecido a Donald Trump, un osito y un perrito que no tenía cosa mejor que hacer que desperdiciar un rollo entero corriendo a cámara lenta ante los televidentes, cuyos hijos reclamaban un cachorro igual.

El papel higiénico húmedo, llamado toallitas húmedas, se comercializó por primera vez en Reino Unido en 1958, ​ promocionándose como un mejor método de limpieza que el papel higiénico seco tradicional, y aunque se presentó como un producto desechable, su creciente popularización mundial produjo acumulaciones en los sistemas de alcantarillado y consecuentes obstrucciones. Para 2016, muchos municipios habían comenzado campañas de educación para aconsejar a los ciudadanos que no tiraran las toallitas húmedas por el inodoro.

Parece obligado, hacer alguna mención a un invento ya no tan moderno, pero que poco a poco parece ganar adeptos. Los japoneses que en esto de inventar se las pintan solos, no contentos con poner calefacción a la tapa del retrete, pusieron una manguera tipo ducha en las proximidades del inodoro para, una vez terminada la faena, regar la zona perianal con cierta presión, como el que borra una pintada en la pared con la Karcher. Excuso decir el riesgo que ello conlleva si no somos cuidadosos y certeros al dirigir el chorro. Nadie duda de lo higiénico del riego, pero también es cierto que, si no tenemos “secaculos” incorporado por aire caliente en la taza, (algo también inventado en Japón), deberemos hacerlo con papel, lo que conlleva la formación de unas bolillas que, una vez secas se adhieren fuertemente cual arrancamoños produciendo las lógicas molestias al retirarlas. También hemos de advertir de la posibilidad de que alguien con pocas luces, llevado por la fascinación casi hipnótica que produce en un tonto tener una manguera en la mano, se dedique a eliminar los restos adheridos a la fina loza a golpe de chorro y poniendo todo perdido, motivo por el cual, no aconsejamos su instalación en aseos públicos, o en último caso, que no entre si no es acompañado por un adulto responsable.

Centrándonos en algo más cercano, y como alternativa al Elefante, aquel papel higiénico que no solo te limpiaba el culo, sino que podía llegar a borrártelo durante un proceso de enterocolitis aguda, los daimieleños, le debemos mucho al “Lanza” que, además de formar e informar, sustituyó ventajosamente al Elefante a costa de teñirte el culo y los calzoncillos con la página de sucesos, o un gol de Zarra, amén de proporcionarte interminables horas de lectura. Solo había que alargar la mano hasta el alambre en el que estaban ensartadas todas aquellas noticias para sentirse ciudadano del mundo y partícipe de cuanto pasaba en el planeta, un telediario, un reality show de andar por casa, eso sí, con el calzón quitado.

No sabemos lo que el futuro nos deparará, nos adentramos en una época fascinante, y quizá en el metaverso no haga falta limpiarnos porque cagaremos virtualmente, nos limpiaremos el culo a base de ultrasonidos, o peor aún, no tengamos culo que limpiarnos; en cualquier caso, los tiempos adelantan que es una barbaridad, y a través de estas páginas, tendrá usted querido lector noticia de cuantas novedades y avances se produzcan en este campo que la mayoría de medios de información rehúyen. Alguien tenía que hablar de ello, y en Daimiel al Día, fieles al compromiso con nuestros lectores lo hemos hecho.

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