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Ángel Vicente Valiente Sánchez
Una niña, que camina hacia el colegio, se ha detenido ante el escaparate de La duquesita. Con sus grandes ojos contempla entusiasmada los porrazos, las milhojas, los pasteles de chocolate. Junto a ellos unas figuritas de personajes de cuento que los hacen más atractivos. Su madre la saca de su asombro y la anima a seguir. Qué bonito sería, piensa la niña, quedarse aquí toda la mañana.
Después de acompañarla al colegio, la madre se pasa de nuevo por la pastelería para comprar unos pasteles. Con ellos sorprenderá a su hija por la tarde. Las madres son así. Todo en ellas es un regalo.
Ha sido tradición en Daimiel y sigue siéndolo regalar productos de La duquesita en situaciones particulares: las madres que dan a luz, los cumpleaños, la superación de alguna enfermedad grave. Los productos más frecuentes para regalo siguen siendo los bizcochos de soletilla, los mojicones y los cubiletes (bizcocho de almendra). En los años cincuenta y sesenta se regalaban pasteles a los médicos, practicantes, comadronas y sacerdotes en el día de su cumpleaños, como muestra de agradecimiento.

Los porrazos son una creación de Tomasa la pastelera, que era madre de Tomás Martín Gil. Es uno de los productos más representativos de La duquesita y uno de los más significativos de Daimiel, que se ha dado a conocer en toda España.
El bizcocho se elabora desde los orígenes del local de forma completamente natural. Es la base de los pasteles, tartas, bizcochos de soletilla. La milhoja se sigue haciendo con clara de huevo, sin conservantes. La bamba se hace con nata natural. En la actualidad se elaboran también tartas personalizadas para los cumpleaños, las comuniones u otros eventos.
Una de las características de La duquesita ha sido, a mi modo de ver, adaptar algunos productos típicos españoles a los gustos manchegos con una personalidad muy particular. Así, por ejemplo, la milhoja es un dulce tradicional atribuido a la repostería francesa, que se elabora en muchas pastelerías españolas. Todos sabemos que se trata de un pastel rectangular que contiene merengue o crema pastelera entre dos capas de hojaldre. Pues bien, si comparamos las milhojas de otros lugares y la que se hace aquí podemos comprobar que se ha elaborado de una forma tan exquisita que se ha convertido en un producto propio, casi exclusivo. Esta forma de reelaborar los productos tradicionales ha convertido a nuestra pastelería en un referente para todos los profesionales del sector.

En 1945, Ángeles Sosa y Tomás Martín Gil decidieron crear la pastelería. Ángeles era bordadora y tenía un taller. Tomás montó un molino de harina, pero se puso enfermo, por lo cual decidieron crear la pastelería. Posteriormente la regentaron sus dos hijas, María Jesús y Angelines, a las que se unió Paca, una amiga de la familia que trabajaba de bordadora en el taller de Ángeles. Después la pastelería la llevaron María Jesús, Ángel de la Flor (su marido) y Paca. En la fotografía que aparece a continuación podemos ver a Tomás, Angelines y Paca.

Al principio había un bar en el mismo sitio en el que hoy vemos la pastelería. Al otro lado de la puerta estaba la pastelería original. Posteriormente el bar desapareció y ahí se instaló la pastelería. En el lugar de la pastelería se instaló un salón de té , que tuvo poco éxito. Al principio se celebraron bodas de dulce en el patio interior y también bodas normales y comuniones. Las bodas de dulce eran una celebración muy de nuestro pueblo. No sé si se celebraban en otros lugares. Hacia 1983 dejaron de hacerse celebraciones.

Resulta admirable que un local haya sobrevivido tanto tiempo, mientras tantos otros establecimientos desaparecen. La razón de que La duquesita haya resistido se encuentra en sus productos de extraordinaria calidad y en el trato amabilísimo con los clientes. El prestigio que este local ha tenido entre los daimieleños se puede ver en el hecho de que la calle Juan Romero se conoce habitualmente como “la calle de La duquesita”. Es decir, el nombre del local ha suplantado al nombre de la calle.
Cuando hablamos de confitería o pastelería de alta calidad solemos pensar en establecimientos que se encuentran en Madrid, en Barcelona, en París o en Bruselas. Pues no, también aquí, en Daimiel, al lado de nuestra casa hemos tenido y seguimos teniendo una pastelería excelente, cuyo prestigio se ha ido extendiendo por toda la región y más allá. Mi enhorabuena a sus responsables y mi deseo de que podamos seguir disfrutando durante muchos años de la verdadera artesanía del dulce hecho con amor.
