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Ángel Vicente Valiente Sánchez
Son las cinco y media de la mañana. Joaquín se dirige al bar para encender la cafetera. Hace frío. Estamos en invierno. Hace un momento le ha abierto la puerta del Mercado el conserje, Antonio Rodríguez.
Mientras canturrea prepara a lo largo del mostrador el servicio de café (plato, cucharilla y azucarillo). Va llenando un termo de treinta litros de leche para que se vaya calentando. Revisa sus provisiones de coñac (Fundador, Terry, 103), anís (El mono, Castellana, Chinchón) y mistela. No tiene lavavajillas. Todos los cacharros los friega a mano con agua fría. Enciende la vieja radio. Suena Linda, de Miguel Bosé.
Linda, agua de la fuente;
Linda, dulce e inocente;
ahora que te abrazo
pienso en otra.
Una canción, por cierto, bastante triste. En aquellos años no pensábamos que era triste, sino que era bonita y se podía bailar. Es decir, que se podía bailar agarrao.
Los primeros que se aproximan al bar son los ajeros. Salieron muy temprano para Daimiel. Algunos vendedores ambulantes también piden café, con su copa. Se dirigen a la planta de arriba, pero antes quieren entrar en calor y charlar un poco para animarse. Hablan, cómo no, del frío, del fútbol y de los precios.
Al lado del bar está la churrería de Julián el churrero, que hace muy buenos churros, es decir, tallos. Estamos en 1978, el año de la Constitución. El bar del mercado es uno de los que abre más temprano en el pueblo, si no el más tempranero. Con el frío, lo más prudente es tomar café con churros. Y eso es lo que suelen hacer, según van apareciendo, los carniceros, los pescaderos, los fruteros, algunos camioneros, etc.
Desde el bar se aprecian los puestos de los carniceros y pescaderos. Entre los carniceros están Manuel Pérez (Fañique), Domingo y Ángel Naranjo (los Carambolos), Hilario Susmozas, Román, Pepe y Narci Polainas, Policarpo, Marcelo, Jesús María Vázquez, Isidoro Vázquez, Hermanos Alegre, Carisio, Amalio, Isidoro Rodríguez. Han preparado las matanzas el día anterior en el Matadero Municipal y han guardado la carne en las cámaras del Mercado, en la planta baja. Carne de ternera, de cerdo y de cordero es su principal producto. Algunos también venden queso, otros venden pollos, gallinas, huevos. Junto a los carniceros se encuentran los pescaderos . Entre ellos están Julián Soto y su hermano Antonio, Roquito y Roque Box, Antonio García, Chilas, Antonia (mujer de Nica), César Rincón, Carmen Sánchez, Claudio el Rubio, Claudio el Moreno, Antonio García, Juan Alba y Blasa. Algunos han ido a Mercamadrid a por el pescado; otros lo han traído de Valdepeñas. Años atrás también se recibía pescado en el tren, procedente de Cádiz.
En la planta baja se encuentran los vendedores de frutas y hortalizas. Los fruteros más conocidos eran la Frasca, los Traperos (Evaristo y Ramón), Pepe Box y Juanito Aldea. Algunos bolañegos también vendían sus frutas y hortalizas. Normalmente los clientes (más bien las clientas) se aprovisionan en los mismos puestos; por amistad, por gratitud, por fidelidad, por costumbre. A veces porque es agradable la charla, a veces porque allí compran los vecinos.
Un excelente mural modernista da la bienvenida a los visitantes. Nadie repara en él, pero está ahí animando, sugiriendo, imaginando. Representa también una cierta apertura hacia otros horizontes distintos a los habituales para aquellos años. Es un símbolo de una nueva etapa en la sociedad española. Azul y negro sobre blanco, con un diseño simple y a la vez muy sugestivo. Dentro de la frialdad del azulejo, respira calidez. A mi modo de ver, es una de las composiciones murales más afortunadas de la provincia.
En el año 1978 no hay todavía puestos fuera del mercado. Esto sucederá después, hacia 1987. En estos momentos se desarrolla toda la actividad dentro del edificio. Allí dentro se producen los intercambios, las ofertas, los acuerdos, el tráfago cotidiano y habitual. Las voces de los vendedores, las preguntas de los clientes, el comentario de los viandantes. Se comenta lo que ha subido el pescado, lo caras que están las chuletillas de cordero.
Miguel Fisac era ya un arquitecto de fama internacional cuando en 1951 realizó el proyecto del Instituto Laboral de Daimiel. Durante la elaboración de este proyecto fue tomando conciencia de la importancia de la arquitectura popular manchega, que en su opinión “se encuentra hoy en grave peligro de desaparición; precisamente por esa creencia de los manchegos de que no vale nada, y que hay que destruirla lo antes posible para borrarla del paisaje” (Arquitectura popular manchega, pág. 15).
En 1955 realizó el proyecto del Mercado Municipal, que fue terminado a finales de 1961. En este edificio intenta recuperar los elementos fundamentales de la arquitectura popular manchega, es decir, un gran predominio del macizo sobre el hueco, las aristas redondeadas, las texturas debidas a las capas de cal. Nos recuerda las paredes interiores y exteriores de las casillas, enjalbegadas con cal en su doble misión higiénica y de consolidación de las superficies.
El diseño de Fisac pretendía ser un homenaje a nuestras raíces manchegas, pero era algo más: un lugar de encuentro entre los daimieleños. Y eso llegó a ser durante muchos años. Y así lo recordamos los que tuvimos la suerte de pasear por los diversos puestos, subir y bajar las escaleras, charlar con los vendedores y vendedoras. Así debe seguir siendo Daimiel, un lugar de encuentro cálido y fecundo.