TIRITAS DE PAPEL (Día del libro 2022)

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Manuel Molina

Corría dos mil once y la burbuja del ladrillo reventaba haciendo añicos los sueños de varias generaciones. Jóvenes que se ahogaban en las filas del desempleo con el título universitario bajo el brazo o con las ganas inmensas de abrirse camino en un mercado laboral hecho cenizas. Ante esa gris perspectiva, plagada de incertidumbres, surgieron los libros. Es cierto que la fantasía había estado siempre acompañando el modo soñador con el que viajo en este ferrocarril que llamamos vida. Sin embargo, fue entonces cuando a través de las más oscuras grietas entró la luz. En los días agónicos donde los curriculums volaban de la papelería a las papeleras, y las horas se hacían viscosas frente a la ventana del salón, fueron aquellos escritores los que pusieron su tirita de papel.  

A punto de caer en la lona ante las innumerables negativas de las empresas descubrí el Macondo mágico donde pintaban las casas de azul, se hacían pescaditos de oro o llovían mariposas amarillas. Recorrí junto a Miguel Delibes, el Mochuelo y el Moñigo El camino a través de esos campos tan nuestros de infancia, bicicleta, riachuelo y tierra. Observé el vuelo de la milana bonita de Azarías entre los olivos de los cortijos donde se sufría la pobreza y la opresión. Construí junto al temperamental Esteban la hacienda Tres Marías en aquella casa de los espíritus. En la Barcelona de contrastes, robando motos con el Pijoaparte salté la verja de la casa de la playa en las Últimas tardes con Teresa. Desde el sillón viajé al Madrid del siglo XVII con el capitán Alatriste y bebí en las más oscuras tabernas de naipes, capa y espada. Junto al gran Hemingway pesqué un enorme pez en las azules aguas del caribe y vi convertirse en cucaracha a Gregorio Samsa…

A partir de aquellos días las letras comenzaron a formar no solo parte de las estanterías, sino también de una manera de mirar el mundo. Los libros, en su humilde y cuadrada forma, han sido desde el principio de los tiempos ventanas de luz. Moldean los sueños y evitan que la decadente realidad nos filtre la piel hasta convertirnos en hombres y mujeres grises que vagan por días calcados. Son el viaje que se emprende hacia uno mismo a pesar de cruzar las páginas como un invitado invisible. Cada historia nueva que leemos es un manantial que nos va purificando, dejando un poso y moldeándonos como una figura de barro. Palabra a palabra nos abren la visión hacia todas las épocas, pensamientos y lugares.

En estos tiempos convulsos y rápidos el mundo parece girar alrededor de la pantalla del teléfono móvil. Cada vez es más difícil pararse y aquello que no es eléctrico y visual carece de atractivo. Hemos mordido con fuerza el anzuelo de la inmediatez sin saber que iba impregnado de un veneno lento pero eficaz. Al contrario que la lectura, las nuevas formas y redes sociales nos adormecen con un torrente instantáneo de información. Sin embargo, el libro, que ha permanecido discreto acompañando al ser humano a través de las épocas, es la semilla para mirar con altura el pasado y el futuro, y, por lo tanto, entender el presente. Y a pesar de que es probable que al leer no sintamos que algo germina dentro, cuando menos lo esperas, en cualquier insignificante conversación o lugar florecen todas las semillas que has ido cultivando

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