JUAN D’OPAZO, UN HOMENAJE MUY MERECIDO.

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Por Patricia Glez-Mohíno Vázquez de Agredos, con especial agradecimiento a Diego Clemente.

Si has nacido en Daimiel es muy probable que el nombre de Juan D’Opazo te diga algo. Quizás, si has vivido una temporada en el pueblo también hayas llegado a conocer algún cuadro suyo. Y si no te dice nada y eres de aquí, es algo que ahora puedes solucionar.


Te suene o no el nombre de Juan D’Opazo, merece mucho la pena acercase a la Exposición en homenaje a su figura, que se inauguró el 6 de noviembre y tenemos el privilegio de tener hasta el 3 de junio. Además, se encuentra en un espacio especial, creado por otro ilustre daimieleño, el Espacio Fisac. Aquí, vas a descubrir que Juan D’opazo no era solamente pintor, como muchos piensan, a la vez que disfrutas de diferentes obras, temas y técnicas, incluyendo una pequeña dosis de sus dibujos de la guerra, además de fotos de diferentes etapas de su vida y prensa de la época. Este personaje daimieleño, tan conocido y querido por todos, dejó a su pueblo ese conjunto de obras que hoy se exponen, dándonos a todos una lección de generosidad. Incluso me atrevería a decir que era demasiado generoso, y que no daba el suficiente valor a lo que hacía, pero es cierto que su vida fue un tanto complicada, incluso oscura, característica que está muy presente en su obra.
Pero, ¿cómo fue su vida?


Juan D’Opazo Carrillo Cisneros nace el 3 de junio de 1910 en la calle Arenas de Daimiel, en el seno de una familia humilde. De los siete hermanos, solo sobreviven dos, él y su hermana María Josefa. Debido a las dificultades económicas para mantener a sus hijos, desde muy pequeño Juan se marcha a vivir con su abuelo paterno y sus tías, las cuales se convierten en madres para él. Desde una edad muy temprana muestra interés por el arte, en concreto por el dibujo, la pintura y el modelado, y decide convertirse en escultor con tan solo diez años. ¿Escultor? Sí, esto es algo que quizás muchos no saben, pero Juan D’Opazo era escultor.
Empezó a formarse en la Escuela de Artes y Oficios de Ciudad Real, asistiendo a clases de modelado y vaciado, para posteriormente marcharse a Madrid para seguir formándose allí y tratar de encontrar una oportunidad. Un poco más tarde, realiza el servicio militar en Córdoba, donde su capitán le permite asistir a la Escuela de Artes de la capital. Juan D’Opazo consigue su Diploma de Modelado y Vaciado en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y tras acabar su servicio militar vuelve a esta ciudad.

En 1936, prepara como mucho ánimo y entusiasmo una importante exposición de escultura en la desaparecida Sala Dardo de Madrid. Como se puede suponer, no pudo llevarse a cabo por el estallido de la guerra, donde además su quinta es movilizada. En estos años, recogió en sus apuntes de guerra todo aquello que veía: bombardeos, ataques, heridos, muertos…
“Como yo pertenecía a artillería al principio de la contienda estuve formando parte de una pieza de artillería. Luego, me pusieron en un observatorio y, más tarde me pasaron a una oficina para dibujar. En este último puesto ya estuve bastante bien, pues sólo me dedicaba a hacer planos, dibujos para las revistas del ejército y cosas artística que era para lo que realmente valía y lo que me gustaba”.


Después de la guerra, Juan D’Opazo, regresa a Daimiel para trabajar dando clases de dibujo, pintura y modelado en diferentes academias. Incluso será elegido director de la Escuela de Formación Profesional de Daimiel ya desaparecida. Por desgracia, por motivos de salud, debe dejar a un lado la escultura para dedicarse por entero a la pintura.
En esta época pudo exponer sus creaciones en ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao, Granada, Zaragoza y, evidentemente, dentro de la provincia de Ciudad Real. Además, obtiene varios premios como el que le es concedido en 1960 en la exposición manchega de artes Plásticas de Valdepeñas en la sección de dibujo, acuarela y grabado por la obra Espontáneo.
Ya en 1991 se le concede el título de Hijo Predilecto de Daimiel, se inaugura una calle con su nombre, se coloca una placa conmemorativa en su casa natal y se realiza un acto académico en reconocimiento a su dedicación y labor pedagógica, celebrándose también una gran exposición con la obra donada por él a su pueblo.


“Me coge hasta cierto punto un poco cohibido, porque yo creo que el entusiasmo y el cariño que me tiene la gente se ha desbordado un poco en darme honores, pero que yo ya te digo, lo reconozco, lo agradezco mucho”.
Juan D’Opazo fallece el 6 de noviembre de 1998 en Daimiel, acompañado por su pueblo, pero en especial por sus más íntimos amigos y alumnos.
Aquellas personas que se acercan a la exposición y me cuentan sobre su vida, no hacen más que reafirmar lo que se respira en lo que fue este hombre: una persona generosa, humilde y entregada a aquello por lo que sentía pasión.

¡Qué suerte aquellos que pudieron conocerlo y aprender de él! Sin duda, se merece que sus cuadros sean vistos y sentidos, que sus notas de prensa y entrevistas cortas sean leídas, por todos. No es un secreto que el arte es subjetivo y podemos etiquetarlo de feo o bonito, pero es una etiqueta muy simple, muy fácil, es necesario ir más allá y sentir lo que respiran sus cuadros. Me viene a la cabeza su tía Fe, a la que sin duda le procesaba una amor y admiración enorme, y cuyo retrato llama la atención a todo el que visita la exposición; la oscuridad de sus pinturas donde se respiran esos momentos difíciles o sus vivencias en los años de guerra… Si quieres respirar a Juan D’Opazo y poner en valor a este gran hombre aún estás a tiempo, hasta el 3 de junio tienes la oportunidad de acercarte al Espacio Fisac los fines de semana. Y, después, ¿qué pasará con los cuadros? Sinceramente, no lo sé, solo espero que, como muchos visitantes dicen, se le sigan dando el valor y la visibilidad que se merecen.


“Pues yo intento expresar lo que el alma, el espíritu me dicta, según el momento pues hay cuadros que en un plan eufórico y el cuadro sale más alegre, sin embargo, hay otras veces por lo que sea estoy con más tristeza y es lo que se refleja en todos mis cuadros, esa profundidad dramática que uno lleva dentro sin querer, pero que la lleva, y claro quieras o no se refleja allí, y claro que h ay quien dice y lleva razón, que la pintura mía es triste”.

Por cierto, si no lo sabes, a día de hoy, en la Parroquia de San Pedro Apóstol podemos encontrar dos joyas suyas: las pinturas murales del altar y la imagen de Nuestra Señora de la Soledad.

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