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José Ignacio García-Muñoz
Un sol de justicia caía a plomo sobre el patio derritiendo el alquitrán que cubría la báscula en la que se pesaban los carros durante la vendimia. En el oasis de la bodega, esperábamos mi primo Ramón y yo la hora de comer atendiendo a los escasos parroquianos que se acercaban a por vino a esas horas. Bajo el tejadillo que daba sombra al pozo, dormitaba Tano, el milrazas de la casa, y ni siquiera los gorriones se atrevían a abandonar la sombra para cubrir en corto vuelo las decenas de metros del sofocante espacio que separaba un lado y otro del patio.
Al principio, nos costó distinguirlo en la penumbra del pasillo que seguía a las portadas, pero cuando desembocó en el patio y recibió la bofetada de luz del medio día, su figura cobró una dimensión nueva. Tocado con una boina y vistiendo blusón negro, pantalón de faena y albarcas, parecía por las hechuras el mismísimo Agamenón armado con una garrafa en lugar de espada, avanzando resuelto hacia donde nos encontrábamos. No obstante, y pese a ser un gañan de libro, había en su vestimenta algo que chirriaba, y esto, no era otra cosa que la cazadora vaquera que cubría el atuendo antes descrito. Una cazadora rematadas las mangas con tachuelas, que, no ya por lo inadecuado dada la temperatura si no por lo impropio en semejante personaje, resultaba ser como el estrambote de un poema.
- ¡Ave María!
- ¡A la paz de Dios!
- Media arroba.
Desde las frescas entrañas de la tinaja, el vino recorrió el camino hasta el fondo de la garrafa, evocando al decantarse el sonido cristalino del agua golpeando las piedras que encontrara a su paso, igual que el menguado caudal de un arroyuelo serrano casi agostado. Un sonido casi hipnótico que el silencio de la bodega amplificaba. - ¡Vela ahí!
- Con Dios.
- Con Dios.
Después de pagar religiosamente, alejose la réplica del héroe de la Ilíada garrafa al hombro camino de la salida. Fue entonces, cuando pudimos contemplar en su plenitud a aquel homérico personaje plantado en mitad del corral, e iluminado por el astro rey. También fue entonces cuando pudimos leer lo que, en la espalda de la susodicha cazadora, bordada en un color que algún día, antes de sufrir los rigores del campo manchego debió ser verde, una frase lapidaria. Una declaración de intenciones. Una proclama a todo aquel que pudiera verlo, y que con caracteres propios del Far West decía: “SOY REBELDE”.
Perplejos, nos miramos los tres; mi primo, el perro y yo, viendo alejarse en busca de su Clitemnestra particular al bisnieto de Tántalo. Desde aquel día, me dedique a estudiar con fruición los misterios de la genética para intentar comprender las mutaciones que dan lugar a saltos atrás en la evolución de las especies… Cosa que, siendo sincero hasta la fecha no he conseguido. ¿Una mutación? ¿Un anacronismo? Ni el mismísimo Mendel estoy seguro, tendría cojones a explicarlo, y para Charles Darwin máximo valedor de la teoría de la evolución, supondría la gloria el haber encontrado al eslabón perdido. Un personaje equidistante entre la Grecia clásica, la gañanía y el Far West… ¡Ahí es “ná”!
*-Johnny Yuma “El Rebelde”, fue una serie de mediados de los sesenta ambientada en el oeste y protagonizada por Nicholas Aloysius Adamshock. La verdad, es que la serie pasó con más pena que gloria, y al bueno de Johnny, amigo de causas perdidas, le solían dar en cada capítulo una buena ensalada de guantazos hasta que sacaba a relucir su peculiar revolver; una “recortada “que pendía del cinto, momento en el que por lo general se acababan las tonterías. Conocido en Hollywood como Nick Adams. Murió joven, a los 39 años, intoxicado por las drogas y el alcohol. Rodó innumerables películas y episodios de series televisivas como actor de reparto. En la serie El Rebelde, alcanzó la cumbre de su fama. Dos años después de concluir la serie, sería nominado en los Óscar de 1963 como el Mejor Actor de Reparto por su participación en A cualquier precio.
Luego su carrera entró en declive, pasó a protagonizar películas de bajo presupuesto y de nada le sirvió mantener estrechos lazos de amistad con Elvis Presley, Johnny Cash o con los mejores actores de Hollywood de la época. Simplemente, el alcohol y los tranquilizantes junto con los trompazos de los rodajes, empezaron a hacer mella en su carácter y terminaron destruyéndolo. Eso, y tanto caerse del caballo que no debe ser nada bueno.