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José Ignacio García-Muñoz
Esta historia, por inverosímil que parezca es cierta, y viene a confirmar algo que por otra parte ya sabíamos y que no es otra cosa qué, los de Daimiel somos tirando a borricos cuando nos ponemos a ello…y pacientes, muy pacientes.
El hilo de nylon del sedal, brillaba intermitentemente al incidir en él los rayos del sol mientras bajaba. Sin llegar al suelo, situaron el anzuelo en el lugar elegido y se dispusieron pacientemente a la espera de alguna captura. En un principio, el trozo de miga flotaba en el aire inerte sin llamar la atención, hasta que el primer incauto reparó en él. ¡Un par de picotazos, y al tercero, ¡zaas! en hábil movimiento era prendido, e izado en el aire entre cacareos y revoloteo de plumas.
Unos minutos más tarde, otra incauta pagaba su atrevimiento siguiendo la suerte de la anterior, pero tampoco fue la última, de modo que no menos de cuatro gallinas y un pollo, ascendieron al reino de los cielos enganchados en el anzuelo que desde el tejado les tendían. Si por alguna casualidad el propietario del gallinero salía en auxilio de sus animales, los otros animales (los del tejado) le obsequiaban con una salva de postas
Llegados a este punto, ustedes se dirán: – Vamos a ver si lo he entendido-. Según parece, alguien está pescando, pero desde lo alto de un tejado, y no son peces sino pollos y gallinas los que están picando.
Efectivamente así era. Estos dos hermanos, más malos que la tos con diarrea, fueron vecinos de nuestro pueblo en época pretérita, cuando el arcoíris era en blanco y negro, y una de sus aficiones favoritas, era salir de pesca, pero sin abandonar el casco urbano. Dicen las malas lenguas, que sus fechorías las hacían si no con el conocimiento, si al amparo de su padre que era persona notable en el pueblo. Se acompañaban en sus fechorías de una escopeta del doce con la que no dudaban en amenazar a quien se dispusiera a poner coto a sus desmanes.
Estos dos energúmenos, frisaban los catorce o quince años, y tenían una hermana más pequeña que participaba (más bien la utilizaban) en sus incursiones. Una de sus “gracias” favoritas, consistía en pasar una cuerda anudada por debajo de las axilas de su hermana, y esperar pacientemente a que algún transeúnte pasase por debajo del balcón de su casa, momento en el cual, descolgaban a su hermanita que propinaba una patada en la cabeza al viandante que sorprendido, miraba hacia arriba con el tiempo justo de ver a la criatura ascender a toda velocidad ayudada por sus hermanos que tiraban de ella como de cubo en un pozo.
En otra ocasión con el pretexto de organizar un baile, y pidiéndolos entre los vecinos, consiguieron reunir una buena cantidad de discos. Discos de aquellos de pizarra que se reproducían en un gramófono y de los que no quedó ni uno sano, ya que los muy cerriles, se dedicaron a practicar el tiro al plato con ellos.
“Times They are A-Changin” Los tiempos están cambiando decía Dylan en su disco homónimo allá por 1964,dirigiéndose a la sociedad de su época convulsa como pocas, aunque quizá algunos cambios tardaron, tardan demasiado.
Juzgar la historia y sus hechos con los ojos del presente, supone en algunos casos una injusticia ya que las circunstancias, los valores, y las referencias éticas, sociales, políticas e incluso morales han cambiado. Afortunadamente, nos movemos en otros paradigmas, y a uno, le reconforta pensar que hoy en día esos mocosos se hubieran llevado lo que se viene llamando un “par de ostias bien dás” a la primera de cambio, pero eran otros tiempos ¿Mejores? ¿Peores?… Seguro que coincidimos bastante.