PAPA HA VENIDO

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Jose Ignacio García-Muñoz

Vivian madre e hijo solos en aquel caserón desde que ella enviudara hacía poco tiempo. Dentro de la cuadrilla de amigos, era considerado como retraído, y algo miedoso por no decir mucho, producto de su exagerada superstición y temor hacia el “más allá”, al mundo de las ánimas, y todo aquello que tuviera que ver con la vida después de la muerte.
Existe en psicología clínica una técnica conductista llamada “Floading” o de inmersión para tratar algunos tipos de fobias. Dicho de una forma poco científica y rigurosa con el procedimiento; si usted tiene fobia por ejemplo a los perros, pues se le lleva a usted a una perrera para que entre en contacto con los animales, y se le anima a que no salga corriendo.

Y algo así debieron pensar los amigos de nuestro personaje para intentar “curar” sus manías, pero claro, al estilo manchego.
En los años en que acaecen estos hechos, el suministro eléctrico a los hogares era muy deficitario, y frecuentes los cortes de fluido durante largos periodos de tiempo, especialmente por la noche cuando la demanda sobrepasaba la capacidad para atenderla debidamente, de modo que, en cada casa no faltaban los candiles de mecha de algodón y aceite, o las clásicas velas. Así las cosas, una fría madrugada, alumbrado por la trémula llama de un candil que proyectaba alargadas sombras en las paredes de las que colgaban los retratos de familia, nuestro hombre, acongojado por los ruidos sordos que durante la noche había escuchado en la parte de abajo de la casa, recorría como tantas veces el pasillo que desembocaba en el portón que abría paso al zaguán. Y como tantas veces, dejó en una mesita la palmatoria, y sopló la llama para terminar de bajar a oscuras los diez escalones que le separaban de la puerta de la calle, era un recorrido que podía hacer perfectamente a oscuras ya que lo repetía a diario. Con el olor del humo de aceite quemado metido en la nariz, corrió como tantas veces el cerrojo, tiró de la puerta hacia adentro, y se dispuso a salir.

El impacto en la frente fue, además de inesperado, brutal. Completamente a oscuras palpando a ciegas y confundido, trató de salir por segunda vez con idéntico resultado, aunque esta vez, fue la nariz la que colisionó con aquel vacío negro que se abría ante él. El sabor salado de la sangre le llegó hasta la boca, pero a estas alturas nuestro protagonista había perdido los papeles, y preso de un ataque de pánico gritaba a voces: ¡¡Máma, ha vuelto padre!! ¡¡Máma, ha vuelto padre!!
Tozudo como una polilla que se golpea una y otra vez contra la luz de una farola, incapaz de darse la vuelta y subir las escaleras para encender el candil nuestro protagonista, trataba sin conseguirlo de salir a la calle.

Abandonado a su suerte en medio de las tinieblas, ensangrentado y sentado en el suelo, así se lo encontró su madre mientras le iluminaba desde lo alto de las escaleras. Sólo entonces, y bajo la amarillenta luz del candil comprendieron madre e hijo lo que había pasado ¡Habían tapiado la puerta por fuera!
Burrhus Frederic Skinner, padre del conductismo radical, tal vez habría calificado el método manchego de condicionamiento como demasiado radical, pero el caso, es que los amigos de nuestro protagonista se pegaron una “panzá” de reír al otro lado de la puerta a costa de su supersticioso amigo que, dicho sea de paso, continuó con sus manías el resto de sus días; eso sí, a la que pudo se compró una linternilla de la que no se separaba ni de día ni de noche.

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