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Ángel Vicente Valiente Sánchez-Valdepeñas
Eran otros tiempos. La calle Nueva era de doble dirección. Además, los coches que circulaban eran pocos, poquísimos. Jugábamos en la calle al fútbol, al trompo, etc.. Aquello era indescriptible. La chiquillería en la calle. Unos jugando, otros merendando. Todos con pantalones cortos. Y tan felices.
Yo nací a pocos metros de Los Pinos. Cuando llegaban las ferias, en la fachada ponían banderas de muchos países. Lo recuerdo perfectamente porque iba con mi madre a comprar el pan a la tienda de Apolonio, que estaba justo enfrente. Me deslumbraba el colorido de las banderas, las enormes puertas verdes, los pinos que sobresalían por encima de los muros, los carteles que anunciaban a los cantantes y las orquestas.
Asistí en sus salones a las bodas de muchos de mis primos y primas. Solo tengo de esto recuerdos vagos. Aunque sí tengo bien presentes la amplitud de los salones, la sopa Los Pinos , las cervezas Calatrava y un mural estupendo de Ángel González de la Aleja. En uno de los salones actuaban habitualmente Los Jerlons, un grupo excelente, que hacía una música novedosa para aquellos tiempos. Por ejemplo, empezaron a utilizar la guitarra y el bajo eléctricos. Luego añadieron un órgano. Fue mi primer contacto con los bailes y los traspiés. La familia en pleno moviéndose al compás. Bueno, mis hermanos y yo procurábamos hacernos con una Mirinda.
A los quince años entré por primera vez a los bailes que tenían lugar allí los sábados por la tarde. Un señor de mirada inquisitorial me preguntó si tenía dieciséis años. Yo le dije que sí. Menuda trola, pero había que hacerlo así. O no entrabas. En la penumbra del salón se adivinaban un montón de muchachos y muchachas, que hoy ya estamos para pocos trotes. Las primeras copas, los primeros bailes (pocos), las primeras miradas cautivadoras. La música de los años setenta y ochenta. Lorenzo Santamaría (Para que no me olvides), Miguel Gallardo, Camilo Sexto, los Pekenikes (Palomitas de maíz). Una maravilla. En aquellos tiempos no había botellones. Todos los jóvenes estábamos allí refugiados y expectantes.
Con la desaparición de Los Pinos desaparece una parte de la historia de Daimiel. Sobre todo de su historia sentimental, que a fin de cuentas es la más importante. Allí se conocieron muchas de las parejas que hoy pasean con sus nietos por la plaza. Quizás en alguna ocasión les cuenten que existió en Daimiel un lugar propicio para las celebraciones, los enamoramientos y los encuentros. Y que ya no existe.