EL RELOJ NOCTURNO

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Francisco García-Luengo Manchado

Asociación Daimieleña de Astronomía

[el caballero andante]ha de ser astrólogo [astrónomo]1, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche, y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad de ellas;

Capítulo XVIII. De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes

Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de La Mancha

Miguel de Cervantes Saavedra

Creo que no se sorprenderá nadie si digo que no es necesario llevar un móvil encima para estimar la hora, sea de día o de noche. De día, lógicamente, en función de la posición del sol —quizá en otra ocasión detallemos cómo se puede aproximar con cierta precisión—. De noche, con la Osa Menor. Más o menos todos los que peinamos canas —o que incluso no peinamos nada—, podemos recordar a esas personas mayores que eran capaces de decirnos la hora sin tirar de reloj, simplemente mirando el cielo, con un típico «en una hora, amanece». Ahora que hemos perdido el cielo nocturno por los excesos lumínicos —innecesarios a todas luces; no, no he podido evitar el juego de palabras— y, por tanto, la capacidad de conocer el tiempo por los astros, propongo resucitar un conocidísimo método de antaño para saber la hora mirando al cielo nocturno para tratar de recuperar esa curiosidad celeste y esa experiencia de la observación a ojo desnudo.

El principio que se describe fue utilizado por navegantes desde hace, al menos, mil años, cuando la Polar comenzó a ser nuestra «polar». De hecho, lo empleó Cristóbal Colón en sus viajes, sólo que en vez de usar «la esfera de un reloj» cuyo diseño data del siglo XVII, se valía de las llamadas «horas italianas» y de las referencias sobre las partes del cuerpo tomando como patrón el llamado «hombre del norte». Incluso se construyeron aparatos especiales, el «nocturnilabio», para realizar esta medida, que estuvo en uso hasta la aparición de los relojes mecánicos precisos hacia el siglo XVII, como ya se ha dicho.

En fin, si eres una persona impaciente de hoy en día, habituado a los 150 caracteres del «piopío», o a las historias de la «instantánea» o el «caralibro», puedes pasar directamente al epígrafe «Resumen del método y ejemplos» y evitarte toda la explicación previa.

Era Cervantes un auténtico «hombre de ciencia» con grandes conocimientos de los descubrimientos de su época y
curioso del saber. Por tal motivo hace un claro distingo entre «astrónomo» y «astrólogo» considerando la diferencia
entre la «astrología científica» y la otra. Así, en la misma novela encontramos:
porque cierto está que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan, ni saben alzar, estas figuras que llaman
judiciarias, que tanto ahora se usan en España, que no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma
de alzar una figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la
verdad maravillosa de la ciencia.

Capítulo XXV. Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titerero, con las memorables adivinanzas del
mono adivino

Buscar la Polar

Lo primero de todo es encontrar la Osa Menor. Para ello, buscamos su estrella más brillante, la Polar. Si podemos ver el asterismo de «el Cazo» o «el Carro», que forma parte de la «Osa Mayor», lo que haremos será unir por una línea imaginaria las dos estrellas más traseras del carro y prolongar esa línea unas cuatro o cinco veces su longitud hasta dar con una estrella no muy brillante pero que destaca en medio del campo en el que se encuentra: es la Polar —véase la flecha roja en la Figura 1—. Otra manera es partir de la constelación de «Casiopea»; esta constelación en muy
conspicua y se distingue hacia el norte como una «M» o una «W», en función de la fecha y la hora, y se abre hacia la Polar —véase la flecha violeta de la Figura 1—. Una vez encontrada la Polar, buscaremos a sus compañeras que forman el «Pequeño Carro». En concreto, nos interesa la línea formada por la Polar o Polaris —alfa Ursae Minoris o αUMi— y Pherkad —gamma Ursae Minoris o γUMi, señalada por el círculo amarillo en la Figura 1—. Esa línea, de color azul en Figura 1, será el puntero de nuestro reloj.

El reloj que gira al revés

El método se basa en el concepto de «hora sidérea» u hora de las estrellas, que es con el que se ha estado midiendo el tiempo hasta la aparición de los relojes atómicos y de la red del «Tiempo Atómico Internacional», allá por los años cincuenta del siglo pasado. De forma muy resumida, la medida se realizaba observando las estrellas que pasan por el meridiano local —esto
es, por la línea norte – sur— y anotando la hora dada por un reloj —que daba una primera aproximación menos precisa—. Comparando las coordenadas de las estrellas con la hora marcada, se ponía «en hora» el reloj 2.

Y eso es lo que haremos con nuestro puntero. Pero hay que tener en cuenta dos consideraciones. La primera es que el firmamento gira una vez cada
veinticuatro horas —más o menos, ya hablaremos de la diferencia—. Y que además lo hace en el sentido contrario a las agujas del reloj —en realidad, es la Tierra la que gira en el sentido horario mirando hacia el norte—, por lo que nuestra esfera de reloj será como la representada en la Figura 2.

Una vez que hayamos encontrado la Polar y a su compañera Pherkad, las emplearemos como «aguja del reloj». La Polar debe coincidir con el eje y Pherkad con el extremo de la aguja. Puesto que la Tierra gira en 24 horas, es de suponer que la estrella Pherkad debería marcar la misma hora cada día.
Pero hay que hacer unas cuantas consideraciones:
a) Nuestro huso horario y el cambio de hora verano invierno. Tendremos que sumar una hora en invierno y dos en verano.
b) Pero es que, además, la Tierra se traslada alrededor del Sol, con lo que hay que descontar una vuelta al año, es decir, veinticuatro horas en doce meses, que son dos horas por mes, una hora por quincena o cuatro minutos
al día. Es decir, hay que restar dos horas por mes, más una si estamos en la segunda quincena del mes. Y hay que tener en cuenta otras dos, puesto que el primer mes es el uno y no el cero.

c) Además, esta estrella no está a las 0:00h el día uno de enero de cualquier año, sino que está desplazada diez horas que también habrá que sumar.
Por supuesto, podemos añadir términos y correcciones para hacerlo más preciso, pero la limitación principal es la estimación del ángulo en el cielo, que, a simple vista, no tiene más precisión de la hora. Y, claro, que estamos hablando de un método aproximado.

Resumen del método y ejemplos

En resumen, se trata de:

  1. Estimar la posición del «reloj» en la esfera de veinticuatro horas.
  2. Restar 2xMes. Si es la segunda quincena del mes, añadir -1.
  3. Considerar +12 en invierno y +13 en verano.
  4. Ajustar a veinticuatro horas — +24 si sale negativo o -24 si sale mayor—.
    Y ya está. Pongamos un par de ejemplos:

Conclusiones

Hoy en día nos basta con mirar el móvil para conocer el día y la hora con precisión de milisegundos. Y no necesitamos conocer las diferencias de escalas de tiempo como el Tiempo Universal Coordinado, el Tiempo Atómico Internacional, el Tiempo Dinámico Terrestre, etc. Tampoco necesitamos conocer la importancia real de la medida del tiempo, importancia que llevó a un homínido hace más de 32.000 años a registrar el ciclo lunar en un hueso. Pero tal importancia existe y es fundamental día a día, hora a hora. La medida del tiempo fue uno de los principales avances tecnológicos de la Humanidad, junto con el dominio del fuego y la rueda, nunca lo perdamos de vista.

De CERVANTES SAAVEDRA, M. Capítulos XVIII y XXV. En: Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de La Mancha. Barcelona: Círculo de lectores, 1989. ISBN 84-226-2639-X.
BERNAL GONZÁLEZ, A. Agenda – Cenit. En: Astronomía. Madrid: Equipo Sirius, 2006, 87, pp. 48-49.
MEEUS, J. Astronomical algorithms. 2ª Edición. Richmond: Willmann-Bell, 1998.
GARZA MARTÍNEZ, V. Medidas y caminos en la época colonial: expediciones, visitas y viajes al norte de la Nueva España (siglos XVI-XVIII). En: Fronteras de la Historia. Ciudad de México: CIESAS, 2012, 17-2, pp. 191-219.
GORTÁZAR, A. Astronomía, el Universo en tus manos. Barcelona: Orbis·Fabbri, 1992.

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