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Jose Ignacio García-Muñoz
El pavimento, brillaba con la capa de barniz que una fina lluvia había dejado minutos antes, reflejando las luces navideñas que se proyectaban desde la calle Virgen de las Cruces ahora desierta. En el reloj del ayuntamiento daban las dos y veinte, y la Manola, estoica, aguantaba el frio de la madrugada viendo jugar a Rufo y Floren, las dos figuras por cuyas metálicas espaldas resbalaban las gotas de rocío. Ciertamente la noche era heladora. Frente a Santa María, silbaban a través de las ramas una muda melodía de silencio y soledad los arboles desnudos, despojadas de sus hojas. Súbitamente, de la boca de uno de los dos metálicos niños, surgió una bocanada de vaho que quedó flotando en el aire, y a ésta, vino a sumársele otra procedente del otro niño ¿Vamos? Preguntó Floren, vamos contestó Rufo, y tras un sordo crujido desarraigaron sus pies del cemento que les mantenía cautivos. Con un gesto se llevaron el índice a los labios solicitando silencio de la Diosa Fortuna que, cómplice asintió. Cruzaron el parterre, y comenzaron a subir por la calle Jesús. Al llegar donde Astilleros, Floren que era más goloso quiso entrar y coger unos cortadillos, pero Rufo le apremió:
– “Venga, no seas galgo que luego se nos hace tarde”.
De mala gana Floren renunció y continuaron hasta la ermita de la Paz.
-Está cerrado
Con unos suaves golpes llamaron a la puerta. Desde dentro una voz les invitó a entrar
-Pasad, os estaba esperando
Desde el fondo del templo, El Nazareno, observaba el avance en silencio de los niños cuando pasaban por delante de la Verónica que les miraba con benevolencia sosteniendo el lienzo con la cara de Jesús.
– ¿Quieres que te quitemos esa cruz?, debe pesar un rato. Además, vas a nacer esta noche, y a un niño no le corresponde una cosa así.
Río Jesús la ocurrencia del chiquillo.
-Bueno, es algo que elegí en su momento, una responsabilidad que asumí y a la que no puedo negarme. Sé que es un poco raro que vaya a nacer esta noche, y que a la vez me encuentre así. Es mi naturaleza, mi destino, igual que el vuestro es representar la inocencia, la esperanza en una vida por delante, y sin embargo dentro de unas horas, estaréis otra vez sujetos al suelo frente al Ayala.
¿Qué vais a hacer ahora?
-Pues nos íbamos a acercar a San Pedro a ver a tu madre que a lo mejor está nerviosa
-Bueno, darle un beso de mi parte…y no volváis por la calle Jesús que luego tenéis tentaciones.
Rojo de vergüenza, Floren agachó la cabeza y ambos chiquillos ganaron la puerta. Antes de cerrar, dirigieron una última mirada hacia el fondo para ver como con un guiño, se despedía el Nazareno.
Bajaron por Jesús, pero por la acera de enfrente, luego por Virgen de las Cruces, Santa Teresa, Rafaela Clemente y a la derecha por Prim hasta San Pedro. Como ocurriera en La Paz, entraron por la puerta de la sacristía, que se abrió tras unos golpecitos en el cristal. La serena belleza de la virgen de Las Angustias, y el impenetrable dolor de la Soledad, recibieron el eco de sus pasos en el templo vacío.
– ¿Cómo venís con la noche tan fría que hace? Anda, taparos un poco con el manto.
-Nos ha dicho tu hijo que te demos un beso de su parte, y que te digamos que estés tranquila, que todo irá bien.
-La Soledad y La Amargura se miraron en silencio conocedoras de que, en unos meses, las cosas habrían cambiado. Que la sagrada cena aparcada un poco más allá se convertiría en la última cena, y la cuna del recién nacido en el Santo Sepulcro
Poco a poco, fueron entrando en calor y tras un vistazo al retablo de D’Opazo, se despidieron de la Morenita y salieron a la calle. Una bofetada de aire frío, arrebató sus mejillas.
-Pero… ¿nosotros no éramos de metal?
-No sé, desde hace un rato me noto diferente…hasta me pica una pierna. ¿nos estaremos volviendo humanos?
El frio viento, despejó las escasas nubecillas que aun desfilaban, y colgando del cielo apareció la luna flanqueada de estrellas. Al este de Las Tiñosillas comenzaba a clarear, mientras la niebla se despegaba de la lámina de agua en las cercanas Tablas. Pronto, Chele saldría bicicleta en ristre a recorrer la Navaseca, no sin antes contrastar la cantidad de agua recogida durante la noche. Pedro Martín soñaría todavía con paisajes blandos, y Paki miraría el despertador configurando mentalmente su recorrido matinal, imaginando nuevos encuadres para sus fotografías. Encarni, prepararía su saludo diario a los megusteros con su habitual sintaxis de manchega de pura cepa. Naranjo planificaría su paseo diario, y en Astilleros empezarían con las rosquillas. Las casas se llenarían de pasos quedos, de olor a café y tallos recién comprados. Andrés López escribirá en el aire la pureza de sus versos, Eugenio Brazal en Sancho Panza, con andares pausados prepararía algún pedido, y Ricardo, arrancaría por soleá las cuerdas de su guitarra.
Raudos, Floren y Rufo desandaron sus pasos. Cruzaron la plaza por detrás del olivo, y al pasar por Juan Romero 7 la tentación volvió a hacer de las suyas, pero de un empujón Rufo termino con ellas. En el reloj del ayuntamiento daban las siete cuando la Manola regañaba a los chicos por su tardanza. Trabajosamente al principio, y más rápidamente después, a medida que el metal volvía a configurar sus siluetas fueron tomando posición en su lugar hasta quedar inmóviles.
Por Gregorio Molinero, caminaba una madre llevando a su hijo de la mano, y frente al bar Santi cruzaron hacia Santa María. El chiquillo miraba distraído a todos lados, y cuando su mirada se posó sobre las figuras Floren no pudo resistirse, y le guiñó un ojo.
– ¡Mama! Esa estatua me ha guiñado un ojo.
– ¡Anda!… Que tienes más imaginación que el peluquero de Neymar.
Incrédulo, el niño continuó mirándoles, y Rufo metió una mano en su bolsillo extrayendo una canica de cristal transparente que deliberadamente dejó caer. El chiquillo se zafó de la mano de su madre y corrió a recoger la bola. En su interior, podía verse envuelto en diminutas estrellitas de nieve que flotaban al agitarse, un diminuto portal de Belén.
FELÍZ NAVIDAD A TODOS MIS PAISANOS.