«LAURI» IN MEMORIAM

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José Ignacio García-Muñoz

Es de esas noticias que te hacen sentarte un momento a reflexionar. La memoria, que con el paso de los años cada vez se hace más infiel, relega al rincón de la nostalgia recuerdos que languidecen por aquellos lejanos tiempos en que uno era un chiquillo, y es allí, en aquellos días que el olvido ha convertido en blanco y negro, donde tenía guardados los de Laureano Garcia “Lauri”. Compartí cartel con él, un ya lejano junio de 1984 en nuestra querida plaza de toros.

Era un festival benéfico en el que mi padre Chiro Bermejo (El Chato) nos llevó a mi hermano Ernesto (Pini) y a mí como banderilleros, pero son muchas más, las tardes que recuerdo compartiendo cartel jugando “al toro” a la sombra del coso del Paseo del Carmen, frente a la puerta grande. El carretón, iba y venía impulsado por la ilusión y la ayuda de nuestra delgadez adornada con costras en las rodillas. Y con cada pase, imaginaba “EL Lauri” tardes de gloria saliendo a hombros por esa puerta que, como otras muchas nunca se le abrieron.

Algo justo de valor, pero sobrado, ¡qué digo sobrado, sobradísimo! de afición, caminaba “El Lauri” como un torero, hablaba como un torero, se peinaba como un torero, estrechaba la mano como un torero, miraba como un torero, y soñaba como un torero, porque “El Lauri”, era un torero ya que torero, es el que se siente como tal. Recuerdo que, en su delirio de afición muchas veces cruzaba la calle con deliberada imprudencia, arrimándose más de lo que el sentido común aconsejaba a los escasos coches que entonces circulaban por nuestro pueblo, para acto seguido, mirarte a los ojos buscando tu aprobación por el gesto de valor. Sabedor de sus debilidades, siempre trató a su manera de superarlas.

Hoy, leo con dolor, que aquel que tantas tardes nos dejara capote y muleta a mis queridos primos (Tito y Ángel un fuerte abrazo desde aquí) y a mi hermano, y nos contagiara parte de su afición por este santo oficio que es el ser torero, ha hecho su último paseíllo. Me hubiera gustado acompañarte, y no me voy a escudar en la hipocresía de decirte que seguía tu devenir por este mundo que, a cada uno nos sitúa en dimensiones diferentes, tal es el destino que vamos escribiendo unas veces con pulso firme, y otras veces a base de garabatos improvisados.

Lo que, si puedes asegurar, es que estos recuerdos traídos hoy del blanco y negro al color, han estado siempre presentes, y que tu muerte, cornada con trayectoria hacia el recuerdo me ha dolido. Y que cuando regrese al pueblo entrando por el Paseo del Carmen, giraré la cabeza a la derecha tratando de atisbar tu figura frente a la puerta grande, envuelta en la nubecilla de polvo que levanta un carretón que transita por un tiempo que ya pertenece a la historia particular de uno, que a la postre, es la verdadera historia.

Hasta siempre.

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