“CARACOL” IN MEMORIAM.

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José Ignacio García-Muñoz

Tenía una deuda con él, que ahora estoy dispuesto a saldar. Es, era, uno de esos personajes que, por su inocencia, por su singularidad, ha dejado huella indeleble en el desván de mi memoria, y cada vez que entro en ella, retiro con cuidado el polvo que el paso de los años va depositando sobre su recuerdo.

Le veo bajando por la calle Prim, tocado ya fuese crudo invierno, o el más tórrido verano, con aquel gorro imposible. Una mezcla de boina manchega, y ushanka ruso. El inefable abrigo de grueso paño gris de cuyos bolsillos asomaban grandes mendrugos de pan, y que le colgaba hasta los pies, rematados estos, por unas albarcas sobre las que descansaban unos pantalones de labor de un color indefinible. Visto desde lejos, parecía un espantapájaros que hubiese escapado de su cautiverio entre las besanas, cual corresponde a un espíritu libre, al de aquellos que mientras su cuerpo crece, su cerebro huye hacia la infancia quedándose detenido en el tiempo de la fantasía y la ensoñación.

Le recuerdo con su dura y oscura barba de varios días, y su labio inferior inerte. Pero, sobre todo, le recuerdo con su carro elaborado con recias maderas de un color ceniciento, y ruedas de hierro que atronaban la calle adoquinada. Al llegar a la esquina de la calle Monescillo, detenía el carro cargado de chiquillería, e imitando el sonido de un claxon “bip, bip” advertía de su intención de doblar la calle. En aquellos días, la circulación era en sentido contrario a como lo es hoy, y no eran pocos los camiones que atravesaban el pueblo, y se llevaban parte de la fachada en esa esquina producto del mal cálculo a la hora de girar. Con la mirada perdida en la distancia “Caracol” que así se llamaba, o llamábamos a nuestro protagonista, reemprendía la marcha empujando aquel tropel de ocupantes más el peso del carretón, lo que considero una hazaña hercúlea.

Quién sabe qué enigmáticos sueños y fantasías, poblaban su mente mientras impulsaba ajeno al esfuerzo aquel estrambótico vagón. Pasados los años, aquellos pasajeros fuimos creciendo, y nos bajamos del carro, nos separamos de aquel niño grande del que ignoro si siguió acarreando el bullicio de la infancia camino de quien sabe dónde, en aquella atracción que ahora, se me antoja como la más entrañable en la que nadie pueda subirse…en la que jamás me haya subido.

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