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José Pozuelo
Ahorro al lector el manido giro final de que todo lo contenido aquí es susceptible de ser mentira.
El lema de mi colegio decía “la verdad os hará libres”; pero yo no quiero liberaros: quiero esclavizaros, ataros a este texto, presentarme ante vosotros como un profeta. Como todos los anteriores, os diré que soy el único, el definitivo, y para ello os embaucaré con trucos nunca vistos, porque en realidad no queremos saber dónde está el conejo antes de salir de la chistera.
La mentira que codicio va en mayúsculas, ya pasé mis días de aficionado, con la maestría que demuestra mi soledad… Ahora quiero ser el falso ídolo, pero serlo tan de cara que sea innegable. Ser tan verdaderamente falso que las matemáticas se arrodillen ante mí suplicando que uno más uno sea tres. ¿Acaso no eres capaz de verlo ya? Lo cierto es que 1+1=3. Y no se puede negar. ¿No lo estás viendo, siendo verdad frente a ti?
Crearé mi propia historia, un osario de fantasías para que paseen las almas de tiempos remotos; un bestiario de lugares comunes a los que les concederé el don de la ilusión, donde lo cierto se dé cuenta de que puede ser mucho más. Así, por fin, la realidad superará a la ficción, y yo, por fin, escaparé a la realidad.
Una obra de teatro en la que el atrezo continúe hasta el último confín, con un Teide de cartón piedra, nubes de algodón o de azúcar, ríos de papel de plata y pastorcillos de un Belén viviente… realmente viviente. No traería al panadero para interpretar a San José, no. Eso sería mentira, de la de antes, de la que no es verdad. Estarían actuando de mentira. No. Hasta que no viera dos personas amarse hasta lo divino, hasta que no los viera sufrir la inmundicia de perseguir estrellas en el firmamento, hasta que no viera a un San José disfrazarse del panadero y amar a María… el puesto quedaría desierto.
La máscara se quitaría al personaje de encima, pues queda claro que es más real Sancho que Cervantes. Para uno, letras y símbolos son lo que para el otro fueron moléculas y átomos; sin embargo, es la misma mentira. La más gorda. De fragmentos inanimados surge un ente que desafía a ver los gigantes como molinos, que suplica por el alma de su amo. De símbolos surge la idea de ser algo más que símbolos e ideas, la mentira de quienes somos, la verdad de no ser nadie…
Pero esa verdad la cogemos, la enseñamos al público y la metemos bajo el vasito del centro, que todos lo vean bien, el trilero va a comenzar. O mejor, la cortamos en finas rodajas, la cubrimos con la salsa que llevamos preparando sin saberlo y la metemos al horno hasta que esté crujiente. Incluso nos inventamos viajes, trabajos, responsabilidades, toda una vida, para alejar la verdad, que tirita de soledad y de frío… pero aún la siento, cuando en medio de mi ascensión meteórica y farisea, me das la mano sin juzgarme y verdaderamente entiendo que el amor, tu verdad, me hará libre.