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La pesadilla que nos está tocando vivir continúa angustiando nuestra existencia. Casi un año ya desde que el ínclito Fernando Simón nos anunciaba la presencia del virus en España pero no más allá de “uno o dos casos”. Buen presagio el de nuestro científico de pelo revuelto y voz cascada, de tan brillante palmarés en su labor profesional como desprestigio por su actuación político social.

Nos confinaron en nuestras casas, hecho insólito en la moderna historia de España, aceptando el pueblo sumiso la medida general en beneficio de todos, con el gesto vespertino de aplausos solidarios desde el balcón. Casi todos nos mostramos con espíritu cercano en apoyo incondicional a nuestros sanitarios y profesionales de los servicios públicos, con el esfuerzo psicológico de evitar cercanías entre las propias familias, sólo voz a través de móviles o gestos y besos virtuales por medio de estos artefactos, quienes dispusieran de ellos y los supieran manejar.

Once meses y pico después, el pueblo continúa inmerso en un vaivén de incongruencias de nuestros dirigentes a quienes se les ve el plumero de su caótica gestión, con el añadido en los últimos días del enchufismo de algunos cargos públicos para “colarse” en el turno de vacunación determinado en función de edades y circunstancias más vulnerables. Resulta bochornoso escuchar denuncias que ponen en solfa la actuación de distintas capas del poder que se saltan a la torera turno y orden establecido, políticos y clérigos que se aprovechan del cargo o recurren a designación divina. Vacunajetas.

El pueblo llano, confuso, miedoso y sin rechistar, aguanta impávido hasta que la vacuna se generalice haciendo desaparecer contagios del “bicho”. Cuando todo esto vaya aconteciendo, volveremos a besar y jugar con los nietos, abrazar a nuestros hijos y estrechar mano con amigos y cercanos, detalles a los que no dábamos importancia hace un año y que desde ahora valoraremos de otro modo. Cuánto se echa de menos ese contacto físico, roces transmisores de afectos, cariños y amor.

Centros públicos, bares, tiendas, parques y calles volverán a estar ocupados por sus inquilinos naturales, nosotros mismos, con ánimo diferente y talante positivo, instalándose de nuevo la normalidad, palabra que encierra mucho más de lo que presumíamos. Cómo se echa de menos disfrutar de la sencillez de la vida, algo difícil en esta etapa tan indeseable, que cambiará parámetros, conductas , principios y valores, que esperemos hagan mejor al ser humano.
Esto será cuando todo esto acabe.
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