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Con esto de haber pasado a fases más relajadas que permiten determinados acercamientos sociales, el primer núcleo favorecido ha sido la familia, tu propia familia, a dos pasos, en sentido figurado, convertidos en alejamientos kilométricos durante al menos los dos últimos meses. Las normas sanitarias, de obligado cumplimiento por el bien general, han establecido fronteras profilácticas, nunca supuestas siquiera en el último siglo de nuestra historia. Pero los recientes y luctuosos acontecimientos han marcado nuevos estilos de comportamientos sociales, en general, y familiares en particular.

Quién podría suponer, hasta hace apenas dos meses, el separamiento físico al que nos hemos visto obligados entre componentes de la propia familia. Bisabuelos, que los hay, abuelos, padres, nietos, sobrinos, a escasos centenares de metros, distancia real, obligados por imposición sanitaria más que razonable, a permanecer distanciados y sin contacto físico habitual. Besos y abrazos, virtuales.

Ha sido duro aceptar y conllevar la norma social exigida en evitación de contagios y males mayores, no se trata de ninguna exigencia de corte político, aunque en tiempos, modos y formas si habría que pedir explicaciones, pero eso es harina de otro costal. La que nos ha caído ha sido tormenta común, azote a diestro y siniestro, sin distinción de colores ni diferencias sociales.

Volver a reunir a los tuyos, dentro de la legalidad sanitaria, ha significado premio máximo otorgado por la vida, cuando considerábamos que todo lo anterior era un derecho natural, heredado porque sí, sin plantearnos explicación alguna. Pues ya ve usted, la vida nos ha dado un palo tal vez para colocarnos en nuestro sitio, haciendo rebrotar en todos principios y valores básicos en el ser humano. Salvo excepciones, nadie cambia afectos familiares, de nietos, hijos, padres , tíos, abuelos, por nada material. Cuando nos amenaza y abruma una pandemia de estas características, valoras y aprecias definitivamente la importancia de tus inmediatos, familia, amigos y entorno social, pilares fundamentales en los que asentarnos.

La vuelta a una comida “anca los agüelos”, ha supuesto la verdadera normalidad. Sin perder la cara al bicho, ya que esto aún no ha terminado, la reunión familiar inyecta dosis de satisfacción, moral y bienestar que, casi seguro, aporta anticuerpos naturales, estados de felicidad y optimismo que fortalecen defensas anímicas ante el bicho, defensas necesarias a la par que vacunas y tratamientos eficaces de laboratorio; retornar a esta normalidad, incide en la elaboración de nuestra propia vacuna.

Esto sí que es la buena normalidad, dos meses largos después, estar, sencillamente, con los tuyos. Con el máximo cumplimiento de las normas sanitarias. Eso por delante.
