LOS SONIDOS DEL SILENCIO

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El silencio nos está diciendo muchas cosas. Escúchenlo. Pongan máxima atención en los momentos de soledad que a ratos nos impone esta clausura monástica. Apenas hay ruidos de vehículos motorizados a los que estábamos acostumbrados como soniquete familiar en nuestro día a día. Se perciben y se oyen sonidos que habitualmente nos pasan desapercibidos. Ahora no soportamos estruendos, ni bullicios ni estallidos de jolgorio los findes hasta altas horas,  por la Plaza, el Parterre o cualquier otro barrio de nuestra ciudad. Los chorros de agua de la fuente de la Plaza o de la Manola, se escuchan con nitidez. Y de los pájaros, para qué te cuento. El arrullo de las palomas se percibe con sonoridad burlesca al vernos al otro lado de la ventana confinados en toriles. La que se posa en la barandilla de mi terraza, me mira con los ojos tiesos, en plan de cachondeo, sin respeto ni temor, como diciendo jodete que vas pa rato; el tañido de las Mínimas, a las doce cada día , se escucha limpio y claro, cuando en vida normal apenas se advierte, atenuado el sonido por la tropa motorizada que casi de modo permanente circula por el centro del pueblo.

El característico sonido del bote de cerveza al ser abierto, destapa a mi vecino, sin duda buen aficionado a la Mahou y la Cruzcampo, aunque también he escuchado ya varias veces el descorche de botellas, estoy haciendo oído a ver si soy capaz de averiguar cuantas cervezas se trinca al día y cuantos corchos libera. El caso es no aburrirte. En la foto que les adjunto, se aprecia la transformación de su pasillo en estos días. El enjuague bucal de por las mañanas y después de comer, me impide en el futuro enviarle a hacer gárgaras, porque a fé que las hace.

Y las ventosidades, de sonido puro, hay días que suben al grado de estruendosas, prólogo del estrépito intestinal que suele producirse en el mismo sitio y la misma hora, sonido que revela la dieta del gachó, bien alimentado y con ganas de vivir, gran concierto diario, al alba, cuando solo se escucha la evacuación, entre vecinos al eliminar el producto interior bruto, siguiendo la llamada de la madre naturaleza. Bien que se alivia el chorvo. El señor Roca asaz satisfecho se encontrará con usuario tan completo, a quien tampoco le falta, faltaría más, el sonido fluvial de los aguas menores cayendo a chorro. Los vecinos lo aceptamos de buen grado, porque hay que estar unidos, ahora más que nunca, ya que si nos quedamos en casa y nos queremos más, antes saldremos de ésta. Y, desde luego, conoceremos mejor al prójimo, en este caso el vecino.

Lo malo será cuando cambien la hora y le cambie también el horario de la evacuación al susodicho, mi tesis del conocimiento vecinal se puede quedar incompleta, y con la interesante incógnita de quedarme finalmente sin escuchar el susurro de una posible diarrea. Cosa de los tabiques, que además permiten dar oídos a la sonoridad del cuesco que traspasa la fina lámina de ladrillo enyesado, frontera con el entretenido vecino capaz de expeler ondas de presión por compresión, sonido gaseoso que bien lo asimila el tímpano del vecino receptor.    De regüeldos tampoco va mal, los gases estomacales se le acentúan al término de la deglución cervecera, acompañada, imaginamos, de aceitunas rellenas de anchoas o machacamoya.

No nos gustaría seguir escuchando los sonidos de este silencio obligado , pero si esto se prolonga la sensibilidad auditiva seguirá desarrollándose hasta que llegue el día de la suelta, aunque tal vez a partir  de entonces echemos en falta estas delicadezas que nos transmite la situación. Seré solidario y nunca le diré al morador contiguo que durante el confinamiento los sonidos del silencio me transmitieron el eco de sus flatulencias y desahogos.

Las campanadas del reloj de la Plaza junto al repique de las iglesias y las palmas de la esperanza, rompen de forma periódica esta entretenida y divertida experiencia, que alivia bastante nuestra forzosa condena. No cabe duda: los sonidos del silencio te permiten escuchar la vida misma. No hay tiempo para el desánimo.

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