¡QUE VIENE EL PRACTICANTE!

0

 406 visitas,  6 visitas hoy

Ángel Vicente Valiente Sánchez-Valdepeñas

Me llevaba con frecuencia mi madre a la consulta del médico de cabecera, don Ángel Marchán. Yo era un niño frágil y enfermizo. Cada dos por tres  estábamos otra vez delante del médico. Recuerdo que la sala de espera estaba en el patio interior de la casa. Allí aguardábamos con paciencia nuestro turno. Entrar en la habitación de la consulta del médico era como entrar en un santuario. Don Ángel Marchán me miraba la garganta durante unos momentos y luego escribía con gran paciencia y minuciosidad en unas recetas enormes, como pergaminos medievales. Siempre escribía lo mismo: Penicilina. Es decir, inyecciones. Mala suerte. Otra vez pinchazos. En las posaderas. Mi madre me decía que eso no era nada, pero yo  me iba imaginando ya la dura situación.

Al día siguiente me encontraba, como tantas otras veces, en la cama mientras esperaba la llegada del practicante. Mi madre recorría la habitación barriendo y fregando el suelo. Yo, que dormía en colchón de lana, me encontraba semihundido y esperando con poco entusiasmo el momento del gran sobresalto. De vez en cuando aparecía una de mis tías para darme ánimo. Y lo hacía en un tono tan irónico que me sentaba fatal.

Por fin llamaban a la puerta. Era el practicante, Luis Fernández de Simón (Casillas). Yo esperaba arrebujado en la cama y arropado hasta la cabeza, por si pasaba de largo. Pero no, allí estaba ya hirviendo la jeringuilla. ¿Por qué tenía que hervir siempre la funesta jeringuilla? Luis Casillas era un hombre muy amable y educado.

Siempre vestía chaqueta y corbata. Mientras preparaba la famosa tortura del pinchazo, charlaba con mi madre y con mi tía de las circunstancias del momento. Era asombroso, a mí no me hacían ni caso. Pienso yo que debía de ser una especie de ritual para que el enfermo, que era yo, se fuera mentalizando. ¡Qué tontería! Yo ya estaba mentalizado desde el día anterior.

En fin, sobre la mesilla de noche quedaba el frasco de cristal de la Penicilina, algunos algodones y un fuerte olor a no sé qué. Y mi madre me decía: “Hala, hasta mañana no hay más pinchazos”. ¿Hasta mañana? Pero, cómo, ¿mañana hay más pinchazos? Pues vaya. Qué bien. Por allí aparecía mi hermano Javi con sus pantalones cortos sonriendo. Claro, como a él no tenían que pincharle.

Era lo común en aquellos tiempos. La visita a domicilio del practicante normalmente era para poner inyecciones a todos los enfermos; incluso a los que fingían estarlo. No era raro que algún niño se hiciera el enfermo para no ir a la escuela. Entonces las madres los amenazaban con llamar al practicante. Era mano de santo. Rápidamente cogían la cartera para ir al cole. Era más efectivo que llamar al Sacamantecas.

En Daimiel había varios practicantes:  Juan Vicente Fisac (Juanito), Vicente Calero Olmo,  Manuel Moraleda, Luis Fernández de Simón,  José Rodríguez Marchán y Jesús Rodríguez Lara. Además había dos practicantes que no ejercieron: Antonio Simal Galiana y Jesualdo López Bravo.

Juan Vicente Fisac, después de realizar los estudios de Enseñanza Media, manifestó su interés por ser practicante. Se empezó a formar en la clínica de D. Ramón Fisac. En esa clínica se atendían partos y se realizaban operaciones y tratamientos diversos. En 1956 obtuvo el título de practicante. En 1976 consiguió una plaza de practicante en la Casa de Socorro. Estuvo hasta 2001 en la Sanidad pública.

Después de hacer la visita domiciliaria por la mañana temprano, acudía a la Casa de Socorro, que primero estuvo en el Ayuntamiento. Después por la tarde atendía su consulta privada. A partir de 1983 ya dormía en la Casa de Socorro cuando tenía guardia. El coordinador de la Sanidad local era D. Manuel Brazal Castell.

Al igual que los otros practicantes, Juan Fisac tenía una iguala de clientes, que pagaban una cuota mensual. Su labor en las visitas a domicilio consistía habitualmente en poner goteos, inyecciones y curas diversas. En su estuche llevaba jeringuillas, gomas para hacer goteos, el aparato de tensión y el fonendoscopio. También asistió , junto a la comadrona, a partos difíciles. Y practicó autopsias, como ayudante del forense.

Visité a Juanito en dos ocasiones. En ambas me recibió con una amabilidad exquisita y con un gran sentido del humor, cosa muy de agradecer cuando se trata de inyecciones. Juanito convertía aquel acto doloroso en una experiencia divertida. Cosa difícil. Decía que los únicos días en que descansaba en su consulta privada eran los Viernes Santos, para salir en la procesión.

Juan Fisac, en 2004, cuando fue Hermano Mayor de Los Blancos.

Compartir.

Sobre el autor

Los comentarios estan cerrados.