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José Ignacio García – Muñoz (Queche)
Hace unos días, me encontré con un amigo al que hacía tiempo no veía. La verdad, es que al principio no le reconocí a pesar de que estaba sentado en una mesa contigua a la mía; en la terraza de una cafetería a la que suelo ir. Como decía al principio, no reparé en el hasta que mi vista se despegó del libro que estaba leyendo, y mis ojos fueron a tropezar con los suyos que a su vez se levantaron del diario deportivo que ojeaba con desgana. Nos quedamos por un instante observándonos mientras una sombra de duda postergaba el reconocimiento mutuo, hasta que al final, el cerebro terminó de recomponer el retrato que hacía unos años había archivado e hizo la actualización pertinente.
¿Javier…?- Pregunté aún dubitativo-. – ¿José Ignacio…? – contestó el, y ambos nos pusimos en pie para formalizar el saludo. Acercó el café que se estaba tomando, y se sentó finalmente a mi mesa.
El tiempo y la memoria a veces no se llevan bien, y la verdad es que ahora que le tenía al lado me costaba reconocer al que fuera amigo de la infancia en el colegio, y al que después de casarse apenas vi en unas pocas ocasiones. Era el mismo, pero a su vez parecía otro, algo había cambiado la imagen dinámica que antes proyectaba por otra de aspecto más taciturno, y no diré descuidado, pero si algo desaliñado, como si la ropa le quedase grande, como si se hubiese encogido dentro del abrigo para pasar desapercibido.
Javier no completó estudios universitarios, su intención era ponerse a trabajar lo antes posible, y tal vez ahí es donde nos separamos definitivamente. Profesionalmente era un hombre de éxito con gran habilidad para las tareas de tipo mecánico, y consiguió abrirse camino como instalador y reparador de algún tipo maquinaria o elementos relacionados con la industria del automóvil no recuerdo con exactitud, lo que hacía que en las contadas veces que nos veíamos, apareciese conduciendo coches de alta gama, y vistiese prendas de marca, algo que contrastaba con su aspecto actual.
Después de las formalidades de rigor, después de preguntar por la familia y esas cosas, dobló cuidadosamente el periódico y mirándome distraído preguntó: -¿Ya te habrás jubilado no?-
Pues sí, hace tres años.
Posó la mirada en la portada del libro que aún mantenía entre mis manos y preguntó: Y,- ¿a qué te dedicas ahora?-
Le contesté que estaba escribiendo una novela ya bastante avanzada, y que había terminado otra. Que todas las mañanas hacia un par de horas de ejercicio, y que dedicaba dos más a un voluntariado, que seguía tocando la guitarra, algo de lectura, y que la fotografía reclamaba también parte del tiempo disponible, y para terminar los fines de semana salía a la montaña, o montaba en moto.

Por un momento parecía haber perdido el interés por mi respuesta, hasta que exclamó:-¡en moto!- Tú estás loco.
Le respondí con una sonrisa de circunstancias, y encogiéndome de hombros pasé al ataque
Y tú, ¿a qué te dedicas?
La pregunta pareció incomodarle un poco porque se revolvió nervioso en la silla, bebió un sorbo de café, y encendió un cigarro. Tras darle una larga calada, comenzó a exhalar, y a hablar al mismo tiempo, como parapetándose tras el humo:
Pues también estoy jubilado desde el año pasado, y desde luego no monto en moto, me dedico a disfrutar la vida que han sido muchos años trabajando.
Eso está muy bien- le dije- hay que mantenerse activo.
¿Activo? No me jodas, ya he estado muchos años levantándome pronto y acostándome tarde. Aguantando al cabrón de mi jefe, y a muchos clientes que, ganas me daban de mandarles a tomar por culo.Ahora, me peleo con la “jefa” un poco todos los días porque ella quiere ver programas de esos de cotilleo, y a mí me gusta el futbol y decir palabrotas si me sale de los cojones, de modo que ella se va al cuarto de estar a ver sus programas, y yo me quedo en el salón viendo futbol, o alguna película del oeste o policiaca que son las que me gustan. Los telediarios me ponen de los nervios viendo a tanto mangante insultarse todo el día, me tienen hasta los cojones; para la mierda de pensión que luego te dan…Mi mujer dice que tengo la tensión alta de ver tanta política, de eso, y de que como lo que no debo, que estoy muy gordo, que no hago ejercicio, y que me va a dar un zamacuco el día menos pensado. No sé qué cojones de ejercicio quiere que haga a estas alturas que tengo los riñones… jodidos no, lo siguiente. Y es que llega uno a viejo, y se te jode todo. Te tienes que levantar a mear por la noche, luego, te quedas dormido en cualquier lado, y para colmo, relaciones sexuales de higos a brevas si acaso.
Me hizo gracia que en vez de follar, emplease el término “relaciones sexuales” tras la retahíla de tacos que mí amigo de la infancia había soltado, y desee que no se hubiese dado cuenta de la media sonrisa que tuve que reprimir. Después de apagar con rabia el cigarrillo contra el cenicero en el que empezaba a arder una servilleta de papel arrugada, continúo con su soliloquio.
Ahora como te decía, me dedico a disfrutar que bastante ha sufrido ya uno. Luego por las tardes, quedo con un amigo del trabajo también jubilado a tomar unos vinos, y a las nueve y media estoy cenando, veo una película o un partido, y me voy a la cama si es que no me he quedado dormido en el sofá, en cuyo caso, mi mujer me despierta y ya tenemos jarana –“Pues para quedarte dormido, mejor vete a la cama”- y así todas las noches…con lo a gusto que se queda uno traspuesto viendo la tele.
Durante un buen rato, mi amigo le dio un repaso a la política internacional, y a la nacional. A la de fichajes del Real Madrid, el Barcelona y el Atlético de Madrid. A la Seguridad Social y al transporte público. A la mierda que ponen en televisión, y a los árbitros que se le había olvidado antes. También le dedicó un capítulo a la educación de los jóvenes, y a la mierda que les enseñan ahora en el colegio. En el capítulo de mierda, metió también a los tomates que, ya no saben cómo los de antes, y no digamos la fruta. Y así siguió durante otros diez minutos lamentando que todo lo que está bueno se lo tiene prohibido el médico por el puñetero colesterol, la hipertensión y cualquier otra cosa; porque si buscan encuentran siempre un motivo para joderte con lo cual, es mejor no ir al médico…
En un momento que paró de hablar para encender otro cigarro, me atreví a preguntar a mi amigo si no leía ningún tipo de literatura. Después de fruncir el ceño, me lanzó una mirada casi hostil.
¿Te refieres a un libro?
Sí, afirmé con voz suave.
Los libros no me han dado de comer.
En la cartera tenía un ejemplar de mi novela que por un momento pensé regalarle, pero la prudencia me aconsejó no hacerlo. Súbitamente, mi amigo se levantó, y con desdén me estrechó la mano y se despidió con una monserga que sonaba a excusa improvisada. Le vi alejarse por la acera con el periódico bajo el brazo, las manos en los bolsillos, y de nuevo me pareció como si el abrigo caminase solo, sin nadie dentro. Por un momento, pensé en la extraña forma que mi amigo tenía de “disfrutar la vida”, y me vinieron a la cabeza las palabras de Virgilio en sus Geórgicas: “Sed fugit interea fugit irreparabile tempus” “pero huye entretanto, huye irreparable el tiempo” .También me dije que no tenía ningún derecho a juzgar a nadie, y que cada uno podía hacer con su vida lo que tuviese por conveniente, pero en ese momento, Horacio vino en mi ayuda y me gritó el “carpe diem” al oído.

No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a ti y a mí, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos escollos.
Sé prudente, filtra el vino
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No te fíes del incierto mañana.
Precipitadamente pagué la consumición, y salí detrás de mi amigo al que alcancé en unos segundos.
Disculpa Javier, pero si me lo permites te quisiera regalar un ejemplar de mi novela, tal vez en algún momento encuentres tiempo para leerlo.
Con curiosidad hojeó la portada y leyó: “Tempus Fugit”
¿Está en inglés?
No, solo la portada. Es latín, dije casi disculpándome.
Acto seguido se colocó el libro bajo el brazo que le quedaba libre, se metió la mano en los bolsillos, y el abrigo se alejó de nuevo. En la distancia, me pareció que se inclinaba ligeramente a un lado al caminar.
Desde una ventana próxima, un anónimo espectador contemplaba la escena. Me pareció una metáfora adecuada: “ver la vida pasar desde la ventana, o participar de ella”. Entonces me pregunte si no habría sido un acto de soberbia por mi parte el haberle regalado el libro a mi amigo. Cada quien ve la vida como quiere, puede, o sabe. Emprendí la marcha en dirección contraria a la de Javier. Me pareció que yo también me torcía hacia un lado y me esforcé por caminar erguido. El otoño, aliado con el viento, jugueteaba con las hojas caídas en el suelo. “Otra metáfora” advertí, y aceleré el paso para no convertirme en víctima de mí mismo. Al pasar de nuevo junto a la cafetería, un camarero se afanaba en apagar el pequeño incendio que en el cenicero, mudo testigo de nuestra conversación, ardía de forma aparatosa. Joder con las metáforas volví a pensar, y apreté el paso de nuevo como si huyese de alguien.