EL 8M Y EL NEOLÍTICO

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José Ignacio García Muñoz (Queche)

La lluvia, me recibía con un toque de destemplanza a la salida del tibio vientre del metro. La calle Serrano y la plaza de Colón, brillaban reflejando contra su pavimento las figuras de los escasos transeúntes que a esa hora caminábamos presurosos por el lugar tratando de escapar del chaparrón. El espejo del suelo, devolvía en tonos pastel los vivos colores de los paraguas y los chubasqueros, componiendo un lienzo impresionista que hubiese firmado el mismísimo Monet. Instantes antes, en el vagón, la imagen era bien diferente, más realista, menos onírica. Multitud de paraguas de color morado acompañaban a otras tantas personas que se dirigían a la manifestación del 8M; un evento que ha venido a reivindicar el papel de la mujer en la sociedad, y a constatar el desequilibrio que entre mujeres y hombres persiste en muchos ámbitos a día de hoy.

A nadie se le escapa el uso partidista que las diferentes formaciones políticas hacen de este día y de su significado, y no seré yo el que descubra algo que es más que evidente; por lo tanto vamos a dejarlo estar.

Caminé hasta el número 13 de la calle Serrano, y después de identificarme como jubilado, me facilitaron un pasaporte en forma de entrada que me autorizaba para tomar un tren que me conduciría directamente al pasado; un pasado situado a millones de años. Cuando me apeé del tren en la estación de la prehistoria, tomé la salida 1 a 6, que son las que en el Museo Arqueológico Nacional conducen a los orígenes del hombre. Detrás de aquellas vitrinas eficientemente iluminadas, se encontraban las pistas que me podrían ayudar a identificar la razón primera de por qué, hoy el metro iba lleno de paraguas morados.

Antes de asomarnos al pasado, debemos dejar bien clara una cosa:

No se puede juzgar ese pasado con los ojos del presente, ya que es más que probable, que extraigamos conclusiones que nos hagan caer en la falacia al atribuir intenciones a sucesos y acciones que sus protagonistas no tenían, y que estaban motivadas por no tener acceso al mundo de los conocimientos que en cualquier ámbito hoy disponemos; de modo que vamos a adentrarnos en la época con mentalidad científica y liberándonos en lo posible de nuestros prejuicios.

Millones de años, son muchos años a lo largo de los cuales se han ido produciendo cambios sutiles en el corto plazo pero que, considerados en su conjunto evidencian la ingente evolución de los seres humanos morfológica y culturalmente considerados. Vamos a comenzar por los morfológicos ya que sin ellos no hubieran sido posibles los culturales. Un ejemplo:

Un chimpancé, animal al que consideramos inteligente, no puede hablar por más que nos empeñemos en enseñarle, y no puede hablar, porque evolutivamente su aparato fonador no está preparado para ello, no ha sufrido los cambios morfológicos necesarios independientemente de su capacidad cerebral, y es que muchos cambios culturales se asientan en estructuras anatómicas que si no poseemos, no se pueden dar al igual que usted no puede inventar el automóvil si antes no inventa la rueda, los engranajes, o el motor de combustión interna y el combustible que lo alimenta. ¿Es la necesidad la que determina esos cambios?

Asomándonos a la primera de las vitrinas de la sala 1ª, uno puede constatar la cantidad de pasos que el ser humano ha dado, produciendo estados evolutivos intermedios hasta terminar en los que somos actualmente, un producto final que no difiere mucho de aquel que apareció hace 100000 o 120000 años, aunque nuestro linaje se extiende mucho más allá en el tiempo; unos 2,5 a 3 millones de años. Se pueden ver a los Ergaster, Ardipitecus, Parantropos, Erectus, Cromañones, Neandertales, Hábilis, Sapiens y toda la constelación de pasos intermedios, y comparar pesos y estaturas, o capacidades craneales, que van desde los 1,40 centímetros de estatura y 60 kg de peso para los más primitivos hasta los actuales, con capacidades craneales desde los 300-400 cm cúbicos hasta los 1400-1500 del sapiens.Todos estos cambios a nivel morfológico y anatómico, consecuentemente han tenido una réplica a nivel fisiológico, es decir; no solo cambiaban la forma, sino el modo en que trabajaban los órganos evolucionados, fundamentalmente el cerebro, ya que adquirían estructuras que daban soporte a nuevos conocimientos y formas de razonar y pensar. No se puede enseñar a un niño de un año de edad a comprender las integrales matemáticas, porque todavía no ha desarrollado las estructuras mentales y psicológicas para hacerlo pese a tener el potencial para ello, por tanto, sería imposible pretender que aquellos precursores de lo que hoy somos, tuviesen capacidades más allá de las que su propio desarrollo anatómico y fisiológico permitiesen, y esos cambios llevan tiempo.

Poco a poco nos vamos adentrando en ese túnel del tiempo y pasamos de puntillas por el paleolítico a excepción de un hecho capital en el desarrollo del ser humano: el uso del fuego aunque todavía no su control. El uso del fuego encontrado casualmente a partir de algún incendio natural, facilitó al Homo Erectus cambiar radicalmente su dieta, ya que le permitió cocinar los alimentos haciéndolos más digeribles, eliminando toxinas y gran cantidad de gérmenes además de proporcionarle luz , calor , y protección contra los depredadores, pudiendo además aumentar su “cesta de la compra” lo que a su vez determinó la incorporación de proteínas de calidad tan necesarias para desarrollar el cerebro y otros órganos vitales.

Pasemos ahora a detenernos en otro momento clave en la evolución humana: el Neolítico.

En este periodo, se dan cambios en el modo de vida de los seres humanos, ya terminados desde el punto de vista evolutivo como especie, que van a ser decisivos en nuestro devenir, y quien sabe si los precursores del hecho de que en el metro el otro día hubiesen tantos paraguas morados.

El control del fuego se afianza lo que mejora la dieta, pero sobre todo el ser humano se hace sedentario, ya no anda pelándose el culo por la sabana en busca de alimento sino que lo cultiva, y doméstica y cría animales para su sustento, y con los excedentes comercia con otros asentamientos.

Con todas las estructuras anatómicas desarrolladas, al ser humano solo le faltaba adquirir la cultura necesaria a través de los conocimientos para seguir evolucionando a nivel social, y precisamente, eso, el hecho de ser un animal social terminó por dotar de una inteligencia superior al sapiens ya que vivir en sociedad requiere de un nivel cognitivo superior por los retos que plantea esa forma de vida.

Por supuesto, que el hecho de cultivar, por ejemplo trigo, es algo que se descubrió por casualidad. En algún momento alguien se fijó en que las semillas que caían al suelo germinaban dando nuevos frutos, igual que los racimos de uva aplastados produjeron mosto que con las levaduras ambientales dieron lugar al primer vino. Esta capacidad de observación, no se la puede usted pedir al Ardipitecus Rámidus, pero sí al Sapiens porque tiene la capacidad para hacerlo.

El hecho de cultivar y criar animales favoreció el sedentarismo como ya hemos dicho, pero también forzó a la creación de toda una nueva industria relacionada, como por ejemplo la cerámica ya que la producción había que guardarla para su conservación, almacenaje, o transporte para el comercio. Igual sucedió con la fabricación de herramientas para la agricultura. Del comercio y la transacción con excedentes, se deriva el hecho de controlarlos y de ahí nace la protoescritura que luego daría lugar a la escritura y por ende al final de la prehistoria. En definitiva, una concatenación de hechos y descubrimientos de cuya dimensión no terminamos de ser conscientes porque siempre hemos convivido con ellos, pero para nuestros predecesores supuso una revolución más importante que viajar a la luna para nosotros.

Hay un hecho del cual apenas se habla al referirse a la historia del ser humano, que es tan trascendental que simplemente marca la diferencia entre animales y humanos; y como venimos sosteniendo, hasta que el cerebro no estuvo lo suficientemente desarrollado no se pudo dar, y este no es otro que el hecho de tomar conciencia de la propia existencia, y de la muerte, algo que es exclusivo del ser humano. Con la toma de conciencia de la propia existencia y de su carácter transitorio, nace la capacidad de planificar, de adelantarse a los sucesos tratando de que se produzcan como a uno le convienen, y eso es exclusivo de los humanos ya que con la planificación nace la manipulación.

Ningún animal trasciende su existencia porque no tiene las estructuras para poder hacerlo de modo que tenemos en el Neolítico a unos seres humanos que comienzan a ser autosuficientes, que pasan del clan, a la tribu, y a crear núcleos poblacionales complejos y de ahí a asentamientos cada vez más grandes dando origen a poblaciones y ciudades que a su vez hacen más complejas las relaciones y la gestión de los recursos, y necesariamente se da lugar a la especialización de tareas, las cuales empiezan a tener una jerarquía considerándose unas más importantes que otras, o más difíciles y por tanto más valoradas. También surge el concepto de propiedad individual, y la necesidad de defenderla. Antes todo el clan trabajaba para todos, ahora empiezan a surgir las clases sociales y a asentarse los cimientos de las desigualdades.

¿Qué papel jugaron las mujeres entonces? ¿Qué rol se les adjudicó? ¿Qué rol admitieron?

Decíamos antes que no hay que juzgar la historia con los ojos de ahora, y es que, la conciencia de sexo es una adquisición relativamente reciente.

Toda especie por genética tiende a perpetuarse a través de la reproducción; lo que se conoce como el gen egoísta según lo bautizó Richard Dawkins en 1973 cuando dice que: el gen, es la unidad evolutiva fundamental de modo que el instinto reproductor está en todas las especies para perpetuar los genes; no hay entre los animales, atisbo de sexualidad con la connotación que los humanos nos hemos dado, pero sí en nuestra especie por condicionantes culturales.

Un Parantropo por poner un ejemplo, se reproducía por condicionantes genéticos y no tenía la conciencia se sexo. Hay quien sostiene, que esta conciencia diferenciadora surgió al observar que en los grupos de animales donde solo había hembras, no tenía lugar la reproducción de crías. Esto que ahora nos resulta evidente, para los seres humanos de aquella época plagados de incógnitas y falta de información no lo era tanto, no había prejuicios, lo que había era desconocimiento, o más bien falta de toma de conciencia; algo que parece igual, pero que no es lo mismo, y como hemos dicho más arriba sin los cambios anatómicos y fisiológicos necesarios para soportar ese tipo de pensamientos como por ejemplo el hipocampo, el cuerpo calloso, pero sobre todo el neocortex, no hubiera sido posible.

Parece claro que en los albores del ser humano mujeres y hombre, machos y hembras, desarrollaban labores iguales, y solo cuando el progreso y la especialización se implantaron, empezaron a surgir las primeras desigualdades que ya comienzan a evidenciarse en los ajuares funerarios y en las sepulturas. En una sociedad todas las tareas tienen importancia, pero de forma natural en las sociedades humanas que comienzan con el Neolítico, imponen diferencias entre sus miembros con arreglo al desempeño de cada uno.

No estamos en el Neolítico gracias a Dios, y determinados comportamientos no son admisibles hoy en día, las diferencias sociales no solo afectan a las mujeres. Solo un malnacido aprovechándose de su fuerza, puede imponer su voluntad o violentar a una mujer, y desgraciadamente es lo que suele ocurrir.

No, los desequilibrios sociales se gestan en la noche de los tiempos cuando no había ni izquierdas ni derechas que instrumentalizasen la situación, y desgraciadamente se repiten siempre que un canalla impone su voluntad por la fuerza.

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